Esta página sobre la Cultura
Badariense, que forma parte de un conjunto más amplio que abarca todo el
Periodo Predinástico egipcio, fue creada el 30 de mayo de 2011, hace ya dos
años. Creo que ya necesitaba un «lavado
de cara».
Desde el principio mi intención
era y sigue siendo, dada la escasez de información existente en español, crear
un lugar dedicado al Predinástico Egipcio escrito en este idioma y que
recogiera datos de todas aquellas publicaciones en otros idiomas (inglés,
francés, alemán e italiano fundamentalmente) y que además no aparecen demasiado
por la universidades españolas, de las que yo dispongo por llevar más de diez
años adquiriendo todos los libros y publicaciones periódicas a los que he tenido acceso.
Es cierto que quizás quise
hacerlo demasiado deprisa y que ello me llevó a cometer errores, a publicar
este blog con algunos fallos, alguno de ellos «clamoroso», errores en los datos que había que rectificar y así lo
hago en esta nueva versión que, aun estando basada en la publicada
originalmente, elimina sus defectos y la mejora en otros aspectos.
Tal y como siempre he dicho, todo
este material, además del que yo dispongo en mi biblioteca y que compartiré
encantado con aquel que me lo solicite, está a disposición de todo interesado
en el Predinástico Egipcio en general y en el Badariense en particular. Sólo pediría
una cosa, creo que bastante razonable, que si alguien decide copiar íntegramente
todo o parte de lo que yo he publicado en este blog con el objeto de incorporarlo
a su propia publicación, tenga la amabilidad de citar la procedencia de la
información antes de pretender hacerla pasar por suya. Creo que es lo ético y así lo hago yo con las fuentes en que baso lo
que escribo, tal y como se puede comprobar.
LA CULTURA BADARIENSE
1-Introducción
1-Introducción
El término «Predinástico», referido al Antiguo Egipto, podría ser calificado como
vago e impreciso en el sentido de que, tomado literalmente, comprendería todo
aquello que aconteció en Egipto antes del momento en el que comienza el periodo
«Dinástico». No está, por lo tanto,
claramente definido su límite inicial. Sin embargo sí debería estarlo, lógicamente,
su límite terminal justamente cuando comienza la Primera Dinastía.
De tal forma que, la definición que del Predinástico nos ofrece Midant-Reynes como
«ese periodo de tiempo en el que los
habitantes del Valle del Nilo, entre la Primera Catarata y el Mediterráneo,
emergen por fin tras un largo periodo de adaptación nilótica»
(Midant-Reynes, 2000: 152), resulta casi tan vaga como el propio término. Es
posible, incluso, que resulte algo artificial tratar de establecer una frontera clara
entre el Neolítico y el Predinástico, siempre dentro del ámbito egipcio, si
pensamos que el primero ya era predinástico ―evidentemente cierto si tomamos el
término de forma literal― mientras que el segundo todavía formaba parte, en
cierta forma, del primero.
Hemos de concretar un poco más la
naturaleza del periodo que va a ser objeto de nuestro estudio. Para ello
podemos establecer una primera línea divisoria entre el Neolítico y el
Predinástico egipcios en el momento en el que da comienzo la etapa que
denominaremos «Calcolítico» (palabra
que procede del griego «khalkos»,
cobre, y «lithos», piedra), también
denominado «Eneolítico» (palabra que
procede del latín «aeneus», cobre, y
«lithos», piedra) y Edad del Cobre,
términos tecnológicos usados para denominar un periodo de transición entre el
Neolítico y la Edad del Bronce en el que hacen su tímida aparición los primeros
objetos de cobre junto a las predominantes industrias líticas (Menéndez y
otros, 2001: 83).
Eiroa señala, en general y no sólo
para Egipto, los elementos característicos de este periodo cuando dice:
«El término “Calcolítico”
es puramente tecnológico, aun cuando el cobre no desempeñe un papel de
importancia hasta una fase de plenitud, pero entre los prehistoriadores define
un periodo en que los grupos humanos alcanzan un nivel de desarrollo cultural que les permite una utilización más
sistemática y diversificada del medio, una organización social más compleja, en
la que se empiezan a vislumbrar jefaturas políticas y cierto grado de
jerarquización o estratificación social que irá aumentando y consolidándose con
el paso del tiempo, a la vez que se afianza la vida de poblado con un modelo
preurbano o protourbano, aumenta la población, se amplía la especialización de
funciones y se generalizan rasgos comunes de carácter ideológico o religioso.
Se trata, pues, más que de una cuestión tecnológica (que también es
importante), de un nuevo modelo de convivencia y de relación con el medio que,
no obstante, no se origina con rapidez ni de forma generalizada, sino
lentamente y restringido a áreas delimitadas, en las que se observan variantes
regionales» (Eiroa, 2003: 353).
Podemos aplicar esta definición, casi sin
variar una coma, a la cultura que se desarrolla en la región de el-Badari
puesto que es en esta zona del Valle del Nilo donde no sólo aparece trabajado
por primera vez el cobre sino que, como veremos
más adelante, se dan la mayoría de las circunstancias que Eiroa señala como características
del periodo Calcolítico y, aun siendo meramente orientativo el nombre que demos
a un determinado periodo, lo importante es la existencia de una fase distinta a
la anterior que viene marcada, en este caso y como característica más aparente,
por el uso del cobre. Este metal se trabaja al principio de forma muy
rudimentaria, por el método del martilleado, como si de un mineral más se
tratase, para posteriormente calentarlo previamente con lo que se lograba que
el cobre fuera más blando y maleable.
Así pues, afirmaremos siguiendo a
Vandier que «con la civilización Badariense, entramos en una nueva fase de
la prehistoria egipcia, en una nueva fase que está caracterizada, sobre todo,
por la presencia y por el trabajo del metal» (Vandier, 1952: 191). De esta forma, la cultura Badariense
puede ser considerada como la primera de las culturas predinásticas del Alto
Egipto siendo quizás contemporánea de las últimas fases de algunas de las
culturas del norte como Merimde Beni Salame, el-Fayum A o el-Omari.
Si bien el uso del cobre lleva a
considerar a la cultura Badariense como Calcolítica o Eneolítica ―términos
estos que hacen alusión al uso simultáneo de la piedra y del metal― y no
Neolítica, hay quien no está de acuerdo con esta opinión y considera que el
Badariense no constituye una etapa diferente al Neolítico, por ejemplo Jean
Vercoutter cuando afirma: «El utillaje que acompaña a la cerámica (badariense)
es esencialmente lítico. Si bien calificada a menudo de “eneolítica” o de
“calcolítica”, la cultura badariense permanece, de hecho, sobre todo neolítica.
El metal, en el caso del cobre, es extremadamente raro. No aparece más que en
el curso del desarrollo de la cultura y, si él ha facilitado la fabricación de
las perlas —en el sentido de cuentas de collares o de pulseras—, no parece
haber jugado un papel apreciable en la vida cotidiana» (Vercoutter, 1992: 103).
Independientemente
de lo expuesto en el párrafo anterior, resulta evidente que nos
encontramos ante una comunidad sorprendente. Los badarienses inician el
desarrollo de una diversidad cultural que les permitirá ir un paso por delante
de las poblaciones neolíticas del Sahara y del Sudán. Sin que hubiera sido
anunciada previamente, la cultura Badariense aparece en la parte media del Alto
Egipto o Egipto Medio (en el s. XIX, a la tradicional división entre el Alto y
el Bajo Egipto, se añadió una nueva subdivisión a partir del primero, el «Egipto Medio», que se extendería desde
Lisht, ligeramente al norte de el-Fayum siguiendo el cauce el Nilo, hasta
Panópolis, al sur de Sohag) a finales del V Milenio a.C. con un desarrollo
tecnológico y cultural que integra, no sólo lo que el Neolítico supone, sino
también el conocimiento de los metales, concretamente el cobre, procedente
posiblemente del Sinaí y del Desierto Oriental.
Con los badarienses se inician, tanto
un fenómeno de aceleración cultural como las transformaciones sociales y
económicas que se materializarán en un repertorio de objetos e imágenes nunca
vistos antes y que se convierten en cotidianos, se trata de los elementos que
van asociados al nuevo universo simbólico y ritual que aparece con esta cultura
y que están relacionados, sobre todo, con el mundo de los muertos que habría de
caracterizar ―obviamente de forma mucho más elaborada y compleja― a las
culturas posteriores tanto predinásticas como dinásticas. Todo ello es el
reflejo de una sociedad crecientemente estructurada y compleja, se trata de un
proceso que no dejaremos de encontrar, de forma todavía más acelerada, a lo
largo de todo el IV Milenio a.C. Nada permite vislumbrar, cuando hace su
aparición el Badariense, «el repentino y acelerado desarrollo que conocerá
la civilización a partir de este momento, todo lo cual ha permitido a los
arqueólogos hablar del final de la Prehistoria y del comienzo de la
Protohistoria, resaltando los prácticamente nulos ligámenes existentes entre
los escasos grupos neolíticos seminómadas de la región y la originalidad y
dinamismo de la primera civilización predinástica» (Padró, 1999: 35).
En el
sentido expuesto, Brewer expresa muy acertadamente lo que supone el
Badariense cuando dice: «La cultura Badariense (c. 4400-4000 a.C.) el
elemento más temprano de la secuencia del Predinástico del Alto Egipto, marca
un estilo de vida radicalmente diferente del que le había precedido. De repente
nos encontramos en un universo simbólico de increíble riqueza, que refleja una
sociedad compleja y crecientemente estructurada, un proceso que se acelerará a
lo largo de los siguientes mil años culminando finalmente en la Primera Dinastía
de un Egipto unificado» (Brewer,
2007: 115). En efecto, se trata de un proceso que desembocará en la
asombrosa explosión faraónica que tendrá lugar alrededor del 3000 a.C.
Podríamos asegurar, siguiendo a Midant-Reynes, que los badarienses no son solamente
calcolíticos o eneolíticos, en el sentido meramente material de los términos,
sino que son ya Predinásticos de pleno derecho (Midant-Reynes, 2003: 91).
Así pues, la cultura Badariense hace
acto de presencia en la zona norte del Alto Egipto (ver Figura 1) hacia el 4500
a.C. y se extiende en el tiempo hasta el 3900 a.C., siendo coetánea, por lo
tanto, con las etapas iniciales de la siguiente cultura predinástica, Nagada I
(Navajas, 2009: 44; podemos ver que existe una desviación de cien años por delante
y otros cien por detrás, respecto a la cronología de Brewer que se ha visto en
párrafos anteriores).
Con el término «Predinástico Egipcio» nos referiremos pues al relativamente
corto periodo de tiempo —alrededor de 1500 años según las fechas con las que
hemos estado trabajando y que veremos en detalle más adelante— durante el cual se fueron
colocando las bases o elementos culturales que irían formando, de forma gradual
durante aquellas centurias, la materia prima sobre la que la civilización
egipcia habría de ser diseñada.
2-El
descubrimiento de la Cultura Badariense
A finales del s. XIX, durante la
campaña de excavaciones llevada a cabo entre 1893 y 1894, Flinders Petrie
excavó en Coptos. Allí encontró los primeros vestigios de lo que él denominaría
la «Nueva Raza», restos de aquellos
invasores extranjeros que, según Petrie, habrían entrado en Egipto a
través del Mar Rojo durante los tiempos turbulentos que siguieron a la
caída del Imperio Antiguo, durante el Primer Periodo Intermedio (Petrie y
Quibell, 1896: 61). Durante la siguiente campaña, entre 1894 y 1895, Petrie y
Quibell excavaron en las cercanías de Nagada sacando a la luz alrededor de 3000
tumbas que supuestamente pertenecían a los miembros de esa «nueva raza» invasora. Petrie no era
consciente en ese momento de que sus hallazgos «empujaban» varios siglos hacia atrás los límites cronológicos de la
egiptología egipcia tal y como era conocida en aquellos momentos, ello pese a
las deducciones a las que Jacques de Morgan, ya fuera por pura suerte o no,
había llegado tras excavar él mismo durante la campaña entre 1895 y 1896 en las
inmediaciones de el-Amra, esto es, que se encontraban ante los restos de los
habitantes de Egipto anteriores a la Primera Dinastía y a los que de Morgan
llamó los «indígenas» (De Morgan,
1896).
Una vez que Petrie, poco después de
que Jacques de Morgan lo hubiera señalado, fuera consciente de su error
inicial, desarrolló un sistema para poder datar estos hallazgos —si bien de
forma relativa y no absoluta— pertenecientes al periodo predinástico. Se trata
de su sistema de las «Sequence Dates» (en adelante S.D.). Petrie, dando muestras de su gran intuición y capacidad de
previsión, numeró sus S.D. comenzando por el número 30, de modo que dejó libres
las veintinueve primeras para poder incluir posibles hallazgos que pudieran
realizarse en el futuro y que pertenecieran a periodos cronológicos anteriores
a los descubiertos por él mismo ya que resultaba evidente que, antes o después,
serían descubiertos los restos de los habitantes del Valle del Nilo que habían
precedido a los amratienses (Petrie, 1899: 299). Y es que, tras treinta años de
excavaciones más o menos científicas, no se había descubierto todavía ningún
asentamiento, cementerio u otro tipo de resto que pudiera ser clasificado como
inmediatamente anterior en el tiempo a las culturas predinásticas conocidas en
aquellos momentos si bien es cierto que ya se habían encontrado restos
paleolíticos e incluso, en el-Fayum, se habían encontrado vestigios de una
cultura que ya era neolítica pero que no podía ser relacionada con ninguna otra
de las culturas predinásticas del Alto Egipto (los restos culturales hallados en
Merimde Beni Salame, en el Bajo Egipto fueron descubiertos por Junker en 1928,
prácticamente al mismo tiempo que la cultura Badariense).
Y en efecto, tan sólo unos años más
tarde, la previsión de Petrie se demostró certera ya que, durante las
excavaciones llevadas a cabo en las áreas de Qau el Kebir y el-Badari entre los
años 1922 y 1925, aparecieron los restos de una nueva cultura que resultó ser
anterior a la Amratiense de Petrie y que fue denominada Badariense por haber
sido descubierta cerca de la moderna aldea de el-Badari. Esta cultura, como ya
hemos dicho antes, constituye el primer elemento del predinástico en el sentido
de que es radicalmente diferente de todo cuanto se había visto hasta entonces.
Aunque fue cerca de la villa de el-Badari donde esta cultura fue identificada
por primera vez, la zona por la que se desarrolló se extiende a lo largo de una
franja de más de treinta kilómetros a los pies de los riscos de caliza de la
orilla oriental del Nilo, en el denominado Egipto Medio (ver Figura 2).
Figura 2: La imagen procede de Holmes y
Friedman, 1989: 16
|
En esta franja se descubrieron
alrededor de seiscientas tumbas y unas cuarenta zonas de asentamiento.
El-Badari está entre Asiut y Sohag y en sus cercanías se han encontrado muchos
yacimientos más pequeños como los de Qau el Kebir, el-Hammamiya, Mostaguedda,
Deir Tasa o Matmar.
El descubrimiento de esta cultura se
produjo en el otoño de 1922 cuando una de las expediciones arqueológicas de la
British School of Archaeology in Egypt (en adelante B.S.A.E.) fue puesta bajo
la dirección de Guy Brunton. Esta expedición llevo a cabo excavaciones en el
área de Qau el Kebir, en el distrito de el-Badari, durante las temporadas
1922-1923, 1923-1924 y 1924-1925, excavaciones que, como ya hemos dicho, dieron
como resultado el descubrimiento de la cultura Badariense, la inmediata anterior
a la Amratiense definida por Petrie ―o Nagada I como se conoce hoy en día la
cultura que podría asimilarse «grosso
modo» al Amratiense.
Guy Brunton era un arqueólogo que ya
había trabajado en Egipto tras la Primera Guerra Mundial como ayudante del
propio Petrie. Como director de su propia expedición, financiada por la
B.S.A.E., seleccionó como destino para sus excavaciones la orilla oriental del
Nilo en Qau el Kebir, dentro del distrito de el-Badari (ver Figuras 1 derecha y
2). Según el propio Brunton expone (1929: 456-467), las
motivaciones para elegir este lugar eran varias y la principal entre ellas era rescatar
todo lo que pudiera quedar después de los saqueos llevados a cabo por los
ladrones de tumbas que, durante algún tiempo, habrían estado proveyendo de
mercancías robadas a los traficantes de antigüedades de el-Cairo donde estaban
apareciendo una serie de objetos pertenecientes a la época predinástica y que, presumiblemente,
procedían de esta zona. Así mismo, Brunton destaca que su interés también
estaba puesto en la investigación de las tumbas excavadas en la propia roca y
que, en prospecciones preliminares, habían mostrado una importancia de primer
orden tanto por su tipo como por la calidad de su decoración. También quería
investigar Brunton el llamado «Cementerio
General» que, aunque había sido ya saqueado, podía ser igualmente
interesante (Brunton, 1927: 2). De esta forma, el
equipo de Brunton comenzó a trabajar en esa zona a primeros de diciembre de
1922, instalando su campamento «en y
alrededor» de las tumbas más grandes excavadas en la roca en los
acantilados un poco al norte de Qau el Kebir, actual el-Etmanieh.
Dos expediciones habían trabajado
previamente en esta zona bajo las direcciones, respectivamente, del profesor
Schiaparelli en 1906 y del profesor Steindorff en 1914. No obstante, ninguna de
estas expediciones publicó los resultados de sus trabajos salvo una corta nota
publicada por Steindorff (1914: 217-218). Con
estos escasos antecedentes, en diciembre de 1922, Guy Brunton y su equipo, formado
por tres personas, incluida su esposa, instaló su campamento en algunas de las
tumbas «más grandes excavadas en las
rocas de los riscos de Qau» (Brunton, 1927: 1). Aunque la visita preliminar
no resultó demasiado esperanzadora ya que todo eran tumbas saqueadas y montones
de arena dejados por las anteriores expediciones (lo cual había sido alegado
también por el propio Steindorff en la nota publicada en el J.E.A. quince años
antes) el trabajo comenzó en los cementerios del sur, principalmente en el gran
campo de tumbas cerca de la villa de Qau el Kebir. Después de examinar varios
cementerios de época dinástica, Brunton encontró cuatro cementerios
predinásticos en diferentes partes de esa especie de bahía que forma el
desierto en esta zona, se trataba, no obstante, de hallazgos relativamente poco
provechosos y que no añadían gran cosa a los conocimientos que se tenía sobre
el predinástico egipcio. Sin embargo, ya en 1923, durante las excavaciones en
el gran cementerio de época dinástica en Qau el Kebir, más especialmente en la
zona conocida como Cementerio 400, al sur de aquella localidad y lindando con
las casas de Ezbet Ulad el Hagg Ahmed, fue donde, entre los escombros
de la tierra removida alrededor de las tumbas, el equipo de Brunton
encontró una serie de fragmentos de cerámica con un peculiar sistema de
elaboración, hechos a mano y con un curioso «ondulado» o «peinado» en
su superficie (ver Figura 3).
Figura 3: La imagen procede de Brunton y Caton-Thompson, 1928: lámina I |
Esa cerámica era totalmente diferente
de cualquier otra encontrada en Egipto hasta ese momento y no podía ser
asignada a ningún periodo conocido aunque era evidente su afinidad con los
elementos cerámicos predinásticos descubiertos entonces o incluso con la
cerámica procedente de Nubia (Brunton y Caton-Thompson, 1928: 1).
El interés en este nuevo tipo cerámico
fue en aumento poco después cuando se descubrió una tumba con objetos de
elaboración similar a los extraños fragmentos cerámicos que habían sido
encontrados sobre el terreno. Se trataba de una tumba aislada, numerada como
569 y que contenía un sorprendente grupo de objetos como podremos ver a
continuación. También durante esta primera temporada de trabajo
se llevó a cabo el registro de una franja de terreno en la zona de bajo
desierto, hacia el norte y a unas diez millas de el-Badari. Esta zona ofreció
muchos más fragmentos de cerámica ondulada indicando la presencia de cementerios
o asentamientos pertenecientes a aquella nueva cultura.
La tumba 569 no fue la primera en
encontrarse aunque estuvo entre las primeras, pero sí resultó ser la más
importante por los objetos que contenía. Por ello creo interesante reproducir algunos
detalles que Brunton nos aporta sobre esta tumba:
«A una profundidad de 90
ins bajo la presente superficie, esta tumba fue encontrada en grava arenosa. El
suelo estaba perdido por lo que no es posible aportar medidas, pero era una
tumba grande, con abundancia de espacio para los objetos alrededor del cuerpo.
Todo lo que quedaba del cuerpo eran las piernas y un brazo. Las piernas estaban
aparentemente intactas, con las rodillas dobladas de forma acusada; ellas
mostraban que la cabeza había estado hacia el sur, mirando al oeste. El cuerpo
no parece que hubiera sido contraído fuertemente ya que los muslos forman un
ángulo obtuso con la probable línea de la columna vertebral, a
juzgar por el eje general de la tumba. Dispersos a lo largo del lado oeste,
cerca del brazo, había tres recipientes, el grande tosco del tipo RB 37h (más
adelante veremos en detalle los tipos cerámicos badarienses); el cuenco
bellamente ondulado del tipo BB 3d; y el curioso ejemplar con cuatro asas, del
tipo MS 7, de una fina cerámica rosácea. Cerca del pie había un grupo intacto
de tres objetos: la copa de cerámica negra con decoración incisa rellenada en
color blanco, del tipo MS 24 y que contenía carbón vegetal; un gran cuchillo de
sílex; y una losa de selenita que muestra restos de madera a su alrededor,
posiblemente procedente de un marco. Si esto es así, podría haberse usado como
espejo» (Brunton y Caton-Thompson, 1928: 3. La traducción es obra del autor
del presente trabajo).
En la Figura 4 podemos ver tanto una
fotografía del contenido de la tumba como el plan de la misma.
Figura 4: La imagen procede de Brunton y
Caton-Thompson, 1928: láminas IX.27 y XXVI.
|
Tras el hallazgo de esta tumba con
objetos claramente predinásticos aunque difícilmente asignables a cualquiera de
las culturas conocidas hasta entonces debido a la aparición de la curiosa
cerámica «ondulada», sólo se encontraron
unas pocas tumbas que también contuviesen fragmentos del tipo cerámico con esa
peculiar superficie ondulada, al pie de los acantilados de el-Etmanieh, allí
donde se encontraban situadas las tumbas en roca de los nobles, además de unos pocos
objetos diversos hallados en la zona.
No obstante, a una distancia de unos
16 km. al norte de el-Etmanieh, cerca de la ciudad de el-Badari, J.L. Starkey,
uno de los miembros del equipo de Brunton, encontró numerosos fragmentos de ese
tipo cerámico durante el examen de la franja de bajo desierto, lo que indicaba
claramente la existencia de restos, ya fueran cementerios o asentamientos,
badarienses.
Así pues, fue durante la segunda
temporada de trabajo del equipo de Brunton cuando se llevaron a cabo los
principales descubrimientos de lo que habría de configurar la cultura
Badariense. Esta segunda temporada de excavaciones, entre 1923 y 1924, se
desarrolló parcialmente en el-Etmanieh pero principalmente en los alrededores de
el-Badari. Habida cuenta de que en la anterior temporada de excavaciones se
habían descubierto numerosos fragmentos cerámicos ondulados, Brunton trasladó su
campamento unos 8 km al norte del anterior, al pie de los acantilados cerca de
la población de Sheikh Esa, lugar donde permanecerían durante las dos
siguientes temporadas de trabajo. La franja de bajo desierto entre los
acantilados y la zona de cultivo se extiende, aproximadamente, unos 10 Km desde
la especie de cabo que forma el desierto, cerca de Naga Wissa, en el norte,
hasta un poco más al sur de Sheikh Esa. La anchura de la mayor parte de la
franja no llega a un kilómetro y consiste en una sucesión de suaves riscos que
se adentran en los campos desde los acantilados que son divididos por estrechas
depresiones a las que difícilmente se puede llamar wadis. En esta ocasión los
investigadores construyeron unas cabañas en el borde del desierto, bajo los
acantilados, haciendo uso también de alguna de las tumbas greco-romanas
excavadas en la roca. El trabajo de Brunton y su equipo culminó con el hallazgo
de un cementerio cerca de Sheikh Esa. Estos descubrimientos permitieron dar a
la cultura Badariense su propio contexto histórico aunque todavía le haría
falta a Brunton una tercera temporada de trabajo en el-Badari que sería
dedicada, en exclusiva, a excavar cementerios pertenecientes a esta nueva cultura.
Durante esta tercera temporada de
excavaciones y a lo largo de la ribera oriental del Nilo se encontraron
cementerios badarienses desde Matmar al norte hasta el-Etmanieh, en el sur de
la zona. También se encontraron restos de asentamientos en localidades como el-Hammamiya,
Matmar, Mostaguedda así como al pie de los acantilados de el-Badari. Aunque se
pensaba que la cultura Badariense estuvo restringida a esta zona, entre Matmar
y el-Etmanieh, estudios posteriores han demostrado la aparición de restos badarienses
en Armant, Hieracómpolis e incluso en el Wadi Hammamat fue encontrado un
cementerio badariense durante la expedición llevada a cabo por F. Debono a
finales de la década de los cuarenta del siglo pasado y que fue publicada en 1951, lo
cual podría demostrar la existencia de relaciones comerciales o de otro tipo
entre los badarienses y la zona del Mar Rojo e incluso con la Península
Arábiga. También se han encontrado restos badarienses tan al sur como en la
Primera Catarata, en Asuán.
No obstante la expansión geográfica
que alcanzó la cultura Badariense, ésta se circunscribe, fundamentalmente, a
una serie de asentamientos y a unos cementerios cuyas tumbas contienen una
riqueza no vista antes durante el Neolítico y que cubren una franja de
aproximadamente 33 km en la zona de bajo desierto, al pie de los acantilados y
riscos de caliza a lo largo de la orilla oriental del Nilo, en el Egipto Medio.
Los comienzos de la cultura Badariense
pueden retrotraerse a la primera mitad del V Milenio a.C. y quizás a un poco
antes, en torno al 5000 a.C. aunque sólo se puede confirmar de forma definitiva
su existencia entre el 4400 y el 4000 a.C. (Hendrickx y Vermeersch, 2007: 66) siendo
en parte, por lo tanto, contemporánea de algunas comunidades del norte como el-Fayum,
Merimde Beni Salame o el-Omari. Sin embargo, los objetos producidos por los badarienses
son más avanzados que los procedentes de los yacimientos del Bajo Egipto,
mostrando una mayor superioridad tecnológica y un mayor cuidado en cuanto a la
calidad y a las consideraciones estéticas se refiere (ver Figura 5).
Figura 5: La imagen procede de Brunton, 1948:
lámina XVIII
|
A pesar de que las conexiones entre
los descubrimientos llevados a cabo por Brunton y las culturas predinásticas
descubiertas por Petrie y por de Morgan eran muy evidentes, el hecho de que el
Badariense, como cultura, hubiera precedido al Amratiense sólo fue demostrado
de forma fehaciente después de que Gertrude Caton-Thompson llevara a cabo la
excavación de una zona de vivienda cerca de el-Hammamiya. Como veremos más
adelante en el apartado correspondiente a los asentamientos badarienses, allí la
arqueóloga realizó la primera excavación estratigráfica, demostrando que los
restos badarienses estaban situados físicamente por debajo de los niveles
ocupados, tanto por el Amratiense como
por el Guerzeense y que, por lo tanto, eran más antiguos.
Llegado este punto podemos
preguntarnos: ¿Quiénes eran estos badarienses? ¿De dónde habían venido?
Basándonos en las evidencias arqueológicas podemos afirmar que eran
agricultores y pastores, que también cazaban y pescaban usando los recursos que
les proporcionaba el medio ambiente en el que vivían. Al principio se pensó que
podrían proceder del sur, de lo que hoy es Sudán, sin embargo, evidencias
posteriores han vinculado a los badarienses con los antiguos habitantes de los
oasis occidentales, como Bahariya, Farafra, Kharga o Dakhla, que se habrían
visto empujados hacia el Valle del Nilo como consecuencia de la creciente
aridez que se produjo en la región a finales del Neolítico egipcio. Krzyzaniak
(1977, obra a la que hago referencia indirecta puesto que no he podido disponer
de la misma) recalca el hecho de que el característico «efecto ondulante» de la cerámica badariense fuera también
practicado en Jericó desde el 4500 a.C. en adelante y que aparece tanto en Biblos
como en el sur de Anatolia y en el norte de Mesopotamia aproximadamente al
mismo tiempo, llevándole a sugerir que el Desierto Oriental y, finalmente, el
sudoeste de Asia podrían ser considerados como los puntos de origen de la
cultura Badariense. Arkell, por otra parte, tiene en cuenta que la típica
cerámica Black-Topped (cerámica de Borde Negro) no es encontrada en ningún otro
lugar fuera de la región del Nilo pero que, sin embargo, sí que está presente
en Jartum desde el Neolítico y sugiere que la cultura Badariense debió haber
emergido en el sur (Arkell, 1975, referencia indirecta por no disponer del texto),
este mismo autor también asocia el Badariense con la cabeza de maza en forma de
disco aunque, como anota Cialowicz, ninguna cabeza de maza ha sido datada con
certeza en un contexto Badariense (Cialowicz, 1987: 11-14).
En cuanto se refiere al origen de los
badarienses, disponemos de una amplia gama de teorías y de opiniones aunque las
últimas teorías parecen ir a favor de que, aún con potenciales influencias del
norte y del este, los orígenes de los badarienses están en las comunidades
neolíticas procedentes del Desierto Occidental egipcio (Irish, 2006: 1-2)
aunque debemos señalar que parece como si la cultura Badariense no se hubiera
originado sólo a partir de una única fuente, si bien se está de acuerdo con que
la predominante pudo haber sido la procedente del Desierto Occidental
(Hendrickx y Vermeersch, 2007: 69).
No obstante hemos de señalar que las
posiciones no han sido tan claras como parecen, por ejemplo Baumgartel
considera que los badarienses debieron haber sido una mezcla de poblaciones que
se moverían desde el sur hacia el Egipto Medio mientras que, al mismo tiempo,
existirían influencias asiáticas procedentes del este en forma de agricultura y
domesticación de animales (Baumgartel, 1955: 49). Esta fue también la opinión
de Caton-Thompson quien basó sus suposiciones en el tipo de sílex que usaban
los badarienses, bloques recogidos en la superficie del desierto. La arqueóloga
sugiere que el uso del sílex de superficie indicaba la ignorancia de la
existencia de las vetas de excelente materia prima dentro de las formaciones
calizas del Eoceno y que los badarienses tenían a su disposición. Así, Caton-Thompson argumenta
que los badarienses debieron haber llegado de regiones más al sur, diferentes
geológicamente y que posiblemente alcanzasen Asiut. Holmes, sin embargo,
rechaza convincentemente ese argumento en base a que la elección de materias
primas estaba, en realidad, adaptada a unos requerimientos inicialmente bajos, mientras que la búsqueda de grandes bloques de sílex
finamente granulados podía haber sido provocada por el incremento de la demanda,
tanto en cantidad como en calidad, de los artefactos en las posteriores
culturas (Holmes, 1989, referencia indirecta). En
cuanto a la industria lítica, Holmes apunta que hay algunas similitudes con la
cultura post-paleolítica del Sahara que se basaba en hojas y láminas y en la
que no faltaba una buena representación de hachas pulidas y puntas de flecha de
base hueca, lo cual quiere decir que no podemos excluir la posibilidad de que
el semicírculo formado por los oasis de Bahariya, Farafra, Dakhla y Kharga
pudiera haber sido el origen de poblaciones que estaban ya persiguiendo un modo
de subsistencia pastoral, estas poblaciones pudieron haber sido empujadas hacia
el este por el incremento de la aridez para asentarse, finalmente, en la región
de Asiut y Tahta. Las especies vegetales que comienzan a ser cultivadas por los
badarienses podrían ser consideradas un problema potencial para la defensa de
esta teoría, pero su introducción desde el Próximo Oriente, vía el Bajo Egipto
o por las rutas que comunicaban el Valle del Nilo con el Mar Rojo, podría
resolverlo. De esta forma, las culturas neolíticas presentes en el-Fayum y
Merimde Beni Salame podían haber transmitido hacia el sur la técnica de los
vasos cerámicos pulidos que habrían sido elaborados con un diseño diferente en
el ámbito cultural badariense.
Los badarienses, tal y como hemos
visto, podrían haber llegado desde el sur, desde el este, desde el oeste e
incluso desde el norte, desde todos los puntos cardinales. Pero uno de esos
puntos de vista puede ser sostenido sin dificultad, el expresado por Holmes
cuando dice que el Badariense no puede ser visto como una tradición que emerge
de una única fuente (Holmes, 1989, referencia indirecta). Estamos
hablando ya de una cultura compleja que, sin duda, era profundamente egipcia en
el sentido de que parece haber asimilado y convertido en elementos originales propios
toda una serie de rasgos de diversa procedencia y que raramente hubieran podido
ser encontrados, todos ellos juntos, en otras partes. Se trata, en definitiva,
de comunidades que surgen al final del V Milenio a.C. en el norte del Alto
Egipto y, sin que nadie ni nada los hubiera anunciado, llevan con ellos, además
de toda la «parafernalia» propia de
los Neolíticos, el conocimiento del cobre procedente quizás del Sinaí y del
Desierto Oriental, los mismos lugares de donde procedía la malaquita para el
adorno personal. Los badarienses colocan a Egipto, a juzgar por la complejidad
social mostrada en sus cementerios, en el punto de partida del formidable
fenómeno de aceleración cultural que dos milenios más tarde hará posible el
nacimiento del Estado Egipcio.
3-Los
Cementerios Badarienses
La cultura Badariense es conocida,
sobre todo, por los materiales funerarios recuperados en los cementerios ya sea
porque las tumbas han sido mejor preservadas que los lugares de vivienda o por
la mayor proporción de las inhumaciones encontradas frente al número de
hallazgos de yacimientos de habitación. Por ese motivo comenzaré con el estudio
de los enterramientos badarienses.
En primer lugar diremos que el terreno
en el que son cavadas las tumbas en el ámbito de la cultura Badariense es
bastante maleable, blando, dominando la grava arenosa y restos de roca caliza,
de forma que aquellas pudieron ser fácilmente excavadas por los badarienses con
el utillaje, todavía muy primitivo, que estaba a su disposición y que les
dificultaría la excavación de sus sepulturas en terrenos más duros.
Las tumbas están agrupadas en secciones,
formando una veintena de cementerios a lo largo de las franjas del desierto que
separan la tierra cultivada de los macizos de piedra caliza que bordean el
cauce del Nilo a lo largo de su orilla oriental. En total, los cementerios
comprenden poco más de setecientas tumbas, dispuestas en grupos
cuantitativamente muy desiguales (Midant-Reynes, 2003:
158).
Los enterramientos no tienen una forma
definida mayoritaria y adoptan, generalmente y en la mayoría de las tumbas
examinadas, la forma de simples agujeros groseramente ovales y aproximadamente
redondos en algunas ocasiones, con la excepción de alrededor de veinte tumbas
cuyos lados son rectos (ver algunas de las formas en la Figura 6).
Figura 6: La imagen procede de
Brunton y Caton-Thompson, 1928: lámina IX
|
Las tumbas de lados rectos, citadas en
el párrafo anterior, son divididas por Brunton en tres clases (Brunton, 1937: 43):
Clase 1 o clase de tumbas
definitivamente rectangulares.
Clase 2 o clase de tumbas
rectangulares con lados rectos pero cuyas esquinas son redondeadas.
Clase 3 o clase de tumbas rectangulares
con los lados largos rectos pero con los lados cortos redondeados.
Así, en efecto, en la zona de
el-Badari aparecen varias tumbas con sus lados más o menos rectos y las
esquinas redondeadas, se trata de las tumbas 5397, 5716 y 5803 (ver el perfil de la
tumba 5803 en la Figura 6 número 22).
Pero esta forma de las tumbas, que
parece excepcional en la zona de el-Badari, aparece con más frecuencia en los
yacimientos de Mostaguedda en cuyo cementerio 1200, también perteneciente a la
cultura Badariense, aparecen alrededor de veinte fosas de forma rectangular y
con ángulos que son, a veces rectos, a veces redondeados y algunas de ellas con
las paredes rectas (Vandier, 1952: 192). Estas tumbas, ordenadas según la
clasificación que hemos señalado más arriba, son las siguientes (Brunton, 1937:
43):
Clase 1: tumbas 572 y 594.
Clase 2: tumbas 202, 1223, 1227, 1251,
1252, 1254, 1255, 1258, 1259 y 1266. En Matmar también tenemos las tumbas 2015,
2019, 2040 y 2501 (Brunton, 1948: 9).
Clase 3: tumbas 2208, 2210, 2212, 2706
y 3506.
Otras pocas tumbas pudieron haber
tenido sus paredes originalmente rectas aunque habrían perdido esta
característica por el desmoronamiento del terreno en las que fueron excavadas.
La mayor parte de las tumbas que presentan un corte rectangular aparecen en el cementerio
1200 de Mostaguedda donde también se encontraron las tumbas más grandes. De
hecho, la tumba de mayor longitud que alcanza los 228 cm es la tumba número
1254. Parece claro, por lo tanto, que los badarienses consideraban deseable una
tumba cuidadosamente cortada en forma rectangular y que las usuales tumbas con formas ovales o
redondeadas parecían quedar para la gente con menos categoría social que no
pudiera acceder a las primeras. Las paredes de las tumbas no son verticales
sino que presentan una inclinación de varios grados con lo cual podríamos denominarlas como «acampanadas»
de tal forma que el diámetro del fondo de las tumbas es bastante más pequeño
que el diámetro de la apertura en la superficie del terreno formando una especie
de tronco de cono invertido.
No aparece ningún rastro, en el
interior de las tumbas badarienses, de los nichos o huecos abiertos en las
paredes que caracterizan las tumbas tasienses (ver Anexo 3) y en los que se
solía colocar un vaso cerámico. Sólo se ha encontrado una excepción, la de la
tumba 1243 de Mostaguedda que, pese a ser ciertamente badariense, contiene un
nicho cortado en la pared de su lado oeste, tal y como sucede en las tumbas
tasienses.
Las dimensiones de las fosas varían,
las dimensiones exteriores van desde 1,12 m a 1,62 m, siendo el diámetro medio
de la abertura de 1,32 m aproximadamente. En Mostaguedda el diámetro medio es
1,19 m para los varones y 1,16 m para las mujeres. En algunos sectores el
diámetro medio para las tumbas de las mujeres es mayor que el de los hombres,
por ejemplo 1,21 m frente a 1,14 m en el cementerio 400. Las cifras extremas
son 1,01 m la menor y 2,28 m la mayor. La profundidad es más difícil de
evaluar, siendo de alrededor de 1 m en la zona de el-Badari mientras que, para
la zona de Mostaguedda, Brunton no aporta cifras. Hay que señalar que las
tumbas más pequeñas no siempre pertenecen a mujeres o a niños (todos estos
datos han sido obtenidos en Vandier, 1952).
Cada tumba era rigurosamente preparada
para recibir el cadáver. Una estera lo suficientemente grande como para que sus
bordes pudieran ser unidos por encima del cadáver, era colocada en el suelo
para acomodar el cuerpo contraído y atado, probablemente antes de que comenzase
a actuar el «rigor mortis», mientras
que la cabeza era dejada, en algunas ocasiones, sobre una almohada hecha de
paja o de piel animal enrollada. Todo
el cuerpo era entonces o bien simplemente cubierto o bien envuelto completamente ya fuera
con una estera hecha de materiales vegetales o con una piel de animal (de cabra o de gacela), que aparecía con la cara peluda hacia el
interior, a menos que la piel hubiera sido curtida en cuyo caso el pelo no era
visible. La mayoría de las ocasiones parece que esta piel también cubría uno o
más vasos cerámicos situados como ofrendas funerarias aunque algunas tumbas
intactas han demostrado que los vasos cerámicos podían estar situados a un
nivel más alto, como si no hubieran sido añadidos a la tumba hasta que el
propio cuerpo hubiera sido, al menos parcialmente, enterrado (Parra Ortiz,
1998: 18).
En ciertos casos un trozo de tela era
situado entre la piel animal y el cuerpo. Los restos de vestidos hallados sugieren que era
usada alguna clase de taparrabos corto de lino o de piel animal forrada con
lino (Midant-Reynes, 2000: 153). En efecto, en ocasiones el muerto, tanto en el-Badari
(lo que sucede en 16 ocasiones) como en Mostaguedda (lo que sucede en 48
ocasiones), estaba envuelto en una pieza de tela que se colocaba directamente
sobre la piel del cadáver, salvo en un caso en el que la piel de animal se
interponía entre el tejido y el cuerpo. Estos tejidos deben considerarse más
como los restos de una pieza de vestimenta que como los restos de una mortaja. A
este respecto Vandier nos dice:
«En el-Badari, en efecto, 7
veces sobre 16, la cabeza estaba envuelta en un tejido, en otro caso el tejido
lindaba en las caderas lo que indica que el personaje ―un hombre― estaba
vestido con un taparrabos. Otro hombre tenía un "puñado" de tela en
cada una de sus manos; en los otros siete casos, el cuerpo entero estaba
cubierto de tela. Los mismos usos, pero con porcentajes diferentes, han sido
revelados en Mostaguedda. El paño es siempre un tejido de lino, como en el-Fayum.
Muy frecuentemente (68 casos en el-Badari y 126 en Mostaguedda), el cuerpo está
envuelto en una piel de animal hasta la cabeza, no comprendida. La piel estaba
colocada, con una excepción como se ha visto, sobre el vestido de lino, cuando
este existía y el pelo de la piel estaba, casi siempre, vuelta hacia el cuerpo.
Se utilizaban pieles de cabras o de gacelas cuyo color podía variar: negro y
gamuza, negro y amarillo, negro y marrón, marrón y amarillo o, en fin,
uniformemente negro, gamuza, amarillo o marrón. En cuatro casos Brunton creyó identificar
el pelaje de un gato (en aquel momento los gatos no estaban domesticados, se
trataba por lo tanto de gatos salvajes). Las pieles estaban, a veces, cosidas y
bordadas con una especie de correa o tira de cuero. El pelo era más o menos
largo, dándose casos en los que el pelo no era visible, lo cual parece indicar
que la piel había sido curtida» (Vandier, 1952: 195-196).
No está probado que las tumbas
badarienses hubieran estado dotadas de alguna clase de techado interior que
tratase de proteger al difunto de la arena o grava con la que se rellenaba y cerraba
la tumba. Por otra parte, mientras Vandier (1952: 192) afirma que no ha sido
probado que las tumbas badarienses hubieran estado techadas, Baumgartel dice que
«algunas estaban techadas con palos y esteras» (Baumgartel, 1955: 21). No
obstante, se ha podido constatar que las paredes estaban en ocasiones
revestidas de una estera, lo que indica que se deseaba proteger el cadáver
contra eventuales caídas de grava o arena. De esta primera indicación podríamos
deducir que los badarienses habrían previsto algún sistema de cobertura que no
resultó lo suficientemente eficaz ya que los objetos encontrados en las tumbas
aparecen generalmente rotos y muy pocos esqueletos han aparecido intactos lo
cual, muy probablemente, fue causado por corrimientos de tierra fortuitos
debidos al paso del tiempo y, por lo tanto, posteriores al rellenado de la fosa
(frente a diversas teorías que hablan de la desmembración de los cadáveres). En
las paredes de algunas fosas se han encontrado fragmentos de madera que podrían
provenir de un antiguo techo colapsado. En otros casos, bastante raros eso sí,
se han hallado agujeros en los cuales se encontraban todavía fragmentos de
madera, posibles vestigios de postes que podrían haber sostenido un antiguo
techo. Estos indicios han sido confirmados en algunas tumbas badarienses de
Mostaguedda, por ejemplo: en la tumba 493, en cuyo extremo norte, a 5 cm bajo
el nivel actual de la superficie, fue hallado el extremo de una viga larga, de
unos 13 cm, colocada transversalmente; en la tumba 1646 se han encontrado dos
ramas que medían 73 cm de largo y 5 cm de espesor, una sobre la otra, 25 cm por
debajo de la superficie actual y 63 cm sobre el nivel del suelo de la tumba; en
otras dos tumbas de Mostaguedda, las 2702 y 2704, se han encontrado dos varas o
postes erigidos que sostenían, casi ciertamente, un techo hoy en día
desaparecido; también aparecen palos en la tumba 598; en varias tumbas, las
numeradas como 204, 1220, 2014 y 2227 —también de Mostaguedda— aparecen ramas
que se extienden sobre la estera correspondiente y que podrían proceder de
techados de ramas o haber formado parte de una especie de ataúdes de cestería
que, como sucede en las tumbas tasienses (ver Anexo 3), no eran inusuales en
esa época; por último señalar que en la tumba 434 aparece una tosca estera que
cubre al resto de los envoltorios habituales y que pertenecería, probablemente,
al techado de la tumba.
La orientación de los cadáveres es muy
diferente de la que Junker observó en Merimde Beni Salame donde lo habitual era
que se encontrasen acostados sobre el lado derecho y mirando casi siempre hacia
el este o hacia el noreste. En los enterramientos de la cultura Badariense, por
el contrario, el muerto reposa casi siempre sobre el lado izquierdo, con la
cabeza hacia el sur y mirando hacia el oeste. No obstante aparecen numerosas
excepciones, por ejemplo la cabeza está orientada a veces hacia al norte y
excepcionalmente hacia el este o hacia el oeste, de hecho, sobre las 148 tumbas
sacadas a la luz en la zona de el-Badari, la cabeza está orientada en el 84% de
los casos hacia el sur y en el 16% de los casos hacia el norte (Castillos,
1982: tablas 1-4. Referencia indirecta), en ocho casos aislados la cabeza está
orientada bien hacia el este, bien hacia el oeste. Es interesante remarcar que
la mayor parte de los esqueletos que tenían la cabeza hacia el norte (14 sobre
23) estaban acostados sobre el lado derecho, el muerto miraba por lo tanto
hacia el oeste. Recordemos que los esqueletos que tenían la cabeza hacia el
sur, con algunas excepciones (excepciones que suponen alrededor del 5%),
estaban acostados sobre el lado izquierdo, lo que quiere decir que miraban
también hacia el oeste (Vandier, 1952: 194).
Como sucede también en
Merimde Beni Salame, los esqueletos en los cementerios badarienses están, más o
menos, «acurrucados», contraídos, en
posición que se denomina «embrionaria»,
siendo raro, no obstante, que las rodillas toquen el mentón per sin que el grado
de contracción sea siempre el mismo. En la posición más frecuente los fémures
forman un ángulo agudo aproximado de 60º con la espina dorsal, pero este ángulo
otras veces es recto y en otras ocasiones es obtuso. Las manos de los cadáveres
están casi siempre o bien directamente delante de la cara o en las cercanías
del rostro aunque aparecen excepciones a esta regla en las que las manos están
alejadas del rostro y también en que una o las dos manos están a la altura de
las rodillas, como sucede en las tumbas 5342, 5727 o 5156 (ver los esquemas de estas tres tumbas en la Figura 6, números 14, 15 y 26 respectivamente). En la tumba 5725 una mano está a la altura de la cadera y la otra
más cerca del pie que de la rodilla.
En Mostaguedda dos
esqueletos de hombres, en las tumbas 5744 y 5752, están completamente
extendidos sobre el dorso. Se puede afirmar que la posición llamada «embrionaria» debía ser, en realidad, una
posición que podríamos denominar como de «sueño»
o de «dormido». Brunton reveló en el-Badari
lo que podría ser la confirmación de esa interpretación cuando remarca que la
cabeza debía estar situada en una ubicación ligeramente más elevada, la misma
posición que se mantiene durante el sueño con el uso de una almohada,
normalmente más alta la cabeza que el resto del cuerpo.
No parece que los
badarienses conocieran un método para conservar los cuerpos. Los órganos
internos habían desaparecido siempre, la piel estaba visible a veces pero lo
más frecuente es que hubiera desaparecido y no quedase nada más que el
esqueleto. De forma general los cuerpos estaban mejor conservados en Mostaguedda
que en el-Badari. No se conoce el desmembramiento intencionado. En Mostaguedda ocurre
en ocasiones que la cabeza ha sido desplazada o que incluso ha desaparecido. El
primer caso puede ser explicado fácilmente ya que, según hemos visto, la cabeza
reposa sobre una superficie ligeramente más elevada que el resto del cuerpo,
desde el momento en el que los ligamentos que unen la cabeza al tronco
desaparecen por la putrefacción, la cabeza se desplaza de forma natural. En
otros casos el desplazamiento de la cabeza se puede explicar, ya sea por una
violación de la sepultura ya sea por un accidente sobrevenido en el curso del
enterramiento. Hemos de tener en cuenta también que, con frecuencia, la tumba
era demasiado pequeña para el cuerpo. También nos encontramos con casos más
difíciles de explicar, como la desaparición de la cabeza en once tumbas badarienses
de Mostaguedda, posiblemente violadas, sin que pueda ser atribuido este hecho a
la práctica del desmembramiento ritual ya que un esqueleto ritualmente
desmembrado debería serlo completamente, lo que no sucede aquí. Un caso tanto o
más curioso todavía, se ha constatado en el-Badari, se trata de la tumba de una
mujer de avanzada edad cuya tumba no había sido violada y cuya cabeza, no
obstante, había sido reemplazada por un vaso cerámico por lo que no puede
tratarse de un accidente. En Mostaguedda los médicos han revelado en los
esqueletos numerosas trazas de lesiones o de enfermedades: huesos rotos,
artritis, cálculos renales. Uno de los esqueletos pertenecía a un enano.
No se han encontrado
restos de ataúdes propiamente dichos, ni de madera ni de arcilla. No obstante,
se ha revelado en una tumba de el-Badari un conjunto de cañas y palos formando
un rectángulo muy claro, se trata sin duda de una especie de cuna de mimbre,
semejante a aquellas que fueron sacadas a la luz en algunas tumbas tasienses, y
que parece haber alojado los restos del cadáver de un niño pequeño, si bien es
cierto que los vasos cerámicos que le acompañaban fueron encontrados en el
exterior de este receptáculo. Fragmentos análogos han sido encontrados en
algunas tumbas en el-Badari pero es, sobre todo, en Mostaguedda donde Brunton
pudo estudiar este peculiar tipo de ataúdes. Allí, en efecto, el cuerpo está a menudo
encerrado en una construcción de palos y ramas que forman como una especie de gran
cesto, recubierto a veces de varias capas de esteras o de ramas. En otros
lugares se trata de un simple marco de madera colocado sobre un piso de ramas y
recubierto con una estera que haría las veces del techo. En Mostaguedda se
encuentran en casi todas las tumbas, además de estas cestas-ataúdes, esteras de
cañas, de juncos, de paja o de cuerda que eran extendidas sobre el suelo de
forma que fueran lo suficientemente grandes como para acoger todo el cuerpo
que, de esa manera, quedaba envuelto por estos elementos, como ya hemos visto
anteriormente. Esta costumbre no parece haber existido en el-Badari. No
obstante, podría suceder que esos ataúdes de cestería acogieran al difunto y
que algunas de esas estacas de madera cuyos restos han sido encontrados, sirvieran
para mantener una cobertura vegetal sobre el cadáver, a la manera de una
especie de dosel (Midant-Reynes, 2003: 158).
Las tumbas eran
individuales. En ninguna parte de el-Badari se han encontrado enterramientos múltiples, de una madre con su niño o dos cadáveres enterrados juntos
y pertenecientes, probablemente a dos hermanos. Por el contrario, en los
cementerios de Mostaguedda se han podido revelar algunos casos raros de
inhumaciones múltiples: las tumbas 2840 y 1243 contenían una mujer y un niño; en
la tumba 2704 Brunton encontró dos varones ancianos; en la tumba 2224 encontró
un varón y un niño; en la tumba 2842 encontró un adulto y un niño; en la tumba
470 descubrió dos cráneos; las tumbas 448, 471, 473, 474, 487, 493, 496, 1206,
1212 y 3527 contenían dos cuerpos cada una de ellas; por último señalar que en
la tumba 472 fueron encontrados tres cuerpos. Aparecen pues algunas
inhumaciones múltiples, dos o tres individuos, uno de los cuales era, con
cierta frecuencia, un bebé recién nacido, enterrado tal vez con su madre. Estos
casos, sin embargo, siguen siendo bastante excepcionales (para todos los casos
de este párrafo ver Brunton, 1937: 6-7 y 35-40).
También fueron
encontrados enterramientos con una posible representación simbólica, así
Brunton informa de la aparición, en el área 400 de Mostaguedda, de tres tumbas
sin cuerpos pero con recipientes cerámicos (Brunton, 1937: 34). En el área 3500 Brunton encontró nueve conchas agujereadas y un cuenco
de cerámica grosera marrón en tumbas que carecían de cuerpos (Brunton, 1937:
41). En el área 500 encontró dos tumbas vacías con restos de almohadas de
salvado, cáscara del grano de los cereales desmenuzada por la
molienda (Brunton, 1937: 36). Sólo añadir que tumbas similares han sido
halladas en otras culturas y que, probablemente, fueron preparadas de esa forma
cuando resultaba imposible inhumar los restos físicos de ciertos miembros de la
comunidad (Anderson 1989: 40 haciendo referencia a O’Shea, 1984: 132).
En ciertas zonas de las
necrópolis badarienses todas las tumbas pertenecen a hombres o a niños y por el contrario, ningún sector parece haber sido reservado en exclusiva a las mujeres y
en todas partes, al lado de donde se encuentra una tumba de mujer, aparece la tumba
de hombre. En la zona de Mostaguedda, en el cementerio 300, los hombres eran
enterrados en el oeste y las mujeres en el este. En el cementerio 1200, las
mujeres eran enterradas por grupos, al norte, al este y al sur. En otros
lugares no parece que hubiera habido separación entre los hombres y las mujeres
siendo inhumados en los mismos sectores sin zonas preferentes para unos y otros
(Vandier, 1952: 196). Vercoutter dice que, en ciertas necrópolis badarienses,
la de Mostaguedda entre otras, parece haber sido observada una separación según
el sexo: mujeres a un lado y hombres a otro (Vercoutter, 1992: 102). Se aprecia
un fuerte déficit de enterramientos de niños muy pequeños que quizás fueran inhumados
en las zonas de hábitat.
Respecto a los
esqueletos se han podido observar algunos detalles interesantes: los cabellos
eran marrones o negros con toda una variedad de matices entre esos dos extremos
y sólo en once casos, sobre los cincuenta y uno en que los cabellos han podido
ser observados, aquellos eran grises o canosos. Ese detalle prueba que el
porcentaje de personas de más edad era relativamente bajo, lo que no tiene nada
de sorprendente si pensamos en las condiciones en las que vivían los
badarienses. Los cabellos podían ser tanto lisos como ondulados o rizados, pero
eran sobre todo ondulados. Una joven mujer llevaba un mechón de cabellos sobre
la frente, descendiendo hasta los ojos. Los hombres no llevaban ni barba ni
bigote. Los individuos más pequeños medían 1,62 m, los más grandes casi 1,90 m.
Los hombres sólidos y musculosos eran raros. Los cráneos, en general, son
bastante semejantes a aquellos que fueron encontrados en las otras necrópolis
del Alto Egipto aunque presentan un prognatismo —abultamiento e inclinación
marcada de la mandíbula inferior— más acentuado que los de la cultura Nagada.
Los antropólogos ingleses a los que se deben estos datos admiten que los
badarienses podrían estar emparentados con los habitantes primitivos de la
India pero, por otra parte, suponen que las dos ramas, badariense e india, son
originarias, una y otra, de un centro común situado en alguna parte de Asia
(Vandier, 1952: 197).
El ajuar funerario
badariense no es tan abundante ni tan llamativo o elaborado como lo será en
momentos posteriores dentro del Predinástico (ver Figura 7 con la fotografía
del ajuar funerario hallado en la tumba 5739). No obstante, la mayor parte de
las tumbas descubiertas están equipadas con bienes materiales entre los cuales
la cerámica, siempre confeccionada a partir de arcilla local, constituye el
elemento de base (Midant-Reynes, 2003: 159). Aunque los ajuares funerarios se
verán más adelante y con mayor extensión, diré ahora que dicho ajuar estaba
constituido, por regla general, por uno o unos pocos vasos cerámicos, adornos
de distinto tipo, paletas cosméticas, peines, cáscaras de huevos de avestruz
usados como recipientes, objetos de cobre, collares, elaboradas fajas o
cinturones en algunas de las mujeres enterradas, objetos de marfil o hueso,
agujas, objetos con forma de animales y estatuillas humanas representando
mujeres, cuya función no está del todo clara. Sobre estas últimas se han
adelantado varias interpretaciones como por ejemplo que podían ser representaciones
de una diosa madre, o concubinas simbólicas para el difunto, o modelos
funerarios de sirvientas, o incluso símbolos de fertilidad. La primera es poco
verosímil pues no se han hallado indicios de tal tipo de culto en tiempos históricos y la segunda se vio debilitada
por la presencia de estas estatuillas en tumbas donde estaban enterradas
mujeres (Adams, 1988: 55-57).
Figura 7: La imagen procede de Brunton y
Caton-Thompson, 1928: lámina XX.16
|
Se puede encontrar,
también entre los ajuares funerarios de las tumbas, la bella cerámica roja
pulida de borde negro y superficie ondulada tan característica del Badariense.
También vemos cerámicas pulidas marrones de borde negro, cerámicas enteramente
pulidas negras o rojas así como recipientes de factura más grosera con
superficie rugosa y marrón. En menor medida aparecen otro tipo de bienes
lujosos, manifiestamente importados, bien lo sea el propio objeto o la materia
prima, y que equipan a una minoría de tumbas. Se trataría, por ejemplo, de objetos
de marfil venido del sur; paletas de grauvaca, roca sedimentaria cuya materia
prima procede de los depósitos del Wadi Hammamat; objetos de esteatita; objetos
de cornalina o ágata roja; de cobre o de malaquita, productos originarios del
desierto Oriental y de la zona del Sinaí.
Del análisis de los
ajuares funerarios de las tumbas podemos ver que muy pocas de ellas, entre las
700 encontradas, estaban ricamente dotadas de lo cual se puede inferir que existía
una distribución desigual de la riqueza. En efecto, se ha sugerido que se
trataba de comunidades estratificadas en las que ya se apreciaba una cierta
desigualdad social. No obstante J.J. Castillos dice que, aunque la sociedad
Badariense muestra un nivel discreto de desigualdad social, no sería apropiado
definirlo más allá de una comunidad con una diferenciación basada en el rango
(Castillos, 2002: 51). Los cementerios excavados en Matmar, Mostaguedda y el-Badari
muestran una desigualdad interna relativamente elevada en estas comunidades a
juzgar por el tamaño de las tumbas y sus respectivos ajuares funerarios, sin
embargo esta desigualdad es de bajo valor si comparamos estos valores badarienses
con los de periodos posteriores. Había desigualdad en la cultura Badariense, en
efecto, pero de una naturaleza más pobre, por así decirlo, que en las culturas
posteriores. Las tumbas más ricas tienden a situarse separadas de las demás en
una parte concreta del cementerio, lo que supone una indicación evidente de
estratificación social que, en este punto de la prehistoria egipcia, todavía
parece limitada pero que fue creciendo en importancia ya a lo largo de Nagada
I. La desigualdad social parece mayor en la zona de el-Badari, por lo que se
perfila como el posible centro de esta cultura.
Considero que el asunto
de la estratificación social merece un apartado exclusivo en el que poder
extenderme tal y como merece y en él lo ampliaré. No obstante, creo necesario
señalar en este momento que, entre las poblaciones badarienses resulta evidente
que unas pocas tumbas, tanto de adultos como de niños, mostraban una riqueza en
sus ofrendas funerarias superior a la mostrada por el resto de enterramientos
de lo cual se puede inferir que esas tumbas correspondían a individuos
pertenecientes a una clase social de más alto estatus que la mayoría de
individuos en la sociedad badariense. Estos hallazgos parecen ser incompatibles
con la representación de una sociedad carente de complejidad social, más aún si
pensamos que los bienes funerarios fueron usados como «marcadores» de estatus, no solamente durante todo el Egipto Dinástico
sino también durante los precedentes periodos Amratiense y Guerzeense. Se puede
concluir que la desigual colocación de ofrendas en las tumbas badarienses es
una indicación de una significativa desigualdad social entre los miembros de
una misma comunidad. Como resultado, el sistema social badariense debe ser
considerado como socialmente estratificado (Anderson, 1989: 2). A la misma
conclusión, pero con ciertas limitaciones, llega Castillos (Castillos, 2009: 20),
como podremos ver en el correspondiente apartado.
Se debe señalar que los
humanos no fueron los únicos en recibir sepultura en los cementerios
pertenecientes a la cultura Badariense ya que ciertas tumbas fueron ocupadas
por animales envueltos en esteras, exactamente como si se tratase de humanos.
En efecto, los cementerios badarienses proporcionan las evidencias
arqueológicas más tempranas de prácticas mortuorias que implican enterramientos
de animales en Egipto (en Nabta Playa se encontró una tumba que contenía una
estatua que parecía representar un bóvido, pero no se encontró resto alguno de
que hubiera sido enterrado el cuerpo de ningún tipo de animal). Los cuatro
principales yacimientos de los que derivan estas evidencias son los de el-Badari,
Mostaguedda, Deir Tasa y Matmar, aunque sólo en el-Badari han sido documentados
enterramientos independientes donde animales como bueyes, ovicápridos y
posiblemente un perro fueron enterrados en tumbas separadas dentro de los
límites de los cementerios humanos. En Deir Tasa fueron registradas dos tumbas
similares. En Matmar no se han registrado tumbas independientes de forma que,
los únicos animales allí documentados —posiblemente gacelas aunque no está
confirmado— fueron enterrados a los pies de humanos cuyas tumbas compartían. En
Mostaguedda las evidencias están mucho menos definidas, unos animales, aproximadamente
identificados como gacelas, y otro animal, posiblemente un gato, acompañaban a
los humanos en sus tumbas. El informe del único perro registrado en los
cementerios de Mostaguedda lo deja como un entierro independiente pero podría
haber formado parte de una sepultura humana en cuyo caso los únicos
enterramientos realmente independientes de animales documentados para la cultura
Badariense serían los de el-Badari y Deir Tasa (Flores, 1999: 9-10). Así pues,
sólo tres especies de animales: ganado vacuno, ganado ovino y caprino
(ovicápridos) y perros, aparecen enterrados en tumbas independientes en la cultura
Badariense aunque solamente uno de estos cementerios, el de el-Badari,
proporciona evidencias bien documentadas para las de los dos primeros. Estos
enterramientos estaban, aparentemente, asociados a las tumbas más ricas en la
sección oriental del cementerio, la concentración de estos enterramientos de
animales en un área limitada podría sugerir algún tipo de asociación con las
tumbas de su inmediata vecindad. No está del todo claro si estas inhumaciones
de animales constituían enterramientos originales por sí mismos o si se trataba
de ritos funerarios, realizado tras los enterramientos de seres humanos. La
secuencia temporal de estos enterramientos, con respecto a las tumbas humanas,
no puede ser determinada. Sólo un cementerio proporciona evidencias bien
documentadas para el entierro independiente de un perro. Incluso, si el otro
caso dudoso constituyera también un entierro independiente, los dos solos no
serían suficientes para ofrecer una interpretación del significado de estas
inhumaciones, no obstante podrían haber servido a un propósito similar al
propuesto para los enterramientos de perros en los cementerios de la cultura de
Maadi (Flores, 1999: 100).
En Mostaguedda, Brunton
nos informa que, dentro del cementerio 3500 se hallaron algunas tumbas sin
cuerpos humanos y en una de ellas apareció el esqueleto de un animal,
probablemente un perro, en un enterramiento con esteras. El animal estaba
acostado sobre el lado derecho y con la cabeza hacia el sur. Brunton no
establece claramente si esta tumba pertenece a un animal enterrado de forma
independiente o si formaba parte de un enterramiento humano ya saqueado (Brunton
1937: 41).
En Deir Tasa han sido
documentados dos enterramientos de animales, aparentemente perturbados, dentro
de un cementerio atribuido a la cultura Badariense. Estos animales han sido
identificados inicialmente como ganado bovino o caprino. Las tumbas de los
animales difieren de las de los humanos en que estas últimas son en su mayoría
ovales o circulares, tal y como he expuesto anteriormente, mientras que
aquellas, las de los animales, son rectangulares, forma que escasea en la cultura
Badariense.
En el-Badari se han
encontrado enterramientos de animales en dos zonas. Por una parte, en el
cementerio 5100 aparece la tumba registrada con el número 5113 y en ella se
encontraron los restos de un animal carnívoro pequeño, quizás un chacal o un
perro, tumbado con la cabeza hacia el sur y cubierto con esteras (Brunton y
Caton-Thompson 1928: 7). El enterramiento del animal se encuentra en el centro
de un arco formado por tumbas humanas en el límite oriental del cementerio
(Brunton y Caton-Thompson 1928: lámina IV).
Por otra parte, en los
cementerios 5300/5400 también aparecieron algunos enterramientos de animales,
ganado vacuno, ovino o caprino, tumbas que aparecen agrupadas en la parte norte
del cementerio, donde el área que contiene los restos más ricos
colinda con el sector más pobre (Flores, 1999: 127). Las tumbas halladas son
las siguientes:
Tumba 5422: Entierro de
un gran animal de la especie bovina, tumbado sobre el lado izquierdo, con la
cabeza hacia el sur y cubierto con esteras, exactamente de la misma manera que
los entierros humanos. Esta tumba había sido parcialmente perturbada y el
cráneo del animal había desaparecido. Sólo la espina dorsal permanecía en
posición original, a lo largo del lado este de la tumba. Las medidas de la
tumba eran las siguientes: anchura 154,94 cm; longitud 246,38 cm; profundidad
160,02 cm.
Tumba 5423: aparece completamente
perturbada, se trata del enterramiento de un animal de especie ovina o caprina
(en la página 12 de Brunton y Caton Thompson, 1928 no se especifica la especie
mientras que en la misma obra, en el capítulo IX, página 38, «Identificación de Especímenes Badarienses»
se dice que el profesor Watson —uno de los especialistas que acompañaron a
Brunton en el-Badari— tras examinar el cráneo del animal opina que
probablemente se trate de una oveja). No se puede establecer la orientación del
cuerpo del animal debido a que la tumba estaba completamente perturbada. Aparece
la estera habitual en estas tumbas con la que se cubría el cuerpo del animal y,
en esta ocasión, también aparecen los restos de un envoltorio de tejido. Las
medidas de la tumba eran las siguientes: anchura 101,60 cm; longitud 96,52 cm;
profundidad 76,20 cm.
Tumba 5424: Tumba
bastante perturbada, sus huesos son similares a los de la tumba 5423 y
corresponden, por lo tanto, a especímenes de ganado ovino o caprino. El cráneo
ha desaparecido y sólo la espina dorsal permanece en su posición. En el
registro de esta tumba no se especifica la orientación del cadáver del animal.
Las medidas de esta tumba son: anchura 101,60 cm; longitud 101,60 cm;
profundidad 114,30 cm (ver, para las tumbas 5422, 5423 y 5424, Brunton y Caton-Thompson 1928: 12 y lámina VII).
Tumba 5434: (ver Figura 8), esta tumba no estaba perturbada en el momento de ser descubierta por
Brunton. Se trata de un cuadrúpedo de la especie bovina, animal similar al de
la tumba 5422. Pese a que la tumba no aparecía perturbada, el cráneo estaba
aplastado, demasiado como para poder ser trasladado. No obstante, los maxilares
y los dientes del animal sí pudieron ser trasladados y estudiados. Sólo se
recuperó una parte de un gran cuerno. Quedan también restos de pelo muy corto y
de color castaño oscuro. Tras el examen de los huesos rescatados y de las fotografías,
el Dr. Watson afirmó que se trataba claramente de un buey pero que no se podía
decir mucho más ya que el material era insuficiente para identificar la especie
concreta de bovino de que se trataba añadiendo: «Parece tratarse de un
animal extraordinariamente dotado con grandes cuernos. El cuerno es
sustancialmente más grande que cualquier otro que yo recuerde de posteriores
dinastías egipcias, de hecho yo no estoy seguro de que no pueda tratarse de un
búfalo-vaca». Nos cuenta
Brunton que los nativos que despejaron la tumba declararon que se trataba de un
búfalo a juzgar, probablemente, más por el tamaño que por los detalles
anatómicos. Es de destacar que el fragmento de cuerno hallado está curvado
hacia abajo, recordemos que las representaciones de bueyes predinásticos a
veces muestran sus cuernos curvados hacia abajo (Petrie, 1920: 11). La cabeza
está orientada hacia el sur y también se recuperan fragmentos de la típica
estera con la que se envolvían los cadáveres. Las medidas de la tumba eran las siguientes:
anchura 162,56 cm; longitud 200,66 cm; profundidad 117,76 cm (Brunton y
Caton-Thompson 1928: 12, 38 y láminas VII y X).
Figura 8: La imagen procede de Brunton y
Caton-Thompson, 1928: lámina X.6
|
Como hemos visto, no se
registran otros bienes funerarios distintos a los restos de esteras hallados y,
en un caso, restos de tejido con los que los animales estaban cubiertos. Estos «envoltorios» son el más bajo «común denominador» —en términos de bienes
funerarios— en cualquiera de los enterramientos y la única característica común
compartida por los enterramientos de animales y de humanos en los cementerios
badarienses. De hecho, aunque la distribución espacial de las tumbas de
animales sitúa a estas en la esfera de las tumbas más ricas, sus contenidos no
difieren de las tumbas más pobres (Flores 1999: 44).
Estos huesos de animales
pertenecen a ganado bovino, ovino o caprino. Si bien es fácil de comprender la
razón de orden sentimental que haría, siglos más adelante, que los tinitas
hicieran enterrar junto a ellos a sus perros favoritos se comprende menos bien,
por el contrario, la razón por la cual los badarienses enterraban vacas, ovejas
o cabras, teniendo cuidado de envolverlos en una estera e incluso, en un caso,
en un tejido. Se puede pensar, sobre todo en un país como Egipto, en una razón
de orden religioso cuando suponemos que los badarienses podrían ya adorar una
vaca, prototipo de la diosa Hathor y un carnero, más o menos emparentado con el
dios Khnum.
4. Los Asentamientos
4.1 Asentamientos
Badarienses
Las excavaciones de los cementerios predinásticos en Egipto han producido
una cantidad considerable de objetos y de una gran calidad, lo que ha originado
que los cementerios constituyan las fuentes principales de documentación para
todo el periodo predinástico en Egipto. Por el contrario, las zonas de hábitat,
sobre todo si las comparamos con los cementerios, han dejado muy pocos
vestigios y, en ocasiones, de calidad más que dudosa.
La cultura Badariense,
lógicamente, no podía ser una excepción. Comparados con la riqueza de sus
tumbas los restos que nos han llegado procedentes de los asentamientos
badarienses, son muy humildes tanto en cantidad como en calidad. Se han podido
identificar yacimientos arqueológicos correspondientes a sitios de habitación badarienses
a lo largo de los algo más de 30 km que abarca su zona de influencia en el
Egipto Medio, sobre la zona aluvial, en los márgenes del desierto, franja cortada
por numerosos wadis y dominada al este por macizos calcáreos (Holmes, 1992b:
70). Aparte de los posibles asentamientos levantados cerca del río, con el
objeto de explotar los recursos disponibles en el plano de inundación durante
las estaciones en las que el nivel del río estaba bajo, y que habrían sido o
bien destruidos o bien enterrados bajo los sedimentos producidos por las
inundaciones, nos encontramos con unos cuarenta yacimientos de hábitat
concentrados alrededor de las zonas de el-Badari, Matmar, Mostaguedda, el-Hemamieh
e incluso fuera de esta zona de influencia, en Mahgar Dendera, cerca de Qena.
Cada una de estas grandes zonas comprendería pequeñas villas o aldeas que
parecen moverse gradualmente después de bastantes pero breves periodos de
ocupación (Midant-Reynes, 2000: 158).
Muy pocos yacimientos
conservan algo de las estructuras originales en su lugar original, de hecho los
emplazamientos carecen de vestigios arquitectónicos lo cual confirma la idea de
que se trataba de una sociedad semi-sedentaria y probablemente pastoral que
vivía en la llanura aluvial del Nilo, pero lo bastante alejada del río como
para que sus poblados no quedasen inundados con la crecida anual (Holmes, 1992b:
70). En general se trata de yacimientos que, con alguna excepción, han ofrecido
restos muy pobres. La imagen que nos queda es de una existencia relativamente
móvil que combinaba el ciclo anual de inundaciones con actividades agrícolas,
pastorales y de caza. Ésta debió ser la vía a través de la cual nuevos modos de
producción fueron introducidos durante el milenio en que tuvo lugar la «adaptación nilótica». De lo que sí
podemos estar seguros es que los badarienses, comparados con sus vecinos
contemporáneos y posiblemente como consecuencia de sus contactos con otras
regiones, testimoniados por la presencia de objetos de turquesa, cobre,
esteatita y conchas marinas que demuestra su mirada hacia las tempranas
culturas calcolíticas del este, disponían de un sustrato cultural más avanzado
que aquellos.
Todos estos yacimientos
de ocupación están formados por una serie de depósitos superpuestos que
contenían ceniza, carbón y restos culturales, así Caton-Thompson nos habla de un
depósito de escombros de 2 metros de profundidad en el-Hemamieh, en el espolón
norte (Ver Brunton y Caton Thompson 1928: 69 y 72-74). Estos basureros podían
alcanzar profundidades considerables aunque en general eran poco profundos (de
50 cm a 2,7 m de diámetro y con una profundidad entre 50 cm y 4,5 m) y
aparecían a veces asociados a hogares y pozos de almacenaje pero, como ya hemos
dicho, no estaban asociados a restos de arquitectura residencial permanente.
Muchos de estos yacimientos contenían también gruesos
estratos de excrementos animales y huellas de cercados.
Como hemos visto, una
estructura importante y característica que se ha conservado en los yacimientos
de habitación badariense, son los restos de agujeros circulares que han sido interpretados,
a partir de los cereales desechados y calcinados que se han encontrado en
ellos, como silos para el almacenamiento
del grano (Brunton y Caton-Thompson, 1928: 41; Brunton, 1937: 15-16 y 58. Ver Figura 9) y que podían estar formados, bien como agujeros en el suelo de
aproximadamente 130 cm de ancho por 100 cm de profundidad, recubiertos en sus
secciones más bajas por cestería o barro endurecido, o bien, como sucedía a
menudo, se trataba de grandes jarras cerámicas enterradas, entre 25 y 40 cm por
debajo de la superficie del suelo (Brunton, 1948: 5).
Figura 9: La imagen procede de Brunton y
Caton-Thompson, 1928: lámina XI
|
Algunos de estos
recipientes estaban hechos a partir de arcilla grosera (a veces sólo calentada
al sol en lugar de haber sido cocida en un horno), mientras que otros
recipientes consistían en cerámicas finamente elaboradas como la magnífica copa
marrón del tipo Black-Topped, de Matmar y que fue publicada por Brunton
(Brunton, 1948: lámina XVIII).
Como sucedía en
el-Fayum, parece ser que los badarienses aprovechaban las tierras cercanas a
las aguas permanentes para cultivar cosechas, básicamente trigo y cebada, con
el fin de almacenarlas en los silos citados (Brewer, 2007: 119). Los vasos de cerámica muestran
los trazos de frecuentes reparaciones tras roturas lo que demostraría que,
generalmente, eran usados para almacenar productos sólidos como dátiles o
grano. Brunton afirma haber excavado un horno con bóveda de 40 cm construido
con terrones de arcilla en una fosa de 20 cm enrojecida por el fuego (Brunton,
1937: 12).
Lo poco que sabemos de
los asentamientos badarienses parece indicar que consistían en chozas sencillas
dentro de aldeas junto a los «graneros»,
meros agujeros en el suelo con o sin recipientes cerámicos en su interior, para
el almacenamiento de sus cosechas. Estas áreas de habitación muestran un
desplazamiento espacial horizontal con series de ocupaciones temporales
relativamente cortas.
Las áreas de ocupación
nos han legado objetos de carácter doméstico como cerámica, herramientas de
piedra, punzones de hueso, alfileres o restos de cestas y también las
estatuillas con forma humana que representaban imágenes muy estilizadas de
mujeres y a las que reservo un apartado exclusivo para hablar de ellas. No
obstante lo anterior, los productos badarienses están mucho mejor ilustrados
por el material procedente de las tumbas.
En una parte del área
2100 del asentamiento de Matmar, se encontraron seis colmillos de hipopótamo,
dos de ellos eran rectos y medían unos 32 cm y los otros cuatro eran curvos y
medían alrededor de 24 cm, todos ellos estaban apilados al lado de un bloque de
caliza dura, zona que podría constituir una zona de almacenamiento para
materias primas, estando quizás guardados los colmillos para la preparación de
vasos y otros objetos (Brunton, 1948: 6; Midant-Reynes, 2000: 158). Junto a los
objetos propios de los asentamientos badarienses como pueden ser herramientas
de hueso y marfil —alfileres, agujas o punzones—, herramientas hechas a partir
de espinas de pescado o las estatuillas antropomórficas de las que hemos
hablado, también se encuentran abundantes restos de recipientes cerámicos,
rotos en muchos fragmentos, pero que no añaden nada a lo que se hubiera podido
averiguar a través de la cerámica hallada en las tumbas.
Sin embargo, los miles
de elementos líticos que caracterizan a la industria de la herramienta de
piedra badariense están relacionados fundamentalmente con los asentamientos. A
estos hallazgos hemos de añadir también: un molinillo de mano de piedra caliza;
un bloque de pizarra de 11 cm sin trabajar; herramientas manufacturadas de
piedra como raspadores, cabezas de hachas o sílex de diversas formas; y dos
cuchillos de filo serrado. En general son yacimientos muy pobres pero que, dada
la escasez de restos de hábitat badarienses, resultan muy interesantes.
Respecto a los restos de
fauna, los que se han encontrado indican la presencia de bueyes, ovejas,
corderos, carneros, antílopes, cerdos, gatos y perros, tanto en las zonas de
enterramiento como en los sectores de hábitat. Los huevos de avestruces fueron
utilizados como recipientes. Caton-Thompson encontró en el interior de una de
las estructuras de el-Hemamieh un amontonamiento de huesos de bóvidos colocados
contra un muro. Se encontraron restos de percas del Nilo («Lates Niloticus») así como una concha perforada del tipo «conus» sobre el suelo de otra de las
estructuras de habitación. No obstante, según Wetterstrom todavía no se ha
acometido ningún estudio sistemático de los restos faunísticos en la zona de
el-Badari (Tristant, 2004: 64 en referencia indirecta a Wetterstrom, 1996: 63).
En cuanto a los restos
carpológicos, se han encontrado restos de cereales, desechados y carbonizados,
bajo la forma de espigas y granos de trigo almidonado (Triticum Dicoccum) y de cebada de seis filas (Hordeum Hexastichum), en las fosas de sectores de hábitat
badarienses. Brunton menciona igualmente cápsulas de lino y espiguillas de
gramíneas salvajes así como vainas de de arveja salvaje (Vicia Tetrasperma o Vicia Hirsuta) recogidas con la cebada
(Brunton, 1937: 59).
En cuanto a la datación
absoluta de los asentamientos, las dataciones C14 conocidas para la
región de el-Badari sitúan al Badariense entre el 5580 ± 80 y 5110 ± 160 AP, es decir, entre el 4500 y el 4000 cal a.C. (Tristant,
2004: 64 quien hace referencia a: Hedges et al, 1994; Holmes y Friedman, 1994;
De Vries-Barendsen, 1954). De acuerdo con Hendrickx, no es fácil establecer la
posición cronológica de la cultura Badariense. De acuerdo con los datos
proporcionados por la termoluminiscencia, esta cultura ya habría estad presente
hacia el 5000 cal. A.C. o incluso antes (5580 ± 420 a.C. y 4510 ± 475 a.C.). No
obstante, las dataciones efectuadas mediante la técnica del C14 no
van tan lejos y se concentran en el periodo 4400-4000 cal. a.C. Resulta, por lo
tanto, muy complicado conceder fiabilidad a una fechas de TL que presentan
semejante desviación. Las fechas de C14 disponibles para la cultura
Badariense se sitúan entre el 5440 ± 60 AP y el 5110 ± 160 AP que se
corresponderían con las fechas obtenidas recientemente en el yacimiento de
Mahgar Dendera 2: 5480 ± 50 AP y 5110 ± 90 AP. Por todo ello, siempre según
Hendrickx, parece poco probable que esta cultura sea anterior al 4000 cal a.C.
a pesar de los datos obtenidos por termoluminiscencia sobre los ejemplares
cerámicos de el-Hemamieh y que, como hemos visto, presentan una gran desviación
(Hendrickx, 1999: 19). Las dataciones C14 más recientes acreditan
una ocupación de la región relacionada con la fase de Nagada I-II a.C. entre
4940 ± 80 y 4790 ± 60 AP, es decir, entre 3800 y 3600 cal a.C. (Tristant, 2004:
64 quien hace referencia a: Holmes y Friedman, 1994).
4.2 Caton-Thompson en
el-Hemamieh
Fue la arqueóloga
inglesa, Gertrude Caton-Thompson la que proporcionó la descripción mejor
documentada de uno de los sectores de hábitat de la cultura badariense (Brunton
y Caton-Thompson, 1928: 69 y ss.). Fue en la zona de el-Hemamieh donde se desarrolló un trabajo pionero en aquellos tiempos, Caton-Thompson llevó a cabo una
excavación que demostró, en base a la secuencia estratigráfica, que la cultura Badariense era anterior a la cultura predinástica
más antigua conocida en aquel momento, el Amratiense. Fue la primera excavación
estratigráfica llevada a cabo en Egipto. Desde febrero de 1924 hasta marzo de
1925 Caton-Thompson puso en evidencia una secuencia de ocupación continua desde
el Badariense hasta el Guerzeense. Como fue registrada la profundidad a la que era encontrado cada uno de los artefactos hallados, excepto los fragmentos
cerámicos sin clasificar, se pudo distinguir un proceso de evolución cultural
al comienzo del cual aparece el material badariense, inmediatamente por debajo
de los materiales pertenecientes a las culturas temporalmente posteriores, de
esta forma se confirmó el orden de sucesión de las tres primeras culturas
predinásticas del Alto Egipto: el Badariense, el Amratiense y el Guerzeense.
Una vez establecida la
fecha relativa de los objetos badarienses, Caton-Thompson tuvo que esperar casi
cincuenta años para poder confirmar su cronología relativa con un sistema
fiable de datación absoluta. Se trata de las fechas obtenidas mediante el
sistema de datación por Termoluminiscencia (TL a partir de ahora) aplicado a fragmentos
cerámicos. De esta forma fueron obtenidas dos fechas en el nivel sub-brecha
badariense: 5495 ± 405 a.C. y 5580 ± 420 a.C., mientras que la cerámica
encontrada en niveles por encima de la brecha fue datada en el 4690 ± 365 a.C.
y 4510 ± 475 a.C. ofreciendo un promedio ponderado para los niveles sobre la
brecha y debajo de ella respectivamente de 5535 ± 290 a.C. y 4660 ± 290 a.C.
(Hassan, 1985: 107). Por otra parte existen dos fechas obtenidas mediante el C Hays
y Hassan recogieron varios fragmentos de madera carbonizada en un contexto
badariense lo que les permitió asignar unas fechas de radiocarbono entre 4400 y
3800 a.C., aunque para la cultura más temprana representada en el-Hemamieh,
Hassan propone que puede ser situada en algún momento entre 4400 y 4000 a.C.
(Hassan, 1985: 107).
La estratigrafía de
Caton-Thompson en el–Hemamieh ha sido confirmada por el trabajo de Holmes y
Friedman (Holmes y Friedman, 1994, obra citada por referencia indirecta). Dos
muestras del nivel sub-brecha han ofrecido fechas de radiocarbono que confirman
una fecha estimada entre 4400 y 4000 a.C.
En el-Hemamieh Caton-Thompson
halló los restos de un asentamiento que consistía en nueve pequeños refugios de
forma circular y con tamaños que variaban entre uno y dos metros y medio de
diámetro (ver Figura 10). No obstante, los objetos hallados, sobre todo la
cerámica, hacen indicar que estos restos de chozas pertenecerían al comienzo
del periodo Amratiense por lo que estudiaremos estas estructuras cuando
hablemos de ese periodo.
Figura 10: La imagen procede de Brunton y
Caton-Thompson, 1928: lámina LXVI
|
4.3 Yacimiento de Mahgar
Dendera
A pesar de que durante mucho tiempo se pensó que la cultura Badariense
había permanecido restringida a la zona de el-Badari, se han encontrado restos
de esa cultura en lugares bastante alejados del núcleo central badariense,
tales como Armant, Hieracómpolis, Elkab, Wadi Hammamat y también en Mahgar
Dendera.
El yacimiento de Mahgar Dendera 2 se encuentra sobre la ribera oeste del
Nilo a unos 150 km al sur de el-Badari y a 5 km del templo de Dendera. Fue
descubierto en enero de 1980 por una misión dirigida por P. Vermeersch. En
aquel momento el yacimiento estaba amenazado de destrucción por la acción del programa
agrícola de la región (ver en la Figura 11 una vista general de la excavación).
El yacimiento está fechado a finales del V milenio y es el único yacimiento badariense
en el Valle del Nilo que se ha excavado a gran escala desde los trabajos de
Brunton en la segunda década del siglo XX.
Figura 11: La
imagen procede de Hendrickx y otros, 2001: lámina 4
|
La excavación de la zona del yacimiento correspondiente al hábitat fue
llevada a cabo por Stan Hendrickx y Béatrix Midant-Reynes (Hendrickx, Midant-Reynes
y Van Neer, 2001). La ausencia de depósitos estratificados indica que el
yacimiento surgió en el transcurso de un episodio único y relativamente breve
de utilización durante el cual se crearon numerosos hogares. El predominio de
restos de peces y de ganado entre el conjunto faunístico sugiere que el
yacimiento fue ocupado como parte de un ciclo estacional de habitación y no
como un asentamiento permanente (Wengrow, 2007: 69).
La parte conservada de Mahgar Dendera 2, con una superficie de 30 m de
largo por 20 m de ancho, se sitúa sobre una plataforma poco elevada, unos 14 m,
sobre la llanura aluvial del Nilo y a una distancia de unos 500 m del río. Su
posición no parece haber cambiado significativamente después de la prehistoria
y su extensión está limitada al norte, al oeste y al este por perturbaciones o
interferencias recientes mientras que por el sur limita con un pequeño wadi, ya
activo en época prehistórica. El estado actual del terreno no permite definir
los límites de su extensión y la destrucción parcial del yacimiento ha
complicado la interpretación de las estructuras.
Los arqueólogos han reconocido dos zonas diferentes sobre la superficie
del yacimiento: una concentración de zanjas o fosas al este y un conjunto de
estructuras de almacenamiento y de hogares en la parte occidental del
yacimiento. Esta diferenciación espacial podría reflejar, según algunos
autores, actividades económicas diferentes (Hendrickx, Midant-Reynes y Van
Neer, 2001: 27; Tristant, 2004: 70).
En el yacimiento de Mahgar Dendera 2 han sido identificados veinte «hogares» con un diámetro que oscila
entre 25 cm y 1 m. Se presentan como oquedades o pequeñas excavaciones en el
suelo, poco profundas, llenas de carbones y cenizas y coronadas con piedras.
Los arqueólogos mencionan la presencia de manchas de ceniza que podrían hacer
pensar en hogares destruidos o restos de basura procedente de las viviendas (Hendrickx,
Midant-Reynes y Van Neer, 2001: 16; Tristant, 2004: 70).
Los únicos restos descubiertos en los hogares son algunos huesos y, sobre
todo, numerosas espinas de pescado, junto con fragmentos y astillas de pedernal
cuya presencia era bastante rara y debe ser considerada, según Hendrickx, como
accidental (Hendrickx, Midant-Reynes y Van Neer, 2001: 17). Los hogares estaban
asociados a fosas de almacenamiento cuyos tamaños oscilaban entre 42 cm y 80
cm, con una excepción, la denominada Número 11 que tiene un diámetro de 160 cm
y una profundidad entre 20 y 40 cm. Las paredes están inclinadas y el fondo es
redondeado. Aunque se ha denominado a estos agujeros como de «almacenamiento» la realidad es que no se
ha encontrado ningún resto diferente del conjunto de la zona de hábitat que
pueda testimoniarlo, ni tampoco restos de grano ni de algún tipo de
revestimiento como esteras, característicos de los silos. Con el fin de
explicar la ausencia de restos alimenticios y de algún tipo de revestimiento se
ha lanzado la hipótesis de que en un asentamiento temporal, como es el de
Mahgar Dendera, no habría silos permanentes sino solamente provisiones
guardadas en especies de sacos que harían de revestimiento de los propios silos
(Hendrickx, Midant-Reynes y Van Neer, 2001: 25). No obstante lo anterior y hundidos en el
suelo aparecieron cinco recipientes cerámicos de entre 12 y 40 cm de diámetro (Hendrickx,
Midant-Reynes y Van Neer, 2001: 23).
El material lítico está dominado por lascas sobre hojas, el gran número
de núcleos hace pensar en la manufactura local de los artefactos. El material
lítico puede ser considerado característico de una industria especializada,
orientada eventualmente hacia el trabajo de materiales perecederos como la madera
o la caña (Hendrickx, Midant-Reynes y Van Neer, 2001: 103).
Respecto a la cerámica es remarcable que haya menos material cerámico, si
lo comparamos con el material lítico hallado, sobre todo si pensamos que en
todos los otros asentamientos predinásticos conocidos la proporción es
diferente. La cerámica de Mahgar Dendera 2 se caracteriza por la abundancia de
fragmentos del tipo Black-Topped (cerámica de borde negro) que
aparece junto a la del tipo Rough Ware (cerámica de acabado grosero
o burdo). Algunos raros fragmentos están decorados con incisiones geométricas
blancas. Dominan las formas abiertas, copas y cuencos. Se encuentran igualmente
jarras de 40 a 60 cm de alto. Los rastros de reparaciones efectuadas sobre los
recipientes podrían hacernos pensar en una elaboración no local que obligaría a
mantener en uso piezas reparadas varias veces (Tristant, 2004: 71 con
referencia indirecta a Hendrickx y Midant-Reynes, 1988: 8). Toda la cerámica
está hecha con limo del Nilo y con un fino atemperante orgánico. La cerámica
parece haber sido usada para fines puramente domésticos, los grandes vasos
parecían destinados al almacenamiento de grano y agua mientras que los pequeños
eran usados como vajilla. No aparecen, por el contrario, los recipientes que
eran utilizados normalmente para cocinar y que son abundantes en otros
yacimientos.
Los análisis arqueológicos hacen pensar en el carácter estacional del
asentamiento. El pescado y los ovicápridos parecen ser las principales fuentes
de proteínas para los habitantes de Mahgar Dendera.
El análisis de los restos de la fauna sugiere que la gente llegaba al
lugar en el momento en el que el Nilo estaba bajo, cuando finalizaban los
trabajos en los campos y las posibilidades de pastoreo se volvían escasas en la
vecindad de su asentamiento permanente. Esto podía haber sido alrededor de
abril o mayo. Se movían a Mahgar Dendera, lugar que les permitía pastorear sus
rebaños y pescar al mismo tiempo. El lugar era abandonado antes de que el agua
en la llanura aluvial dejara de ser vadeable.
Mahgar Dendera 2 podía haber sido el lugar de acampada de un grupo
especializado, mayormente varones, que habría pastoreado el ganado y
desarrollado la tarea físicamente exigente de la pesca. Cuando su fuerza era
demandada para trabajar los campos al comienzo de una nueva temporada de
agricultura, ellos volvían al campamento principal, cuya localización permanece
todavía desconocida (Hendrickx, Midant-Reynes y Van Neer, 2001: 103-104).
5. La Cerámica
Badariense
5.1 Introducción a la
Cerámica
La cerámica
es el producto más característico y distintivo de la cultura Badariense y es
fácilmente distinguible de la cerámica de etapas posteriores. Los mejores
ejemplos proceden de las tumbas. La cerámica era fabricada a mano, sin trazas
del uso de tornos (como sucede con toda la cerámica predinástica), con arcilla
sedimentaria del Nilo («Nile Silt»),
granulada y en general muy fina, que era mezclada con un desgrasante o
atemperante orgánico que consistía en paja triturada para las grandes marmitas
o recipientes groseros de burdo acabado y que eran destinados las tareas
domésticas (que estuvieron colocadas sobre los hogares de los asentamientos lo
demuestra el ennegrecimiento que presentan algunas de ellas), este desgrasante
es característico del Badariense y es más fino que el utilizado en la cerámica
grosera de la cultura Nagada posterior. La cerámica badariense más
característica muestra unas paredes muy delgadas que habían sido «raspadas» o «peinadas», antes de la cocción, posiblemente con un objeto similar
a un peine y que alcanzan una perfección jamás igualada en periodos posteriores.
Algunos vasos fueron cuidadosamente pulidos mientras que otros fueron
simplemente alisados a mano e incluso algunos fueron dejados con su superficie
normal y originalmente rugosa.
El primer grupo, el de los vasos que fueron
pulidos cuidadosamente, son vasos rojos o marrones casi parduscos y muy pulidos
que presentan un característico borde negro (ver Figura 12), una característica
que será desarrollada y que se modificará en los periodos siguientes del
Predinástico. Por otra parte, las formas de los objetos cerámicos son
sencillas, dominando las formas abiertas, compuestas principalmente por copas y
cuencos de bordes directos y base redondeada.
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Figura 12: La imagen procede de Spencer, 1993: lámina en página 26
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Ya dentro de
la característica cerámica badariense, el elemento distintivo es, precisamente,
la decoración de algunos de los recipientes. Este tipo de decoración no aparece
en todos los vasos badarienses pero tampoco aparece en ninguna otra cultura, no
había sido encontrada antes y no lo sería tampoco en periodos posteriores y fue,
precisamente esa, la característica que llevó al descubrimiento de toda la cultura
Badariense. Se trata de una serie de «estrías»
o de surcos paralelos que recorren la totalidad o una parte del recipiente (ver
Figura 13). Los surcos pueden ser, más o menos finos, más o menos nítidos y más
o menos unidos o próximos. Estas estrías se desplazan en diagonal con respecto
a la base, lugar donde forman espirales.
Figura 13: La imagen ha sido obtenida en la página web
http://www.digitalegypt.ucl.ac.uk
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Esta
superficie característica era producida, probablemente, en el momento en el que
la arcilla era rebajada o «adelgazada»
antes de la cocción, de hecho estos vasos son extremadamente delgados, algunos
con su borde casi cortante (Brunton y Caton-Thompson, 1928: 20). La decoración
puede extenderse, tanto por toda la superficie exterior de los recipientes como
sobre una parte del vaso y también puede aparecer restringida solamente a la
región del borde. Las estrías sólo aparecen en el interior de los recipientes cuando
se trata de copas, cuencos o platos cuyo interior resultaba plenamente visible
y accesible. Algunos vasos tienen también sólo el borde interior «ondulado», en este caso los surcos son
verticales en unas ocasiones y horizontales en otras.
La parte
superior, el borde de los recipientes cerámicos badarienses es, en muchos
casos, de color negro aunque la superficie de estos recipientes es de un color
más «amarronado» que los tipos
cerámicos de borde superior negro producidos durante la siguiente fase cultural,
el Amratiense. Aparecen también recipientes «carenados». La cerámica decorada es rara y, cuando aparece, lo hace
con unos motivos incisos rellenos de blanco.
Las estrías
eran hechas antes de la cocción, sin duda con un instrumento de madera o hueso
y más o menos curvado dependiendo si era para tratar la superficie de vasos más
grandes o más pequeños, probablemente una especie de peine que, según Vandier
(1952: 198), tendría alrededor de seis u ocho dientes (ver detalle del «ondulado» badariense en la Figura 14).
Es difícil decir qué instrumento se usó para hacerlo ya que no se ha encontrado
ninguno en las zonas habitacionales badarienses que pudiera asignarse con
certeza para este fin aunque debieron existir en cierta cantidad, a juzgar por
el gran número de objetos cerámicos en los que se utilizaron, dada la cantidad de
vasos que presentan ese efecto «ondulante».
Probablemente y habida cuenta que todos han desaparecido podrían haber sido de
madera, materia más susceptible de desaparecer con el paso del tiempo. Podría
especularse que los peines que se muestran en la lámina XXIV de Brunton
(Brunton, 1928: lámina XXIV), que son de hueso, desempeñasen ese propósito ya
que no son como los habituales peines para el cabello.
Figura 14: La
imagen procede de la página web http://www.digitalegypt.ucl.ac.uk
|
Algunos de
los vasos cerámicos más finos y delgados no muestran el efecto ondulado, quizás
sea debido a que fuera eliminado mediante un proceso de pulido. A las mejores
clases de vasos se les aplicaba un baño o cobertura de color que muestra signos
de bruñido hecho, probablemente, con un guijarro. Los trazos dejados por el
bruñido hacían desaparecer en parte las estrías, en sentido perpendicular a las
mismas y sobre una parte de su longitud, de esa forma el efecto ondulante
desaparece en parte de la superficie y las líneas son discontinuas. El interior
de los vasos no está recubierto por ese «lavado»
salvo cuando se trata de copas muy acampanadas o platos ya que en esos
recipientes el interior era la parte más visible y accesible.
La
coloración de los vasos puede depender, según Vandier, bien del grado de color
obtenido en el curso de la cocción o bien del tipo de «lavado» o cobertura aplicado, siendo esto último lo más probable
(Vandier, 1952: 199). Algunos vasos no pulidos parecen haber recibido una
cobertura después de la cocción. Un vaso de Mostaguedda tiene una «cobertura» negra sobre una arcilla
parda.
La gran
mayoría de los vasos badarienses fueron encontrados rotos, los delgados bordes
que presenta esta cerámica, en particular los recipientes de borde negro, se
rompían muy fácilmente y resistían mal el paso del tiempo. La forma abierta de
muchos de estos recipientes y la delgadez de las paredes de la cerámica hacían
a estas vasijas demasiado frágiles para soportar las fuerzas producidas por la
presión de la arena y la grava cuando cedían las tumbas. No obstante, a partir
de algunos fragmentos, se han podido reconstruir con gran precisión una cantidad apreciable de formas cerámicas de vasos badarienses. De esa
forma, alrededor de 230 formas diferentes fueron dibujadas y aparecen en el
Corpus cerámico badariense publicado por Brunton (Brunton y Caton-Thompson,
1928: láminas XII a XIX; también en Brunton, 1937: láminas XV-XXI; ver Anexo 1), la mayoría de esas
formas fueron reconstruidas a partir de fragmentos solamente aunque los dibujos
de los recipientes pueden dar la impresión de que muchos vasos se encontraron
en perfecto estado cuando, en realidad fueron muy pocos los que se encontraron
enteros y estos eran, principalmente, los tipos cerámicos de paredes más
gruesas y, por lo tanto, más resistentes tanto al paso del tiempo como a la
presión del relleno de la tumba.
5.2 Tipos Cerámicos
Badarienses
Brunton clasifica la cerámica badariense en siete categorías, cinco que
podríamos calificar como principales y dos más que incluyen tipos cerámicos
que, o bien aparecen en poca cantidad, casi testimonial, o bien sus
características impiden incluirlos en alguno de aquellos cinco primeros grupos.
Los criterios utilizados por Brunton para elaborar su clasificación de la
cerámica badariense no se fundamentan en la forma de los recipientes sino que
más bien la clasificación toma como base otras características técnicas como
son: la calidad general y el acabado de la superficie; el grado más o menos
alto de finura de la cerámica; la presencia o ausencia de pulido; o el color
del baño, o cobertura, aplicada. Las formas serán estudiadas dentro de
cada una de las categorías establecidas.
Hay que señalar que Brunton utiliza dos letras para denominar cada una de
las categorías con el objeto de evitar cualquier confusión con las clases
cerámicas predinásticas que Petrie había designado con una sola letra en su
Corpus.
Un primer criterio, muy general, se establece al comparar entre cerámica
finamente pulida y aquella en la que no ha sido tratada la superficie o ha sido
pobremente bruñida. Los primeros recipientes son, casi siempre, del tipo Black
Topped los cuales, a su vez, pueden aparecer con una superficie de color pardo
―la mayoría―, o a veces roja. Los recipientes no pulidos pueden presentar, bien
una superficie alisada a mano bien sin alisar, siendo estos últimos completamente
ásperos o bastos. Mediante ese procedimiento, Brunton logró separar cinco
clases diferentes y perfectamente distinguibles. Para denominarlas se
utilizaron letras pero, como ya hemos dicho y con el objeto de diferenciar las
clases cerámicas badarienses de las clasificadas por Petrie para las siguientes
culturas predinásticas, en este caso se utilizaron dos letras para cada una de
las clases identificadas.
De esta forma, Brunton identifica las siguientes clases cerámicas:
A) Las que se han calificado como «Principales»:
1ª) Clase BB o clase Black Topped Polished Brown, es decir, cerámica
marrón-parda pulida con borde negro.
2º) Clase BR o clase Black Topped Polished Red, es decir, cerámica roja
pulida con borde negro.
3ª) Clase PR o Polished Red, es decir, cerámica roja pulida «sencilla».
4ª) Clase SB o Smooth Brown, es decir, cerámica marrón de superficie
alisada.
5ª) Clase RB o Rough Brown, es decir, cerámica marrón o parda burda, de
acabados más toscos.
Las dos últimas clases de Brunton son bastante heterogéneas en cuanto a
los vasos que las componen, se trata claramente de clases donde, o aparecen
pocos ejemplares de cada una de ellas o no tienen cabida en alguna de las cinco
anteriores.
6ª) Clase AB o All Black, es decir, vasos completamente negros y lisos.
7ª) Clase MS o Miscellaneous. Se trata de un epígrafe que recoge a unos
pocos ejemplares de recipientes «Fancy
forms», es decir, recipientes cuyas formas pueden ser denominadas de «fantasía» y de «Decorated pots» o vasos decorados que se salen de lo habitual ya
que mostraban un tipo de decoración diferente.
Veamos las características de cada una de estas clases:
1ª) Clase BB o Black Topped Brown Polished (Brunton y Caton-Thompson,
1928: páginas 21-22 y láminas XII-XIII; Brunton, 1937: lámina XV; Anexo 1):
Se trata de una cerámica marrón pulida y con el borde negro. Estamos ante
formas cerámicas de una variedad distinta de las conocidas hasta el momento de
su descubrimiento y que son casi desconocidas en cualquier otra parte de Egipto.
Brunton afirma en sus publicaciones que encontró algunos fragmentos cerámicos
en Hieracómpolis, dentro de un ámbito predinástico temprano. No obstante, aparte
de estos fragmentos que señala Brunton, esta clase de vasos cerámicos no está
atestada nada más que en el-Badari y en Matmar.
Los vasos son extremadamente delgados y todos aquellos recipientes que
presentan el ondulado más fino y más estrecho pertenecen a esta clase BB. La
excelencia de su manufactura no fue superada en tiempos posteriores. Es obvio
que fue el resultado de mucho tiempo de experimentación, tiempo del cual no
tenemos ninguna prueba tangible. No obstante, hay razones para pensar que las
tumbas en las que ha sido encontrada esta cerámica, en la zona de influencia de
la cultura Badariense, son las más tempranas de todas. Las etapas previas, que
seguro han debido existir, deberán ser todavía buscadas en alguna parte de Egipto.
El área negra de la superficie exterior del vaso varía bastante, desde
una pequeña banda alrededor del borde hasta cubrir toda la superficie del
recipiente, en este último caso sólo una pequeña superficie marrón en el fondo
nos permite identificar la clase del vaso. Hablando de forma general, los vasos
más finamente elaborados son aquellos que tienen su superficie casi
completamente negra.
El interior de los vasos es negro sin excepción. La decoración se hace
con más o menos cuidado. Las estrías u ondulaciones varían desde nítidas, finas
y regulares hasta ser muy tenues o no existir. Algunos vasos de esta clase, los
que están menos logrados, no presentan estrías u ondulaciones. Otros, que son
muy raros, tienen el borde interior estriado verticalmente.
El color, aunque hasta ahora nos hemos referido al mismo como marrón
pardo, presenta también algunas variaciones. Según Brunton va desde un color
grisáceo o color marrón tierra oscuro a un pálido, aunque brillante, marrón «café con leche». Aparece también un tono
nítido marrón pálido a veces amarillento o incluso rosáceo, el cual está casi
limitado a vasos que no presentan el «efecto
ondulante». En los vasos «marrón
brillante» que aparecen «peinados»,
el ondulado es vertical.
Las formas de la clase BB son, en general, bastante simples, podemos ver
copas de fondo plano y paredes acampanadas
generalmente rectilíneas. La copa, como en la figura 5D (ver Anexo 1 y Figura 15) puede adquirir excepcionalmente la forma de cáliz o de umbela de papiro.
Figura 15: La imagen procede de Vandier, 1952: página 199, figura 121
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También aparecen
formas que tienen un nítido ángulo entre las paredes, más o menos rectas, y la
base plana o redondeada, se trata de formas denominadas «carenadas». A veces las paredes están inclinadas hacia el interior.
El borde puede aparecer también de forma excepcional hacia afuera o saliente,
lo podemos ver en el vaso 23E (ver Anexo 1). Esta forma constituye más del
cincuenta por ciento de la clase BB y es totalmente característica de la
civilización badariense. Aparecen, así mismo, recipientes de fondo apenas redondeado con paredes casi rectas o ligeramente convexas. Estos vasos son casi cilíndricos (ver Figura 16).
Figura 16: La imagen procede de Vandier, 1952: página 200, figura 122
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Tenemos
también copas con forma de «media luna»
o vasos vagamente esféricos con paredes más o menos convexas y cuyo diámetro
es, a veces superior y a veces inferior, a la altura del recipiente. Puede
ocurrir que el cuerpo de un vaso esté claramente separado del fondo (ver Anexo
1, lámina XII, figura 77P). En Mostaguedda se han recuperado casi las mismas
formas.
Dos vasos
tienen el borde claramente vuelto hacia el exterior (Brunton, 1937: lámina XV,
fig. 23D y 82M). La decoración, excepto el borde negro y las estrías u
ondulaciones, es inexistente. Solamente una copa está adornada en su interior
con una «Cruz de Malta» (ver Figura 17).
Figura 17: La imagen procede de Vandier, 1952: página 201, figura 123
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2º) Clase BR o clase Black Topped Polished Red (Brunton y Caton-Thompson,
1928: página 22 y láminas XIV-XV; Brunton, 1937: láminas XVI-XVII; Anexo 1):
Se trata de
vasos rojos pulidos con borde negro. Algunos vasos de esta clase (alrededor de
un 20 %) en lugar de estar pulidos están simplemente alisados o lustrados con
la mano. La superficie es de un color rojo brillante o de un color rojo
oscurecido cercano al marrón, con un solo ejemplo del color rojo ciruela que será
usual más adelante en el Predinástico Medio y Tardío. La diferencia entre el
rojo marrón y el rojo ciruela se debe, casi con seguridad, a diferencias en la
cocción.
Los vasos
con decoración en la superficie interna son más frecuentes en esta clase que en
la clase Black Topped Brown Polished. Los recipientes más usuales son copas de
paredes más o menos altas, cuencos y sobre todo una especie de marmitas con
paredes convexas que se estrechan progresivamente conforme se acercan hacia el
borde. Ciertos vasos tienen las paredes casi rectilíneas e incluso totalmente
rectilíneas. El fondo es plano algunas veces pero lo más frecuente es que sean
redondeados. Aparecen cuencos, la mayor parte más bien poco profundos mientras
que uno de ellos tiene un pequeño abultamiento justo en el borde constituyendo
como una especie de pomo que podría servir para ofrecer una buena sujeción a
los dedos en el momento de coger el recipiente. Las formas de la cerámica Black
Topped Polished Red son en su mayoría abiertas pero varían desde cuencos poco
profundos a profundos vasos en forma de bolsas. Casi todos tienen la parte
inferior redondeada y sólo unos pocos muestran el ángulo marcado entre los
lados y la base o «carenado»,
característica frecuente de la clase Black Topped Brown Polished (ver Figura 18).
Figura 18: La imagen procede de Vandier, 1952: página 202, figura 124
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Algunas
copas están decoradas interiormente con diversos motivos. La decoración era impresa
o grabada sobre la superficie del recipiente —posiblemente con un guijarro
preparado a tales efectos—, como sucede con las finas líneas que aparecen en la superficie negra mate. Normalmente la
decoración se compone de diversas especies de ramas, simples, dobles o
múltiples. En este último caso los ramajes son entrecruzados de manera que
forman una estrella o una cruz (ver Anexo 1). La cruz aparece de nuevo y de
forma modificada en la copa 15E. Hay ramas ―tal vez palmeras― de formas
sencillas (30E), paralelas (15P), formando una cruz rudimentaria (15M) o una
estrella de seis puntas (3D). Una copa de Mostaguedda (3Q), está decorada con
una especie de ramas estilizadas inscritas en un círculo que se presenta bajo
la forma de una línea sinuosa continua (ver Figura 19).
Figura 19: La imagen procede de Vandier, 1952: página 203, figura 125
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Algunas
formas son originales y en ese sentido se pueden destacar tres grandes
recipientes procedentes de el-Badari: el primero (47H) tiene un fondo
redondeado y paredes que diseñan en la base un larga línea convexa y en la
parte superior una línea ligeramente cóncava; el segundo (51F) es vagamente
esférico si bien las paredes son ligeramente convexas, presenta una neta
separación entre el fondo y el cuerpo del recipiente; el tercero (57H) tiene el
fondo plano y las paredes que se acampanan ampliamente hasta los hombros y se
estrechan progresivamente hacia el borde. La mayor parte de estos vasos
presentan en su exterior las estrías características de la cerámica badariense
(ver Figura 20).
Figura 20: La imagen procede de Vandier, 1952: página 204,
figura 126
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3ª) Clase PR o Polished Red (Brunton y
Caton-Thompson, 1928: página 22 y lámina XV; Brunton, 1937: lámina XVIII; Anexo 1):
Estos vasos rojos pulidos forman una clase con pocos
ejemplos y está bastante mal representada en la cultura Badariense. Las estrías
u ondulaciones en esta clase han desaparecido en la mayoría de los ejemplos. La
cantidad de líquido colorante, cobertura roja aplicada a los vasos, varía
considerablemente de un vaso a otro así como también varía la calidad del
pulido o del bruñido en su caso.
Se pueden
citar una cierta cantidad de copas «carenadas»,
de hecho la forma más común son los cuencos del tipo 9D del corpus, que es
encontrado también más adelante, en el Predinástico Temprano. Al lado de las
formas carenadas también aparecen vasos más ordinarios así como vasos de fondo
plano y de paredes convexas en los que el diámetro de la base es casi igual al
diámetro de la abertura. Un vaso esférico tiene el borde ligeramente desbordante
(25E). Podemos citar también una serie de vasos con un gran fondo redondeado y
con paredes «encorvadas», esto es,
inclinadas de fuera hacia adentro, con un embrión de cuello (27H). Una botella
(29K) es mucho más alargada pero presenta las mismas características de la
anterior aunque más acentuadas ya que tiene el cuello acampanado. Además
podemos citar un gran recipiente panzudo de fondo plano (49F). Tenemos también
una serie de grandes platos planos, muy raros y que sólo son encontrados en
esta clase cerámica badariense (ver Figura 21).
Figura 21: La imagen procede de Vandier, 1952: página 204, figura 127
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4ª) Clase SB o Smooth Brown (Brunton y
Caton-Thompson, 1928: página 23 y lámina XVII; Brunton, 1937: lámina XIX; Anexo 1):
Se trata de
una clase de vasos pardos y lustrados simplemente con la mano. Los vasos de
esta clase son, por lo general, variantes más espesas y más groseras de las
clases BR y PR. En ocasiones la superficie está tan bien alisada que parece
estar pulida. El color varía de pardo sucio a naranja y el alfarero normalmente
lustraba la superficie en oblicuo aunque también aparece a veces en sentido
vertical u horizontal. Estos vasos están decorados raramente con estrías y en
los que las había, dichas estrías no ocupaban normalmente nada más que la zona
del borde.
Las formas
no son originales (ver Figura 22). El único cuenco curioso es el numerado como
15E, en el que las paredes, que son ligeramente cóncavas, forman un marcado
ángulo con el fondo redondeado. En Mostaguedda se deben mencionar una serie de pequeños
vasos como el 41H, carenado y con el borde claramente separado de las paredes;
el 45H con un fondo casi plano y con paredes que, después de aparecer
acampanadas hasta el hombro, diseñan desde ese punto una curva convexa hasta el
borde; el 45M, esférico; y el 45P cuya forma recuerda a la del 45H pero cuyo
hombro es más marcado y su fondo es más estrecho. Se debe destacar igualmente,
el fondo «desbordante» del vaso
cilíndrico 49Z.
Figura 22: La imagen procede de Vandier, 1952: página 208, figura 131
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5ª) Clase RB o Rough Brown (Brunton y Caton-Thompson,
1928: páginas 23-24 y láminas XVII-XIX; Brunton, 1937: láminas XIX-XXI; Anexo 1):
Es una clase
de vasos que podríamos denominar como «groseros».
Estos vasos están hechos con una arcilla grosera que era mezclada con paja
picada. Están raramente decorados con estrías y, en los que existen dichas
estrías, están impresas de forma muy somera. En ocasiones se pueden apreciar
los restos de dedos que prueban que el alfarero quiso alisar con sus manos la
superficie del recipiente. Lo que no es más que un ligero «lavado» con colorante de color rojo o pardo recubre el vaso.
Las formas de la clase RB no son originales ya que se trataba de vasos de los
que se utilizaban todos los días, grandes marmitas u ollas, a
menudo ennegrecidas por el fuego.
6ª) Clase AB o All Black (Brunton y
Caton-Thompson, 1928: páginas 22-23 y lámina XVI; Brunton, 1937: lámina XVIII; Anexo 1):
Se trata de
vasos negros de la que aparecen muy pocos ejemplares. Son recipientes negros,
bastante espesos y generalmente pulidos. Es muy variada en cuanto a la forma.
Algunos tipos son los cuencos usuales pero algunos vasos de esta clase, en los
que se apunta a la decoración estriada u ondulada, presentan formas nuevas. Son
de interés la botella 9, las formas con cuellos bien definidos 8 y 12 y las
formas con los bordes proyectados hacia afuera: 3, 6, 10 y 13 (ver Figura 23).
Figura 23: La imagen procede de Vandier, 1952: página 205, figura 128
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El vaso 9 es
un recipiente de fondo plano, de paredes regularmente convexas y un cuello
recto bien marcado. El vaso esférico número 12, claramente panzudo, presenta un
fondo plano y un pequeño cuello recto. El vaso cilíndrico 13 tiene las paredes
cóncavas y un borde desbordante. Por fin, la gran jarra 8 tiene un fondo casi
puntiagudo y un embrión de cuello.
7ª) Clase MS o Miscellaneous (Brunton y
Caton-Thompson, 1928: páginas 22-23 y lámina XVI; Brunton, 1937: lámina XVIII; Anexo 1):
En esta
clase fueron reunidos una serie de vasos que destacaban sobre los demás ya
fuera por su forma, por su decoración o por cualquier otro detalle original. Por lo general la superficie de estos vasos es totalmente roja y pulida, sin
embargo uno de los más bellos tiene el borde negro (el número 4). Los
ejemplares del 1 al 4 son copas de paredes acampanadas y fondo plano,
desbordante, formando una especie de embrión de pie. Dos de estas cuatro copas,
las numeradas como 3 y 4, tienen también el borde desbordante. El número 5 es
un alto vaso cilíndrico que tiene el mismo diámetro en la base que en la
abertura y cuyas paredes son paralelas. El número 6, en negro, es también
probablemente cilíndrico aunque podría tratarse de un cuello estrecho. El vaso
número 7 es una botella esférica de fondo plano y de cuello recto y está
equipado con dos asas, este recipiente constituye una anomalía en el badariense
y anuncia las grades jarras de la Primera Dinastía, tiene color de ante rosáceo
y recuerda a las jarras «Wavy Handled»
predinásticas, por otra parte también se parece a un vaso encontrado en
Palestina. El vaso número 8 es todavía más extraño, se trata de un recipiente con
pie cuyas paredes se separan de forma notable al principio para inclinarse
después en línea recta hasta el borde, el cual se desarrolla en un pequeño
cuello ligeramente acampanado. Este vaso tiene dos pares de asas, uno de ellos un
poco debajo del cuello y el otro par se encuentra en la cima del ángulo recto
formado por la intersección de la parte rectilínea y entrante de la pared con
la parte cóncava que se une con el pie (ver Figura 24).
Figura 24: La imagen procede de Vandier, 1952: página 206, figura 129
|
El número 9
es un vaso globular que presenta, a cada lado del borde, dos elementos salientes
que Brunton interpreta como las puntas de ataque de un asa en forma de tirador.
El número 10 no es nada más que un fragmento, lo único que podemos decir de él
es que parece el asa de una marmita. El número 11, enteramente negro, tiene una
forma vagamente rectangular, reposa sobre un fondo plano y presenta cuatro
paredes convexas, en cada ángulo aparece una parte saliente que parece indicar,
según Brunton que se trataría de una forma que podría derivar, como transposición
en tierra, de un prototipo de piel con «costuras»
en las esquinas. Las formas 12 y 13 son unas especies de «abrevaderos» curvados. El 14 es un fragmento de vaso cilíndrico,
decorado con bandas rayadas rojas que alternan con bandas pulidas, la
decoración está pintada y esta técnica no está registrada en el-Badari nada más
que de forma excepcional. El 15 es una copa decorada, siguiendo el mismo
procedimiento del 14, con trazos oblicuos interrumpida por una corona de
pequeños rectángulos del color natural del recipiente. El 16 es una copa
carenada decorada con puntos pintados en rojo. El 17 es un pequeño cuenco de
lados horizontales aunque, habiendo sido encontrado solo y en una tumba
violada, no está claro que sea badariense. Los números 18, 20, 21 y 22 son
fragmentos de cuencos decorados interiormente con una línea de motivos
ornamentales de color negro. El 23 está decorado con puntos circulares,
rosa-pálido, que se destacan sobre un fondo más oscuro, esta decoración, usual
en la época predinástica (dentro de la clase D de Petrie) es excepcional en el
badariense.
En
Mostaguedda se hallaron unos ejemplares que, por sus peculiaridades, merece la
pena explicar con más detenimiento.
El
recipiente número 34 es una especie de escanciador destinado a trasvasar un
líquido de un gran recipiente a otro más pequeño, este escanciador en forma de
crisol es un tipo excepcional en la época badariense. Los recipientes numerados
como 36 y 37 son cucharas de tierra cocida análogas a las encontradas por
Junker en Merimde Beni Salame. El número 38 parece ser otra clase de
escanciador. Las figuras 39 y 40 están decoradas por una especie de «abultamientos» o «botones», motivo decorativo que está bien atestado en Merimde Beni
Salame y en el-Fayum. Por último, el recipiente número 41 está decorado en
relieve con un animal singular que no ha sido identificado todavía y que sólo
se ha encontrado sobre otro vaso prehistórico (objeto registrado en Quibell, 1904: pl. 25 nº 11581; ver los vasos anteriores
citados en el párrafo en Figura 25).
Figura 25: La imagen procede de Vandier, 1952: página 207, figura 130
|
En
definitiva y para finalizar con el apartado de las clases cerámicas de Brunton
diremos que en Matmar encontró también algunos vasos badarienses y, entre
ellos, el que se puede considerar como la obra maestra de la cerámica de esta
cultura (ver Figura 5). Se trata de un cuenco con decoración estriada, de una
perfección en su elaboración verdaderamente destacable (Brunton, 1948: lámina XVIII).
Los mejores
recipientes, de los tipos BB, BR o PR, eran recubiertos por una especie de «lavado» que se pulía a continuación, posiblemente
con un guijarro. El bruñido se hacía de abajo hacia arriba y hacia la
izquierda, mientras que el ondulado era impreso hacia arriba y hacia la
derecha, de forma que, a veces, los trazos dejados por el pulido se cruzaban
con las estrías perpendicularmente, formando ángulos rectos. El pulido, a
veces, hacía desaparecer las estrías en una parte de su longitud, haciéndolas
discontinuas. El «lavado» era
aplicado en el interior de muchos de los cuencos que presentan una forma
abierta, en los que el interior es la parte más visible y, por lo tanto, se
hacía deseable un pulido interior más estético. En ocasiones sólo era pulido el
interior en la zona del borde.
El color de
la cobertura o lavado dependía de la cantidad de calor empleado en la cocción y
de la cantidad de oxígeno presente. La superficie negra podría ser debida a la
ausencia de oxígeno mientras que una superficie roja brillante podría haber
sido consecuencia de una oxidación más completa. Respecto a las superficies
marrones-pardas pulidas, es posible que puedan ser debidas a un nivel
intermedio de oxidación o que procedieran del uso de un diferente material para
la cobertura o lavado, siendo esta última opción la más probable. Algunos vasos
que estaban simplemente alisados a mano en lugar de pulidos parecen haber
recibido una cobertura o lavado después de la cocción.
En resumen,
las formas de los vasos badarienses, con la excepción de los vasos de la clase
MS, no son muy variadas y no difieren, en general, nada más que por detalles no
demasiado relevantes. Se encuentran, sobre todo, copas o cuencos, recipientes
generalmente carenados, también vasos esféricos y marmitas de fondo más o menos
allanado y de paredes convexas. Las asas no aparecen nada más que de forma
excepcional. Los cuellos son muy raros y el borde desbordante no está
generalizado y tan apenas existe. Las dos características principales de esta
cerámica son las formas carenadas y la decoración estriada. Podemos afirmar, en
definitiva y sin temor a equivocarnos, que la cerámica badariense forma un todo
claramente original.
6. Figuras Humanas Badarienses
6.1 Figuras halladas en
el-Badari
Tal y como
ya había sucedido en Merimde Beni Salame, la figura humana también es esculpida
en la cultura Badariense a partir de materias primas como arcilla o marfil y
aquí también es la figura femenina la preferida. Tres de esas estatuillas
representando mujeres fueron encontradas en el-Badari, en las tumbas 5107, 5227
y 5769.
La primera
figurita, que actualmente se encuentra en el British Museum con número de registro
EA 59648, procede de la tumba 5107 de el-Badari (Brunton y Caton-Thompson,
1928: 7 y láminas XXIV, 2 y XXV, 3 y 4), esta tumba no contenía ningún vestigio
de huesos y todo el ajuar funerario se reducía a esta estatuilla, a un guijarro
que pudo haber sido utilizado para pulir y a unas cuantas perlas o cuentas
cilíndricas de esteatita y de turquesa (o de esteatita esmaltada). La figurita
está completa y fue hecha a partir de marfil de elefante. Representa a una
mujer con talle y torso recto, delgado y bien marcado mientras que los pechos
son prominentes y caídos (ver Figura 26).
Figura 26: La imagen procede de Brunton y Caton-Thompson, 1928: lámina XXIV.2
|
El cráneo
está afeitado y el rostro es ovoide. En general toda la cabeza, y en particular
la nariz, son redondeadas. Los ojos son enormes y salientes, desproporcionadamente
grandes con respecto al resto del cuerpo pero, al igual que éste, fueron
cuidadosamente trabajados. Las orejas no fueron esculpidas mientras que la boca
es delicada y bastante delgada. El sexo, al igual que sucede con los pechos, es
muy aparente. Los brazos aparecen separados del cuerpo, como en «jarras», cayendo desde los hombros y
uniéndose al cuerpo en las caderas a través de unas manos muy poco detalladas.
Al igual que los brazos, las piernas están netamente separadas una de la otra,
son pesadas, carecen de detalle y finalizan en unos pies apenas indicados. Los
pezones y las pupilas están muy remarcados mediante agujeros taladrados en el
marfil y pudiera ser que, originalmente, esos huecos hubieran sido rellenados
con algún tipo de material. Al contrario que otras estatuillas femeninas, ésta
no presenta signos de esteatopigia. La femineidad es remarcada por el gran
triángulo púbico marcado por numerosas incisiones y por la vulva netamente
señalada con una incisión más profunda que las anteriores. Se trata de una obra
muy remarcable. Fue hecha con gran cuidado y con un acabado muy
fino, con muchos detalles, mostrando un alto grado de capacitación técnica en
un momento tan antiguo de la historia de Egipto. La función de la figura no
está clara. Los atributos femeninos, muy pronunciados, pueden sugerir que la
figura estaba destinada a representar a una diosa de la fertilidad o una
expresión de la fecundidad pero también podría tratarse de la representación de
una sirvienta. Aunque los excavadores, Brunton y Caton-Thompson, encontraron
otras figuras en sus excavaciones, estas estatuillas no eran en absoluto
comunes y continúan siendo un enigma.
La segunda
estatuilla fue encontrada en la tumba 5227, en el-Badari y actualmente se
encuentra en el British Museum con número de registro EA 50679. El esqueleto
del ocupante primitivo había desaparecido y tampoco quedaba nada de la estera
sobre la que había reposado el cuerpo, en realidad Brunton no
encontró en la tumba nada más que tres pequeños postes y la estatuilla (Brunton y Caton-Thompson, 1928:
pág. 9 y láminas XXIV, 1 y XXV, 6 y 7). La estatuilla está hecha a partir de
arcilla cocida y es de color rojo pulido. Desgraciadamente no se ha conservado
la cabeza aunque, muy posiblemente, su ausencia se deba a haberse roto y no a
que el autor no la hiciera. También falta la mayor parte de ambas piernas (ver
la Figura 27).
Figura 27: La imagen procede de Brunton y Caton-Thompson, 1928: lámina XXIV.1
|
La parte
superior del cuerpo es aproximadamente triangular con unos senos puntiagudos y
erguidos mientras que el talle es delgado y bien marcado. Los antebrazos forman
un ángulo recto con los brazos y las manos, más indicadas que en la figura
anterior, se cruzan sobre su delgada cintura que contrasta vivamente con sus
amplias caderas. El triángulo púbico está bien marcado aunque menos que en la
figura anterior. Las piernas están rotas por los muslos. De perfil, la figura
tiene una distintiva apariencia de esteatopigia con unas nalgas muy marcadas.
Pese a carecer de cabeza y tener rotas la piernas, puede apreciarse que se
trata de una obra excelente, quizás más hábilmente ejecutada que la figura
precedente. Las dos mujeres no parecen pertenecer a la misma raza.
La tercera
estatuilla, que presenta las mismas características étnicas que la anterior,
procede de la tumba 5769 de el-Badari y actualmente se encuentra en el Petrie
Museum de Londres con el número de registro UC 9080. En esa tumba se
descubrieron los restos de un personaje todavía joven de cuyo cadáver habían
sido cortados accidentalmente la cabeza y los pies al ser cavadas, con
posterioridad, sendas tumbas en el periodo romano. La cabeza estaba
originariamente orientada hacia el norte, con el cadáver acostado sobre el lado
derecho. En el lugar donde deberían haber estado los brazos se encontraron cuatro
vasos cerámicos. La figurita presenta un aspecto más burdo o tosco que las
anteriores y está moldeada en arcilla sin cocer (ver Figura 28).
Figura 28: La imagen procede de Brunton y Caton-Thompson, 1928: lámina XXIV.3
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Es, como
podemos ver, extremadamente esquemática en su diseño, con una cabeza
desproporcionadamente pequeña que apenas emerge de los hombros y con una nariz
que recuerda a un pico de pájaro, la boca no está marcada y los ojos están
indicados por sendas líneas paralelas incisas en la arcilla. Presenta un torso
triangular en el que los brazos son simples muñones y en el que aparecen unos
pechos menudos mientras que el talle está bien marcado. La parte inferior, desde
la estrecha cintura hacia abajo y que supone tres cuartas partes de la
estatuilla, muestra claras características de esteatopigia. Las piernas no
están diferenciadas, no aparecen separadas sino que, como si de un único
miembro se tratase, convergen en un punto en la base que está formada por una punta
ligeramente redondeada como si la figura estuviera envuelta en un largo vestido
adherido de forma muy ceñida hasta los pies. El sexo está claramente marcado,
su gran triángulo púbico es el único aspecto en el que se parece a las dos
estatuillas anteriores. Hay que prestar atención a las nalgas de la figurita ya
que ha sido «plegada» de forma que,
vista de perfil, parece formar una figura triangular cuya punta o vértice está
formado por las nalgas mientras que la base estaría formada por una línea
imaginaria entre la cabeza y el punto donde deberían estar los pies. La
estatuilla porta un pequeño collar que es visible frontalmente, pero no desde
atrás. En el dorso se puede ver, partiendo de cada uno de los hombros y
descendiendo hasta el talle, cuatro líneas paralelas y, entre los hombros, tres
especies de «galones» o espigas que
podrían representar especies de tatuajes. La estatuilla estaba dentro de un
pequeño cuenco del tipo SB y con restos de tejido en el cual había sido
envuelta la pequeña «muñeca», y con
un pequeño recipiente cerámico al lado de la misma. Todo parece sugerir, como
señala Brunton, que se había pretendido crear un modelo de enterramiento a
pequeña escala (Brunton y Caton-Thompson, 1928: 17; lámina IX, 4 y XXIV, 3).
6.2 Figuras halladas en Mostaguedda
En Mostaguedda,
Brunton encontró algunas figuritas semejantes a la tercera de el-Badari, con
características claramente esteatopigias pero más groseramente elaboradas (ver
Figura 29).
Se distinguen por estar provistas de dos embriones de brazos y, generalmente, no tienen piernas diferenciadas salvo una de ellas, la número 1, que presenta dos muñones separados en lugar de las piernas. Ésta aparece completa mientras que otra figura semejante, la número 2, aparece rota con lo que podemos pensar que tal vez dispusiera también de esas proyecciones de piernas. Sin embargo, la número 3 hallada en la tumba 494, claramente no tiene piernas diferenciadas. Los senos son pequeños en todos los casos y el talle está apenas indicado contrariamente a lo que se constata en las figuras de el-Badari. La cabeza, en todos los casos, se reduce a una simple proyección entre los hombros. Dos de ellas aparecieron entre los escombros de yacimientos mientras que la tercera fue hallada en el interior de la tumba 494 que pertenecía a una mujer joven sobre cuyo cadáver se encontraron tejido y pieles a modo de vestido, pero no se hallaron restos de esteras (Brunton, 1937: 1937: 36). La figurita estaba intencionadamente rota, probablemente antes o durante el enterramiento, en cuatro pedazos que aparecieron dispersos alrededor de la cabeza y de las manos del cadáver con una manifiesta intención mágica. El perfil de la figura forma un marcado ángulo indicando, aparentemente, esteatopigia pero no tiene la anchura de caderas mostrada por la vista frontal de la figura de el-Badari. No hay marcas de decoración pero sí que muestra una curiosa línea abultada, en relieve, que cruza el vientre a la altura de la cintura, de un lado al otro y cuyo significado no está del todo claro aunque también podemos ver algo parecido en la figura de el-Badari ya citada, pero en este caso se trata únicamente de una línea incisa. A pesar de la tosca elaboración de esta figura, podemos ver dos pequeños hoyuelos, cuidadosamente mostrados, en la zona lumbar. La tumba, como hemos dicho, pertenecía a una mujer y no estaba perturbada, la estatuilla estaba separada en cuatro pedazos separados, tres entre la cara y las rodillas y una detrás de la cabeza. Esta rotura podría haber sido accidental aunque, a tenor de la posición de los fragmentos, parece intencionada.
Figura 29: La imagen procede de Brunton, 1937: lámina XXVI 1, 2, 3, 4 y 5
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Se distinguen por estar provistas de dos embriones de brazos y, generalmente, no tienen piernas diferenciadas salvo una de ellas, la número 1, que presenta dos muñones separados en lugar de las piernas. Ésta aparece completa mientras que otra figura semejante, la número 2, aparece rota con lo que podemos pensar que tal vez dispusiera también de esas proyecciones de piernas. Sin embargo, la número 3 hallada en la tumba 494, claramente no tiene piernas diferenciadas. Los senos son pequeños en todos los casos y el talle está apenas indicado contrariamente a lo que se constata en las figuras de el-Badari. La cabeza, en todos los casos, se reduce a una simple proyección entre los hombros. Dos de ellas aparecieron entre los escombros de yacimientos mientras que la tercera fue hallada en el interior de la tumba 494 que pertenecía a una mujer joven sobre cuyo cadáver se encontraron tejido y pieles a modo de vestido, pero no se hallaron restos de esteras (Brunton, 1937: 1937: 36). La figurita estaba intencionadamente rota, probablemente antes o durante el enterramiento, en cuatro pedazos que aparecieron dispersos alrededor de la cabeza y de las manos del cadáver con una manifiesta intención mágica. El perfil de la figura forma un marcado ángulo indicando, aparentemente, esteatopigia pero no tiene la anchura de caderas mostrada por la vista frontal de la figura de el-Badari. No hay marcas de decoración pero sí que muestra una curiosa línea abultada, en relieve, que cruza el vientre a la altura de la cintura, de un lado al otro y cuyo significado no está del todo claro aunque también podemos ver algo parecido en la figura de el-Badari ya citada, pero en este caso se trata únicamente de una línea incisa. A pesar de la tosca elaboración de esta figura, podemos ver dos pequeños hoyuelos, cuidadosamente mostrados, en la zona lumbar. La tumba, como hemos dicho, pertenecía a una mujer y no estaba perturbada, la estatuilla estaba separada en cuatro pedazos separados, tres entre la cara y las rodillas y una detrás de la cabeza. Esta rotura podría haber sido accidental aunque, a tenor de la posición de los fragmentos, parece intencionada.
7. Objetos Diversos
Badarienses
7.1 Introducción
En los yacimientos badarienses se han hallado un pequeño número de leznas
y de alfileres de cobre así como cuentas de esteatita cubiertas con una pasta
azul verdosa. Es posible que estos objetos procedieran de comerciantes
itinerantes llegados probablemente de Palestina o del otro lado del Mar Rojo,
mar del que también procedían las conchas marinas halladas. Aparecen objetos de
turquesa, que se cree que procedía de la Península del Sinaí lo cual constituye
otra supuesta prueba de la existencia de un comercio de larga distancia. En el
mismo sentido hay que citar el pino, el cedro y otros tipos de madera
procedentes, al parecer, de Siria, así como un curioso vaso de cuatro asas
parecido a algunos vasos «gaulienses»
(Kantor, 1965: 6). No obstante, dado que el clima del Norte de África era más
húmedo que en la actualidad, la madera podía proceder de las colinas del Mar
Rojo y la existencia de mejores condiciones climáticas habría permitido que la
explotación de esa región fuera más fácil que en la actualidad. El mineral de
cobre se encuentra también a escasa distancia hacia el este del Valle del Nilo
y se ha sugerido que la turquesa podía proceder de los macizos de Libia.
Aunque todos los especialistas concuerdan en que el conocimiento de la
metalurgia se transmitió a Egipto desde Palestina, la ausencia total de cobre
en los yacimientos arqueológicos del Bajo Egipto con anterioridad a la época
predinástica hace pensar que el uso del cobre se desarrolló de forma
independiente en el Alto Egipto. Los primeros utensilios pueden haberse
construido a partir del cobre extraído en Egipto, aunque no se puede afirmar con
seguridad. En cualquier caso, el uso atestiguado de mineral de cobre, malaquita, para la pintura del rostro sugiere que en la cultura Badariense
existían unas condiciones favorables para el descubrimiento de la forma de
obtener el cobre fundiendo el mineral que constituía la materia prima. La
malaquita era un producto que se traía tanto del Sinaí como del Desierto
Oriental se trataba, por lo tanto, de un producto egipcio (Lucas y Harris, 1962:
103). En el Desierto Oriental existía una cantidad suficiente de malaquita como
para cubrir la demanda durante todo el Periodo Predinástico. También existía
esteatita en Egipto lo que permitiría que el esmaltado se realizara a nivel
local. Esto puede interpretarse como una prueba de que la cultura Badariense estaba
tecnológicamente más avanzada de lo que parecen hacer pensar los yacimientos
marginales descubiertos hasta ahora.
No obstante lo anterior, los objetos de cobre son encontrados muy raramente
en el-Badari, se trata de unas pocas cuentas de cobre nativo martilleado que
han sobrevivido al pillaje de las tumbas puesto que, presumiblemente, la
búsqueda de metales preciosos —y en aquellos momento el cobre lo era— debió
haber sido uno de los principales motivos para el saqueo de los cementerios. Había
tres regiones principales donde podía encontrarse el mineral de cobre: el
Desierto Oriental, el Sinaí y el Sudán. Es tentador asumir que el Desierto
Oriental fue el primero en ser explotado pero no hay todavía ninguna indicación
clara de que fuera explotado para la obtención del mineral de cobre antes del
periodo faraónico. Podría hacerse notar, sin embargo, que conseguir cobre
autóctono y su moldeado para darle la forma final no eran operaciones que
requiriesen grandes infraestructuras que hubieran podido sobrevivir hasta hoy.
Las fuentes egipcias de turquesa están localizadas en medio de las
regiones donde también están las fuentes de mineral de cobre del Sinaí por lo
que la presencia de turquesas y cuentas de esteatita en el-Badari no hacen sino
enfatizar la temprana explotación de esta zona peninsular «estrujada» entre Egipto y el Próximo Oriente.
En 1974, una expedición organizada por el Instituto de Arqueología en
Tel-Aviv descubrió un conjunto de restos relacionados con la extracción de
turquesas en la vecindad de Serabit el-Khadim, los artefactos datan de la cultura
Gasuliense de Palestina y, considerando la relativa escasez de turquesas en los
yacimientos palestinos, parece probable que estos trabajos fueran llevados a
cabo con el objeto de proporcionar turquesas para el Egipto Predinástico. Esto
podría sugerir que algunos grupos palestinos tendrían sus bases en el Sinaí con
el objeto de obtener y pulir turquesas, transportándolas incluso a Egipto.
Hemos de señalar que la cultura Gasuliense, cuyo centro estaba situado en la
región del Negev, al Noreste del Mar Muerto durante el IV Milenio a.C., es la cultura
Calcolítica más temprana conocida en Palestina.
Al mismo tiempo el yacimiento de Abu Matar, que pertenece a la cultura
Beersheba, fue un importante centro de trabajo del cobre en el que aparece la
malaquita y que comprendía talleres, hornos, crisoles, moldes y escorias (Perrot, 1984: 79). El cobre puro en este lugar era extraído de un
mineral excepcionalmente rico encontrado en el Wadi Feinan situado en los
declives orientales del Wadi Arabah, alrededor de 100 km al sur. Entre los
objetos descubiertos en Abu Matar había conchas marinas del Mar Rojo, turquesas
del Sinaí y conchas de una especie particular de caracol de agua dulce que
procedían del Valle del Nilo.
Sin embargo, aunque no hay todavía una prueba definitiva de que la
turquesa y el cobre hallados en los yacimientos badarienses procediesen del
Sinaí, la posibilidad de que este fuera el caso puede ser tan apenas negada y,
en este sentido los descubrimientos hechos por Debono en el Desierto Oriental
no hacen sino ratificarlo puesto que, si hubo contactos entre el Alto Egipto y
el Sinaí en esta fecha, dichos contactos podrían haber tenido lugar vía una serie
de rutas comerciales directas entre el Alto Egipto y el Mar Rojo, sin necesidad
de atravesar el Bajo Egipto, de esa forma se explicaría el hecho de que las
culturas contemporáneas al Badariense, como las de el-Fayum o Merimde Beni
Salame, no muestren el uso de ese metal lo cual hace extremadamente improbable
que estos lugares del norte pudieran haber servido como puntos de tránsito para
el movimiento de cobre desde el momento en el que en esa zona no han sobrevivido
restos de ese metal.
Se han confirmado pocos contactos entre el Alto y el Bajo Egipto antes de
Nagada II y podría ser, dado que no existían barreras geográficas entre lo que
podemos describir como los «dos Egiptos»,
que este bajo nivel de contactos pudiera estar justificada por la ausencia de
motivación para el intercambio. Desde este punto de vista, las relaciones
directas entre el Alto Egipto y el Próximo Oriente, vía Península del Sinaí,
pudieron incluso haber acentuado las diferencias entre los dos grupos
culturales en la sección egipcia del Valle del Nilo.
El mismo problema surge si consideramos la esteatita esmaltada que fue,
evidentemente, la consecuencia del intento de elaborar objetos a imitación de
la turquesa. Se trata de una piedra blanda, cremosa al tacto y similar al talco
en su textura. La esteatita es una forma de silicato de magnesio que se
endurece cuando es calentado, resultando en una apariencia brillante y
estéticamente agradable. El propio Brunton sostiene que esta técnica de
esmaltado fue inventada probablemente en el-Badari y, por lo tanto, que las
cuentas y objetos de adorno debieron ser hechos a nivel local. En un artículo
sobre este tema, Finkenstaedt (1983, referencia indirecta) apunta que miles de
cuentas similares fueron encontradas en Tell Brak en Siria y en Tell Arpachiya
en el Norte de Mesopotamia, en una serie de contextos del Cuarto Milenio y que probablemente
fueran más tempranos que la cultura Badariense. Considerando la enorme cantidad
de esteatita esmaltada que se ha encontrado en el norte de Mesopotamia y en yacimientos
sirios, Finkenstaedt sugiere que ésta sería el área más probable donde podemos
ver los orígenes de la tecnología del esmalte. No obstante, es necesario clarificar
todavía las rutas geográficas a través de las cuales las dos regiones estaban
en contacto. Sin embargo, la manufactura de cuentas en el propio ámbito de la cultura
Badariense no puede ser excluida sistemáticamente. Lucas hace notar que las
fuentes de esteatita también pueden ser encontradas dentro de Egipto, a saber:
en el Desierto Oriental, en Gebel Fatira, a menos de 160 km de el-Badari; en las cercanías de Asuán; y en el Wadi Gulan, al norte de Ras Benas en la costa del Mar Rojo
(Lucas y Harris, 1962: 179).
Hemos de señalar la importancia de los descubrimientos hechos por Debono
en 1949 al investigar los restos sacados a la luz durante la construcción de la
carretera entre Quft (Coptos) y al-Quseir en el Mar Rojo. En la región de
Lakeita fueron identificados los restos de una villa predinástica y, entre los
fragmentos cerámicos en este yacimiento, se descubrió que varios estaban hechos
con la técnica badariense, es decir, «peinados»
antes de la cocción para producir el efecto ondulante. Debono indica que
también había una gran cantidad de material lítico que incluía hachas pulidas
de piedra dura y hachuelas de sílex, cuchillos hechos a partir de hojas de
sílex e incluso tecnología bifacial, numerosos tipos diferentes de raederas o
raspadores, picos, sierras, etc. Un fragmento de punta de lanza ahorquillada
procedente de este yacimiento indica la presencia de la cultura Amratiense.
También se encontraron «manos» de
mortero elaboradas a partir de piedras duras junto a los propios morteros y todo
ello junto a un conjunto de herramientas de hueso que habían sido pulidas
aunque la mayoría se encontraron rotas. Así mismo se hallaron conchas
perforadas de moluscos del Mar Rojo; se encontraron cuentas hechas a partir de
cáscaras de huevo de avestruz; pendientes de piedra; y muchos fragmentos de
cobre sin trabajar. Se pudieron encontrar varios hogares que ofrecieron restos
de la fauna empleada como alimento, incluyendo vértebras espinosas de peces.
Entre las tumbas encontradas por la expedición, Debono menciona dos
enterramientos de niños que probablemente perteneciesen a la cultura
Badariense. No lejos de allí, una villa datada en el periodo dinástico temprano
parecía estar ligada con la explotación del cobre, tal y como Midant-REybes nos
informa que dice el propio Debono: «Este mineral, sin la más leve sombra de
duda, fue extraído de las fuentes de poca importancia de cobre en la vecindad,
entonces era procesado en la propia villa, a juzgar por la escoria encontrada allí» (Midant-Reynes, 2000:162 haciendo
referencia a Debono, 1951: 71).
Parece que el asentamiento
también servía como taller para la producción de pulseras de nácar, siendo la
principal materia prima para ello las grandes conchas marinas «pteroceras», recolectadas alrededor de 120 km
más al este, en la costa del Mar Rojo, donde hay indicadores de que las conchas
eran rotas para extraer solamente las espirales centrales que eran llevadas a
la villa para ser «procesadas».
En el transcurso de investigaciones realizadas más hacia el este pero
todavía en el Wadi Hammamat, Debono encontró una tumba y varios fragmentos
cerámicos badarienses. El Wadi Hammamat, la antigua ruta principal entre el
Nilo y el Mar Rojo, era en aquel momento mucho más húmedo y los pozos
proporcionaban acceso a una capa freática repuesta entonces mucho más
regularmente, en realidad las lluvias, que podrían denominarse «milagrosas» dado el entorno, no eran
raras en los altos planos. El descubrimiento de auténticos talleres de
elaboración desde el periodo Dinástico Temprano en adelante y que servían
evidentemente como puntos de transición entre los centros de obtención de las
materias primas y el punto de consumo que representa el Valle del Nilo, nos
sugiere la posibilidad de que ya en el Badariense podrían haber existido
centros de producción similares. En realidad es importante señalar que no se ha
llevado a cabo una investigación sistemática, con excavaciones a gran escala en
la región, durante los últimos cincuenta o sesenta años, por lo tanto las
cuestiones planteadas por Debono permanecen todavía sin contestar. Considerando
la intensidad del trabajo arqueológico que ha tenido lugar en el Desierto
Occidental, habremos de reconocer que una región de tanta importancia, como lo
es el Desierto Oriental, habría sido casi enteramente abandonada en cuanto se
refiere a los restos y yacimientos prehistóricos y protohistóricos y quizás sea
una de las áreas de estudio que habrá que tener en cuenta en el futuro.
El cobre, que es martilleado para darle forma, comienza a ser utilizado,
si bien de forma gradual, para la manufactura de alfileres y cuentas. Estas últimas
podían ser tanto cilíndricas (hechas a partir de una lámina que era enrollada)
como en forma de anillo (hechos a partir de hebras de metal retorcidas en una
espiral). Parece probable, sin embargo, que originalmente había muchos más
objetos metálicos. Así, por ejemplo, todavía son visibles manchas de oxidación
verde en los restos de pequeñas bolsas de piel o cestas que indican tanto la
presencia de objetos de cobre como también la costumbre del pillaje temprano de
estos preciosos pertrechos. En los collares llevados por el fallecido, las
cuentas de esteatita azul y verde eran usadas como sustitutas de la turquesa,
más difícil de conseguir. Estas cuentas de esteatita eran frecuentemente
empleadas en las tumbas donde miles de esos objetos adornan las cinturas de los
individuos más ricos en los cementerios de Mostaguedda.
7.2 Objetos de Adorno
A diferencia
de otras culturas anteriores o contemporáneas, como por ejemplo la de Merimde
Beni Salame, los badarienses parecen haber sido más propensos al uso de objetos
de adorno y, como consecuencia, nos han dejado una buena muestra de ellos.
Veamos las diferentes clases:
a) Amuletos:
Brunton restringe el término «amuleto»
a ornamentos diseñados en la forma de algún objeto animado o inanimado y
excluye objetos como guijarros perforados o pendientes, entonces resulta que
sólo dos objetos que reúnan esas condiciones aparecen en las tumbas badarienses
resultando, además, que quizás sean los que más curiosos nos resulten. Se trata
de dos tallas (ver Figura 30) que representan, una de ellas una cabeza de
antílope o de gacela tallada en hueso y encontrada en la tumba 5409 de
el-Badari y la otra representa una cabeza de hipopótamo tallada en hueso y
encontrada en la tumba 5740 de el-Badari (Brunton y Caton-Thompson, 1928: 16;
lámina XXIV, 14-15 y lámina XXVII, 1).
Figura 30: La imagen procede de Brunton y Caton-Thompson, 1928: lámina XXIV.14 y 15
|
El primero
de estos objetos habría sido usado, aparentemente, en el tobillo del cadáver y ambos
fueron encontrados junto a cuentas de adorno. La forma de la cabeza es
semejante a las cabezas de gacelas que decoran algunos de los mangos de
cucharas badarienses. En el interior de
la tumba 1208 de Mostaguedda se encontró otro amuleto que representaba un
hipopótamo tallado en jaspe verde (Brunton, 1937: 51 y láminas XXII, 39 y
XXXIX, 21 A2; ver Figura 31). Se trata de un adorno que fue perforado para
poder ser colgado mediante un cordón y que representa la parte delantera de un
hipopótamo. Falta la parte trasera como si el tamaño de la pieza de materia
prima a partir de la cual se talló no hubiera sido lo suficientemente grande
como para haber podido tallar el hipopótamo completo. La proyección de la parte
delantera, como podemos ver, es difícil de explicar.
Figura 31: La imagen procede de Brunton, 1937: lámina XXXIX, 21, a2
|
b) Perlas o
cuentas: han sido encontradas en gran cantidad en los yacimientos badarienses.
Las materias primas a partir de las que estaban hechas son muy variadas: hueso
y marfil; cobre; conchas marinas; jaspe rojo y verde; esquisto; brecha; calcita
blanca, verde o amarilla; caliza de diferentes matices; caliza veteada;
alabastro egipcio; esteatita; serpentina; cuarzo; cornalina; diorita; y también
de pórfido rojo. Esta variedad de piedras indica un gusto muy vivo por los
adornos. La característica más sorprendente de las cuentas badarienses es la
ausencia de loza o frita esmaltada. En efecto, el esmalte o al menos lo que se
llama esmalte en arqueología egipcia, ya era conocido en la cultura Badariense,
sin embargo no se esmaltaba ni la arcilla ni la frita sino que lo era solamente
la piedra y, sobre todo, la esteatita. Brunton piensa que la turquesa era
utilizada igualmente pero que es difícil distinguirla de la esteatita esmaltada
(Brunton y Caton-Thompson, 1928:
27). Las cuentas eran agujereadas con cuidado, probablemente
con un instrumento de metal. Hay poco remarcable que decir sobre las formas de
las cuentas, no hay formas cilíndricas largas y las formas más frecuentes son
las cuentas cilíndricas cortas y las cuentas en forma de anillo gruesas y con
bordes planos que son extremadamente numerosas. Las cuentas en forma de
barrilete, esferoides y anulares de borde redondeado son mucho menos frecuentes
y constituyen la excepción. Las cuentas anulares muestran a veces sus bordes en
forma triangular y estas son las más cuidadosamente elaboradas (ver para todas
Brunton y Caton-Thompson, 1928: láminas XLIX y L).
Figura 32: La imagen procede de Brunton y Caton-Thompson, 1928: lámina XLIX, 78
|
Aparecen
unas cuentas de marfil aparentemente preparadas para ser divididas y componer a
partir de ellas nuevas cuentas más pequeñas (ver Figura 32). Es difícil saber
si eran hechas para ser usadas así, sin dividir, o si estaban preparadas para ser separadas.
En el primer caso se trataría de un ornamento especial mientras que, en el
segundo caso estaríamos ante un trabajo preparado pero no acabado. En Mostaguedda,
los materiales utilizados para la elaboración de cuentas son similares a los
encontrados en la zona de el-Badari (Brunton, 1937: páginas 51 y 52; lámina
XXXIX). En cuanto a las formas, varían muy poco siendo casi todas tanto anillos
como cilindros cortos. Unas pocas cuentas, entre las más grandes, tienen forma
de barrilete y hay una o dos esféricas. Las cuentas «espaciadas» (Brunton, 1937: lámina XXXIX, 95c4; ver Figura 33)
procedentes de la tumba 592 de Mostaguedda, son dignas de ser destacadas por
inesperadas en este periodo ya que no se conocen otros ejemplares similares a estos
antes del Imperio Antiguo.
Figura 33: La imagen procede de Brunton, 1937: lámina XXXIX, 95, c4
|
Podemos
señalar que, cuando se utilizaba piedra dura, solamente aparecía un mínimo de
forma en los objetos, cosa normal si pensamos en la precariedad de las
herramientas badarienses.
Los agujeros
de las cuentas de esteatita son muy regulares, completamente cilíndricos y de
tres medidas diferentes al menos, esta regularidad sólo pudo haberse producido
por utilizar una herramienta de metal. Las cuentas de cobre son de dos
variedades: en una de ellas, las hojas de metal eran dobladas en redondo (sobre
un molde de alguna clase) de modo que se formaba un tubo; el otro método
consistía en coger una tira gruesa de cobre de sección rectangular y doblarlo
en círculo hasta que se tocaban los extremos formando un anillo. El primer
método es habitual de la época predinástica mientras que el segundo era
novedoso en este periodo tan temprano.
c) Como en
todas las civilizaciones, las conchas marinas también han jugado en la cultura
Badariense un gran papel en el adorno siendo muy comunes habiéndose encontrado
en 42 tumbas de la zona de el-Badari y en 37 tumbas de la zona de Mostaguedda (Brunton y Caton-Thompson, 1928: 27 y 52). Las conchas y las cuentas se han encontrado, sobre
todo, en las tumbas de niños quizás porque, a la hora de robar las tumbas, existiera
cierta preferencia por las de los adultos esperando encontrar un botín más
importante. Las clases de conchas más frecuentes procedían todas del Mar Rojo y
eran de las clases: «Ancillaria» y «Nerita» mayoritariamente tanto en el-Badari
como en Mostaguedda y la clase «Conus»
que aparece en menos ocasiones.
Con las
cuentas y las conchas, normalmente, se hacían collares y, aunque de forma más
ocasional, también se elaboraban pulseras. También se utilizaban para hacer
cinturones. Las cuentas eran enhebradas, o bien en una crin de vaca o bien en
un hilo de lino que hoy ha desaparecido casi por completo en la mayoría de los
casos. Las cuentas y las conchas con frecuencia eran usadas como collares sobre
todo por mujeres y niños mientras que los hombres solían llevar una única
cuenta alargada colgada del cuello. Las pulseras, como hemos señalado, eran
menos frecuentes aunque también se han podido encontrar conchas y cuentas en
las muñecas de mujeres y sólo conchas en las muñecas de hombres. A veces, estas
estaban incrustadas en collares y pulseras de marfil (Brunton y Caton-Thompson, 1928: 27).
d) Se
encontraron pulseras, con o sin perlas incrustadas, en 19 tumbas de la zona de
el-Badari y en otras 7 de la zona de Mostaguedda. Estas tumbas se encuentran
entre las más ricas del lugar, Brunton llega a esa conclusión por el hecho de
que 15 de las 19 tumbas en las que aparecieron este tipo de pulseras en
el-Badari habían sido saqueadas y una que no lo había sido, la número 5705,
contenía el cuerpo de un hombre con una masa de cuentas rodeando las muñecas,
lo cual podría ser indicación de su alto estatus (Brunton y Caton-Thompson, 1928: 30; lámina XXIII). La mayor parte de ellas están
hechas de marfil y presentan una arista horizontal alrededor de la pulsera (ver
Vandier, 1952: 213, fig. 134), esta parte saliente se une con los bordes por
medio de una curva que es tanto convexa en unas ocasiones como cóncava en
otras. Un ejemplar más largo está dividido en tres bandas por dos aristas
horizontales. Otra pulsera, como ya hemos comentado antes, está incrustada por
pequeñas perlas de esteatita esmaltadas. El material con el que están
elaborados es siempre marfil, con la excepción de una que está hecha de concha
de tortuga o de otras pocas elaboradas en hueso, cuero, ébano o fibra vegetal.
Las mismas características se encuentran en Mostaguedda (Brunton, 1937: lámina
XXV), algunos ejemplos tienen un perfil más redondeado y otros dos presentan un
pequeño adorno saliente (Vandier, 1952: 213, fig. 134).
e) Las
sortijas son más raras de forma que, en el-Badari, sólo se han encontrado cinco:
dos en marfil, en las tumbas 4803 y 5453; dos en cuerno o en concha de tortuga,
tumbas 5438 y 5448; y la última estaba hecha a partir de una vértebra de pez y
se encontró en la tumba 5762 (Brunton y Caton-Thompson, 1928: lámina XXIII, 24).
En Mostaguedda sólo un anillo ha sido encontrado y está tallado en un guijarro
(Vandier, 1952: fig. 134, 33).
f) En las
tumbas 5104, 5112, 5143, 5151 y 5155 se encontraron una serie de pequeños
objetos hechos a partir de arcilla negra que parecen tapones. Fueron identificados
por Brunton como grandes botones de orejas, relacionados con los que se usaron
más adelante, en el Imperio Nuevo (Brunton y Caton-Thompson, 1928: lámina XXIV,
7-12; Vandier, 1952: 213, fig. 134).
g) Otro
objeto en piedra verde pálido conforma dos botones convexos opuestos y de
dimensiones diferentes que están unidos por una especie de estrechamiento. Puede
ser interpretado como un adorno de nariz y, en efecto, fue encontrado en la
ventana derecha de la nariz de un hombre enterrado en la tumba 5359 de el-Badari
(Brunton y Caton-Thompson, 1928: lámina XXIV, 13; Vandier, 1952: 213, fig. 134,
13).
h) Los
objetos de aseo son extremadamente raros en el badariense y Brunton no encontró
nada más que dos peines en el-Badari (Brunton y Caton-Thompson, 1928: lámina
XXIV: 4 y 18; lámina XXVII, 2; Vandier, 1952: 214, fig. 135, 18 y 4). El
primero está hecho en marfil, tiene largos dientes y está adornado en su parte
superior con un motivo que recuerda a las cabezas de pájaros estilizadas, propias
de las paletas predinásticas. Más que un verdadero peine parece un ornamento de
tocador o un elemento de adorno para el propio cabello. Fue encontrado en la
tumba robada 5130 (ver Figura 34). El segundo objeto es de hueso, tiene un
dorso fuertemente abombado y un gran número de pequeños dientes cortos. Más que
un peine para el cabello, parece como si se tratase de uno de los útiles de alfarero
destinado a estriar los vasos badarienses. Por otra parte, el único peine
encontrado en Mostaguedda es de hueso, tiene cinco dientes largos y espaciados
y está coronado por un pájaro estilizado muy diferente de los adornos en forma
de ave predinásticos (Brunton, 1937: lámina XXII, 24 y XXIV, 21; Vandier, 1952:
214, fig. 135, 21).
Figura 34: La imagen procede de Brunton y Caton-Thompson, 1928: lámina XXIV, 18
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i) Paletas
Cosméticas: los badarienses usaban, para la pintura de sus ojos, materiales
cosméticos obtenidos a base de moler sustancias minerales como la malaquita. El
material era molido en paletas de piedra especiales y utilizaban un guijarro
para machacar el mineral contra la superficie de la piedra. Veintiuna de esas
paletas cosméticas de piedra fueron encontradas en los cementerios badarienses
de Qau y el-Badari (Brunton y Caton-Thompson, 1928:
30-31) y otras seis fueron halladas en
Mostaguedda (Brunton, 1937: 54 y lámina
XXIV). La mayoría de ellas son alargadas, de forma rectangular
y ángulos redondeados mientras que los lados son normalmente convexos y, más
raramente, rectos o cóncavos (Brunton y Caton-Thompson, 1928: lámina XXI).
Una
excepción la constituye la paleta hallada en la tumba 5225 (ver figura 35) que
presenta una forma oval pero con los extremos acabados en punta y con una
pequeña muesca en ellos que, en otros ejemplares rectangulares, es reemplazada
por una hendidura más o menos larga y más o menos profunda o bien por una gran
depresión cóncava. Sólo una de ellas presenta algún tipo de ornamento, se trata
de la hallada en la tumba 5104 a la que se le hicieron tres agujeros redondos
en cada una de sus esquinas, probablemente para poder sujetar algún adorno.
Casi todas las paletas están hechas de esquisto aunque una de las halladas en
Mostaguedda está hecha a partir de basalto.
Figura 35: La imagen procede de Brunton y Caton-Thompson, 1928: lámina XXI, 19 |
Por regla
general, las paletas badarienses son más gruesas que las que aparecerán más
adelante durante la cultura Nagada, tienen sus superficies
planas y algunas de ellas muestran signos de uso que aparece en forma de
vestigios del cosmético que usaban. Se halló pasta de malaquita en algunas y también
restos de una pasta verde en un pequeño vaso de marfil en la tumba 5112.
Restos de un
polvo rojo fueron hallados en la paleta de la tumba 569a. También se
encontraron las piedras o guijarros que servían para triturar esas pastas. Las
paletas se encuentran, en aquellas tumbas que no habían sido perturbadas, cerca
del rostro, de la cabeza o de las manos. Ello sucede en seis tumbas mientras
que, en otra tumba, se encuentra sobre la rodilla y en otra junto a la pierna.
Sólo se encontró una paleta cosmética en cada una de las tumbas que las poseían
salvo en la tumba 5744 en la que fueron encontradas dos paletas. Las paletas
cosméticas badarienses nunca fueron agujereadas para la suspensión, es decir
para ser atravesadas por una cuerda mediante la cual poder ser colgadas, lo que
se hacía normalmente y en otras ocasiones, para facilitar el transporte.
8. Otro tipo de objetos
La mayor
parte de los vasos badarienses estaban hechos de arcilla. Sin embargo, Brunton
encontró en la zona de el-Badari varios fragmentos procedentes de tres vasos de
piedra que no fueron hallados en las tumbas sino que fueron sacados del material
de desecho alrededor de ellas. Uno de ellos fue encontrado en la zona del
cementerio 5100 mientras que los otros dos fueron hallados en el Área 5400
tratándose, probablemente, de desechos procedentes de un asentamiento. Son de basalto
negro o gris oscuro, material que sería usual para los vasos del Predinástico
Temprano. En Mostaguedda se encontró un ejemplar completo además del fragmento
de otro vaso de piedra, procedentes ambos del rellenado de una tumba
predinástica. Los vasos fragmentados no han sido encontrados en tumbas badarienses
por lo que podían ser más recientes si bien Brunton tiene tendencia a
atribuirlos a la civilización Badariense. El ejemplar completo, por el
contrario, está bien datado. Es un vaso de gran fondo plano, en el que las
paredes rectilíneas se acercan ligeramente conforme se van aproximando al borde
(Brunton, 1937: lámina XXIV, 15; Vandier, 1952: 216, fig. 137).
Los vasos de
marfil son un poco más frecuentes que los de piedra dura, de hecho Brunton
encontró nueve en la zona de el-Badari y cuatro en la zona de Mostaguedda (ver los vasos en Brunton y Caton-Thompson 1928: lámina XXIII, 1-8). Cinco de los vasos encontrados en el-Badari
son más o menos cilíndricos y si el número 8 no hubiera sido encontrado «in situ» habría sido atribuido, sin
duda, a una época predinástica más avanzada. Otro vaso está perforado un poco
por debajo del borde con un pequeño agujero que podría haber servido para fijar
una tapa o quizás para poder colgarlo. El número 3 de la lámina XXIII recuerda
mucho a los vasos de la Dinastía XVIII, con su pequeño fondo plano, su cuerpo
esférico, largo de hombros y su cuello recto. Los salientes que parten de la
zona más larga del cuerpo parecen imitar asas verticales, este vaso contenía
una pasta de malaquita triturada y ha sido encontrado al lado de una paleta de
esquisto. Los vasos de Mostaguedda tienen formas del todo diferentes, por
ejemplo el número 18 (Brunton, 1937: lámina XXIV, 18; Vandier, 1952: 217, fig.
138, 18) es un vaso globular con un
cuello bajo y ligeramente acampanado, coronado por un gran borde plano. El
número 20, de tipo cilíndrico es de fondo plano y paredes cóncavas, el borde es
reemplazado por una especie de burlete y el cuerpo está decorado por dos filas
paralelas de protuberancias en relieve, recordando a las que decoran ciertos
vasos de tierra cocida, sobre todo en Merimde Beni Salame. El número 28 es un
vaso alto de fondo redondeado y paredes ligeramente convexas mientras que la
forma general era casi cilíndrica. El vaso 33 es zoomorfo, una verdadera obra
maestra, el vaso tiene forma de hipopótamo y el artista reflejó la pesadez del
animal, soportado por unas cortas patas. El vaso se abre sobre el dorso del
animal con cuello bajo desarrollado por un gran borde plano (ver todos estos recipientes
en Brunton, 1937: lámina XXIV).
Las cucharas
de marfil constituyen otra característica sorprendente de la cultura
badariense. Aparecen en diez tumbas distintas en la zona de el-Badari, cuatro
de ellas en estado muy fragmentario (Brunton y Caton-Thompson, 1928: lámina
XXII) y en cuatro tumbas de la zona de Mostaguedda (Brunton, 1937: lámina XXIV;
ver todas en la Figura 36). Estas últimas presentan formas muy diferentes de
las de el-Badari y sólo una de las cucharas halladas en Mostaguedda recuerda
los finos ejemplos hallados en la zona de el-Badari pero Brunton no la dibujó
debido a su deterioro.
Figura 36: La imagen procede de Brunton y Caton-Thompson, 1928: lámina XXII, 1-7
|
Las
cucharas, desconocidas por las gentes de el-Fayum (al menos no se ha
encontrado ningún ejemplar allí), sí aparecen, como hemos dicho, tanto en el-Badari como en Mostaguedda
y allí estaban hechas, no de tierra cocida como en Merimde Beni Salame, sino en
marfil y se encuentran entre los productos más interesantes de la civilización
Badariense. La parte que constituye el recipiente o cazo de la cuchara es de
diferente tamaño y profundidad según los ejemplares y su forma difiere
sensiblemente, desde palas rectangulares (las números 1 y 2) hasta casi
cuadradas (la número 4), vagamente ovoides (número 6) o vagamente redondeadas
(números 5 y 7). El mango de la cuchara numerada como 1 y que procede de la
tumba 5719, termina en una punta ligeramente redondeada y ofrece una
decoración, a unos dos tercios de su altura, con tres estrías paralelas
horizontales. Los otros mangos están adornados, en su extremo, con figuras de
animales: la número 2 con una gacela; la 3 con un íbice; en las otras cucharas
el motivo decorativo se repite a la derecha y a izquierda del mango y es
difícil de interpretar. Se reconocen en la 4 dos cabezas de hipopótamo mientras
que las figuras de las cucharas 5 y 7 parecen aves y, en todo caso, animales
con el cuello largo.
En Mostaguedda,
como hemos dicho, un solo ejemplar recuerda a los de el-Badari. Las otras
cucharas son sensiblemente diferentes: dos de ellas tienen un mango cilíndrico
que aparece roto. La pala de la número 22 es redonda y profunda mientras que la
de la cuchara número 29 es oval y poco profunda. La última dibujada, la número
23, tiene un cazo pequeño delgado y circular y su asa termina en la figura de
una cabeza de íbice cuyos cuernos, fuertemente curvados, forman con el extremo
del mango un anillo que servía para la suspensión. La cuchara número 22 estaba
teñida de verde y probablemente fuera usada para mezclar pintura para ojos
tras su rotura, como uso secundario cuando ya no pudo ser usada para su
finalidad principal (ver ambas cucharas en la Figura 37). En el-Badari una de
las cucharas fue encontrada en la tumba de un hombre, otra en la de una mujer y
dos en las de niños. En Mostaguedda dos cucharas fueron encontradas en tumbas
de mujeres, otra posiblemente en la de una mujer y otra, la del mango en forma
de íbice, en la de un hombre. De acuerdo con las referencias que nos ofrece la
cerámica asociada, podríamos decir que las cucharas con cazo redondo y dobles
animales son las más tempranas (cucharas 5 y 7 en el-Badari) mientras que las
cucharas con los cuencos cuadrados y las dobles cabezas o sólo un antílope son
posteriores.
Figura 37: La imagen procede de Brunton, 1937, lámina XXIV, 22 y 29
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Varitas de
marfil: en el-Badari aparecieron una serie de objetos algo enigmáticos, se
trata de unas varitas de marfil muy peculiares, dos de ellas fueron encontradas
en la tumba 5143 (ver Figura 38), un tercio de su superficie es liso mientras
que los otros dos tercios están profundamente estriados en espiral, estaban en
muy malas condiciones y ni su longitud ni su finalidad pueden ser precisadas. Otra
varita, más pequeña que las anteriores, procede de la tumba 5118 y presenta una
acanaladura transversal en uno de sus extremos. Pudiera ser que estos objetos
fuesen mangos (ver en Brunton y Caton-Thompson, 1928: lámina XXIV).
Figura 38: La imagen procede de Brunton y Caton-Thompson, 1928, lámina XXIV, 6. |
Palos
arrojadizos: en la tumba 5716 de el-Badari se encontraron, uno sobre el otro y
cerca de las manos del esqueleto del hombre enterrado, dos de estos
interesantes objetos (ver Figura 39).
Estaban hechos de una madera extremadamente ligera que se encontraba en un preocupante estado de descomposición (Brunton y Caton-Thompson, 1928: láminas XXIII, 29 y XXV 1 y 2). Ninguno de los dos «bumeranes» estaba completo y, si bien uno de ellos estaba casi intacto pues sólo le faltaba una pequeña porción en la parte superior, el otro mostraba su parte superior amputada y no se pudo encontrar, en el interior de la tumba, ningún rastro de la parte que faltaba lo cual podría indicar que los objetos eran ya viejos y que quizás estaban rotos antes de ser depositados en la tumba junto al muerto. Los bumeranes estaban decorados con tres hileras de pequeños puntos paralelos en la parte central que se extienden longitudinalmente a lo largo de todo el palo mientras que en el extremo inferior aparece un diseño de líneas en zigzag. Otro bumerán, éste no decorado, fue encontrado en Mostaguedda (Brunton, 1937: lámina XXIII, 2, a). Estos ejemplares son interesantes ya que no se conocen muchos más objetos de este tipo, según Brunton el siguiente ejemplar en la antigüedad egipcia aparece en la Dinastía XII (Petrie, 1890: lámina IX, 30).
Figura 39: La imagen procede de Vandier, 1952, página 226, Figura 145. |
Estaban hechos de una madera extremadamente ligera que se encontraba en un preocupante estado de descomposición (Brunton y Caton-Thompson, 1928: láminas XXIII, 29 y XXV 1 y 2). Ninguno de los dos «bumeranes» estaba completo y, si bien uno de ellos estaba casi intacto pues sólo le faltaba una pequeña porción en la parte superior, el otro mostraba su parte superior amputada y no se pudo encontrar, en el interior de la tumba, ningún rastro de la parte que faltaba lo cual podría indicar que los objetos eran ya viejos y que quizás estaban rotos antes de ser depositados en la tumba junto al muerto. Los bumeranes estaban decorados con tres hileras de pequeños puntos paralelos en la parte central que se extienden longitudinalmente a lo largo de todo el palo mientras que en el extremo inferior aparece un diseño de líneas en zigzag. Otro bumerán, éste no decorado, fue encontrado en Mostaguedda (Brunton, 1937: lámina XXIII, 2, a). Estos ejemplares son interesantes ya que no se conocen muchos más objetos de este tipo, según Brunton el siguiente ejemplar en la antigüedad egipcia aparece en la Dinastía XII (Petrie, 1890: lámina IX, 30).
En cuanto a
las agujas (ver Figura 40) se aprecia un gran progreso técnico con respecto a
estos mismos objetos en la época neolítica ya que ahora las agujas presentan un
ojo mientras que los ejemplares neolíticos encontrados en Merimde Beni Salame y
en el-Fayum, con una sola excepción, no están nunca perforados. Las agujas badarienses
son de hueso y se nos presentan tanto rectas como curvadas, estas últimas
servían para hacer cestas y las primeras para trabajar el cuero (Brunton y
Caton-Thompson, 1928: láminas XX, 16; XXIII, 26 a 28; XXVI; XXVII, 1; XXIX, 4).
Figura 40: La imagen procede de Vandier, 1952, página 225, Figura 144
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Según Brunton,
los tejidos de lino debían ser cosidos con agujas de cobre, pero no se ha
recuperado ninguna aguja de ese metal en los yacimientos badarienses mientras
que los ejemplares de Mostaguedda no aportan nada nuevo, casi todas las agujas
son rectas y sólo una está curvada ligeramente (Brunton, 1937: lámina XXV, 16-19 y 21-26), la número 21 está tallada en su parte superior mediante profundos
surcos circulares y otras dos, la 17 y la 22, muestran restos de adornos sobre
el ojo. Brunton afirma que las agujas badarienses son demasiado burdas como
para haber sido utilizadas en la confección de trabajos finos en cuero y que,
por otra parte, son demasiado pequeñas como para hacer cestas. Hay que tomar
esto con reservas, sobre todo en lo concerniente a las agujas curvadas. Las
otras debían servir para grandes trabajos de cuero. Cuatro tumbas
pertenecientes a hombres contenían agujas —una de esas tumbas contenía tres
agujas— y dos ejemplos más se encontraron en inhumaciones de mujeres. La
presencia de estas agujas de hueso bien podría deberse a la cantidad de piel
usada.
Los
alfileres o pines son todavía muy raros y sólo se pueden citar unos pocos
ejemplares. Sólo un alfiler de cobre, de aproximadamente 7,62 cm de longitud
que fue encontrado en la tumba robada 5112 de el-Badari es el único implemento
de este tipo hallado en los yacimientos badarienses (Brunton y Caton-Thompson,
1928: página 33; lámina XXVI, objetos de la tumba 5112). En Mostaguedda no ha
aparecido ningún ejemplar. Las agujas o pines de cobre son conocidas en las más
tempranas tumbas de las siguientes culturas predinásticas, aunque estas últimas
llevaban un bucle en su cabeza y son mucho más ligeras que el ejemplo
badariense. Pines de marfil o de hueso han sido encontrados en las tumbas 5112
y 5397 aunque podría tratarse simplemente de puntas de agujas o de dientes de
peines, rotos y separados del objeto original al que pertenecían. Puntas de
madera han sido encontradas en tres tumbas de el-Badari, dos puntas fueron
halladas en la tumba 5719 (Brunton y Caton-Thompson, 1928: lámina XXVII, 6),
dos pequeños palos acabados en punta fueron hallados en la tumba 5729 y otras
cinco puntas de madera fueron halladas en la tumba 5755.
Las leznas o
punzones han sido encontrados en mucho mayor número que los alfileres o pines
tanto en el-Badari como en Mostaguedda. En el-Badari los perforadores o leznas
fueron encontrados en número considerable en las áreas 5200, 5400, 5500 y 6000
y la mayoría de ellos procede de yacimientos de habitación. Una docena fueron
encontrados en tumbas, nueve de ellos aparecieron en tumbas de varones y sólo
uno en la de una mujer, en la tumba 5734. También fueron hallados en Mostaguedda
(Brunton, 1937: lámina XXV, 16; XXXII, 5, e, g, l, m, r, u; y lámina
XLI, 36, 40-42; ver Figura 41). Parece probable que uno de sus usos fue
el hacer agujeros en las pieles, lo cual probaría que el cuero era trabajado de
forma habitual. La mayor parte de estos punzones estaban hechos e partir de
fémures de pájaros.
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Figura 41: La imagen procede de Brunton, 1937, lámina XXXII, 5
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Se
encontraron ocho anzuelos (ver Figura 42). Tres de ellos proceden de el-Badari:
uno de los tres, de marfil, fue encontrado en la tumba 5164; otro, de concha,
en la tumba 5738; el tercero, también de concha, fue encontrado con el grupo de
objetos de sílex enterrados en un agujero numerado como 5213 (Brunton y
Caton-Thompson, 1928: lámina XXIV, 16 y 17; XXVII, 1; XXIX, 1).
Cinco anzuelos más fueron hallados en Mostaguedda. Tres de ellos, de marfil o de concha, proceden de tumbas saqueadas: había dos en la tumba 1211, cuyos huesos parecen pertenecer a una mujer; y había otro en la tumba 2254 (Brunton, 1937: láminas XXIII, 6j, 6k; lámina XXV 34, 35, 36). Todos estaban perforados lo que prueba que habían sido atados a un sedal y que habían servido para la pesca. De esta forma los anzuelos demuestran que la pesca con sedal se remonta al origen de la civilización.
Figura 42: La imagen procede de Vandier, 1952, página 227, Figura 146
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Cinco anzuelos más fueron hallados en Mostaguedda. Tres de ellos, de marfil o de concha, proceden de tumbas saqueadas: había dos en la tumba 1211, cuyos huesos parecen pertenecer a una mujer; y había otro en la tumba 2254 (Brunton, 1937: láminas XXIII, 6j, 6k; lámina XXV 34, 35, 36). Todos estaban perforados lo que prueba que habían sido atados a un sedal y que habían servido para la pesca. De esta forma los anzuelos demuestran que la pesca con sedal se remonta al origen de la civilización.
El trabajo
de cestería, cestos y canastos, no era utilizado de forma tan corriente como en
las culturas del norte. No obstante, fueron detectados en ocasiones pero no
pudieron ser recuperados por el mal estado en que se encontraban. En efecto, debido
a su estado de deterioro se han encontrado fragmentos pero no se ha conservado
ninguna pieza entera.
Los huevos
de avestruz fueron utilizados como recipientes. En la tumba 1414 de el-Badari
fue hallado un huevo con un tercio de su superficie separada en un lado, el
borde había sido cuidadosamente alisado y las roturas habían sido reparadas
mediante ataduras a través de agujeros. Una fila de agujeros recorre la
superficie del huevo cerca del borde y su finalidad podía ser tanto para la
decoración como para la suspensión. En la región de Mostaguedda fueron
encontrados algunos restos entre la basura del Área 1600 y también en la tumba 470.
Se
encontraron algunas plumas de avestruz formando un abanico en la tumba 5754 de
el-Badari. En la tumba 443 de Mostaguedda había restos de una pluma sobre la
cabeza de un cadáver, posiblemente una mujer. En las tumbas 1005, de un varón, y
en la 2211,de un niño, había también sendas plumas sobre sus cabezas. En la
tumba 444, perteneciente también a un varón, había una pluma sobre las
costillas y los codos. Y en la tumba 3555, perteneciente a una mujer, había
varias plumas cerca de las rodillas. Todas estas tumbas estaban intactas. Había
también un pluma en la tumba 1218, ya saqueada y perteneciente a un hombre. Dos
de esas plumas, las de las tumbas 1218 y 2211, fueron identificadas como
procedentes una «garza nocturna coroninegra».
En el-Badari un niño tenía cuatro puntas de plumas de avestruz cerca de la
cabeza pero no sobre ella. Hemos de señalar que la práctica de portar una pluma
en el pelo era común entre los libios en tiempos históricos.
Herramientas
de hueso para el trabajo del sílex: se han encontrado unos objetos hechos a
partir de las escápulas de animales de cierto tamaño y cuya parte gruesa era
más fácil de sujetar con la mano cuando se pretendía trabajar sobre objetos de aquel
mineral. La herramienta termina en un borde afilado, tanto como lo puede estar un
cincel. Dos ejemplos fueron encontrados en el área de habitación 5400 de
el-Badari y uno de ellos había perdido la parte gruesa (Brunton y
Caton-Thompson, 1928: lámina XXIX, 2). Otro ejemplo procede de la tumba 5719
donde estaba asociado con varios objetos entre los que está un tosco núcleo de
sílex (Brunton y Caton-Thompson, 1928: lámina XXVII, 6). El cuarto ejemplo
procede de la tumba 5451, fue encontrado en un agujero con cierta cantidad de
piezas de sílex muy toscas entre las que había un hacha dañada y un cuchillo de
filo en diente de sierra, también se encontró el fragmento de un hueso de
animal y parte de una copa de cerámica negra y elaboración grosera. Esta
asociación con sílex en bruto en dos casos ha conducido a la creencia de que
estos implementos que hemos citado al principio —las herramientas de hueso— estaban
conectados de alguna forma con la industria del trabajo del sílex.
Espinas de
pescado: las espinas dorsales de la perca del Nilo «Lates Niloticus», fueron utilizadas en diversas funciones, tal y
como sucedería después ya en tiempos dinásticos. Cuatro de estos ejemplos fueron
encontrados en el-Badari, concretamente en las zonas de desperdicios de las
áreas 5100, 5200 y 5400. Otras tres fueron halladas en las tumbas 5104, 5105 y
5112. En la zona de Mostaguedda se encontraron dos ejemplares que habían sido
enterrados con una mujer de avanzada edad en la tumba 818 y que fueron usadas
probablemente, según Brunton, como leznas o punzones.
Modelos de
botes en cerámica: dos modelos de lo que parecen ser pequeños navíos fueron
encontrados en el cementerio 5100 de el-Badari, estos se parecen, no obstante,
a lo que podríamos considerar como abrevaderos a pequeña escala sin que podamos
obtener muchos más detalles. En la tumba 5452 había otro modelo cuya parte
trasera se proyecta hacia afuera y un agujero perfora el «casco» del barco (Brunton y Caton-Thompson, 1928: lámina XXIII, 33).
En la zona de Mostaguedda también se encontró una parte del modelo de un barco,
como los de el-Badari, sin más detalles y que procede del Área 2000 (Brunton, 1937: lámina XLI, 71). Otro fragmento estaba en el grupo de objetos 2814
aunque éste podría ser tanto tasiense como badariense.
Figuras de
animales: una pequeña figura de cerámica que representa la parte trasera de un
cuadrúpedo procede del área 6000 de el-Badari. Parece pertenecer a un
hipopótamo a juzgar por el tamaño de las patas sin embargo, la cabeza y la
parte delantera han desaparecido. Brunton también nos ofrece la referencia a
otra pequeña pieza cerámica que, marcada con las letras «nn», podría ser parte de la figura de un animal (Brunton y
Caton-Thompson, 1928: lámina XXVII, 5).
Discos de
cerámica: parece que se trata de objetos domésticos. Proceden de las áreas
5200, 5400 y 5700. Uno de ellos se encontraba junto con un molino de grano en
el agujero numerado 5117 y otro procede del agujero 5125, que podría no ser una
tumba, y se encontraba junto a una punta de flecha de sílex. En la zona de Mostaguedda
fueron encontrados tres discos que, aunque no estaban en el interior de tumbas,
son probablemente badarienses (Brunton, 1937: lámina XXXII, 5b, 5i; lámina XLI,
48). Otros discos similares aparecieron en los entornos más modernos del periodo
Nagada I, en Mahasna o en localidades donde es característico un Predinástico
más avanzado, como Abidós. Algunos discos decorados fueron hallados en el
asentamiento de Tukh (Nagada). Su propósito es dudoso ya que no parecen
apropiados para ser utilizados en husos espirales y, sin embargo, de su forma
redonda podemos inferir que estaban destinados a girar.
Husos
espirales: un objeto de brecha fue descubierto en la tumba 5152 y podría ser
una espiral. Ambas caras están algo redondeadas. Junto con un vaso de marfil,
unas losas de pórfido y unas cestas, incluidas en grupo 5548 que procede de una
zona de asentamiento, se encontraba un disco bien elaborado de piedra caliza
rosada que había sido redondeado por ambas caras y presentaba un borde afilado
(Brunton y Caton-Thompson, 1928: lámina XXIII, 30). Este podía haber sido
utilizado para el hilado, pero ninguno de estos objetos es como los posteriores
husos espirales que se conocen.
Colmillos:
los colmillos de hipopótamo badarienses proceden de cuatro tumbas de la zona de
el-Badari, ninguno de ellos presenta adorno alguno. En la tumba 5390 aparece
una parte de uno de ellos junto con lascas de sílex y otros objetos en las
manos de lo que parecen ser los restos de una mujer. En la tumba 5437 había
otro, también asociado a lascas, pero en este caso la tumba había sido
perturbada. Un tercero aparece al lado de un núcleo de sílex junto a un niño en
la tumba 5719 (Brunton y Caton-Thompson, 1928: lámina XXVII, 6). El cuarto estaba
en la tumba 5114. La punta de un quinto colmillo se encontró entre los
escombros del Cementerio 5100. Por otra parte, en la zona de Mostaguedda se
encontraron colmillos en tres tumbas: en la 428 había un colmillo que contenía
malaquita y que estaba junto a otros objetos de aseo; en la tumba 595 (ver Figura 43) había un par de colmillos ligeramente grabados, también junto a un
grupo de objetos de aseo (Brunton, 1937: lámina XXIII, 1 a; lámina XXIV, 16,
17); y en la tumba 2254 aparece el fragmento de otro.
Figura 43: La imagen procede de Brunton, 1937, lámina XXIV, 16 y 17
|
Cuernos de
animales: dos pares de pequeños cuernos aparecen junto al grupo de objetos
domésticos de la tumba 5548. En la tumba 5105 aparece un cuerno largo y
estrecho de antílope. La poca cantidad de cuernos hallados contrasta con la
cantidad de ellos encontrada en las «Pan
Graves» del Cementerio 5400. En Mostaguedda, en la tumba 330, aparecen dos
fragmentos de cuerno, uno redondeado y agujereado y el otro presenta la forma
de un «calzador» (Brunton, 1937: lámina XXIII, 5).
Lijadores o
«frotadores» de piedra dura fueron
encontrados en los grupos de vivienda 5117 —hechos de arenisca y cuarcita— y
5124 —hechos de piedra ígnea dura gris—, junto a este último se encontraba una
masa de materia orgánica probablemente de origen vegetal. Otro de estos
elementos procede de la zona de residuos del poblado de la zona 5400 y un
cuarto objeto procedería de la zona 5500. Este último tiene una longitud de 11,43
cm y está coloreado en rojo, como si hubiera sido usado para moler pintura de
ese mismo color. Estas piezas arenosas, duras —son de roca ígnea—, de forma
ovalada y larga, con los extremos redondeados pero con las parte superior y la
base dejadas planas y lisas fueron encontrados en cierta cantidad en los
yacimientos de las villas predinásticas y las más grandes eran, casi con toda
probabilidad, molinos para grano mientras que las más pequeñas podrían haber
sido usadas para el tratamiento de pieles. Quizás lo que pueden ser pequeños «lijadores» o «frotadores» han aparecido en varias tumbas, a saber: de cuarcita y
alabastro en la 5719; tres de piedra gris dura en la tumba 5739; un trozo de
cuarcita bajo el pie del cadáver de la tumba 5418. Ocho piedras grises aparecieron
en la tumba 5371, estaban quemadas quizás por haber sido empleadas para hacer una pequeña
especie de chimenea o para usarse como soporte de la caldera. Por otra parte, en
la tumba 5719 había una delgada pieza de esquisto gris. En Mostaguedda también
aparecieron, sobre todo cerca de los yacimientos de habitación, aunque también es cierto que algunas aparecieron
en tumbas. No obstante se puede afirmar que, con casi con toda probabilidad, se
trata de material intrusivo. Otros elementos de esta clase fueron encontrados
junto a grupos de recipientes cerámicos. El material era casi siempre roca
ígnea gris aunque también aparecen la piedra caliza dura, gres o la arenisca
gris. Los tamaños varían, por una parte hay una grupo de alrededor de 6 cm y,
por otra, aparece otro grupo de una variedad más larga, entre 12 y 17 cm.
Un par de
paletas de pórfido, bien elaboradas, fueron encontradas dentro de una canasta y
junto a un grupo de objetos de uso doméstico en la tumba 5548. Se trataba de losas
planas, lisas y rectangulares pero con las esquinas redondeadas, una de ellas
medía 17,8 x 12,7 cm y la otra 24,13 x 12,7 cm. Los objetos parecidos más
cercanos a estas losas fueron la paletas nubias que pertenecen al periodo
Protodinástico.
Objetos de
Selenita: aparece una gran losa de selenita en la tumba 569, junto al
recipiente cerámico de cuatro asas. Como quedaban restos de madera a su
alrededor se ha sugerido que podría tratarse de un espejo. En realidad no hay
restos conocidos, propiamente dichos, de espejos predinásticos pero Petrie
sugirió que la pizarra mojada podía haber sido usada con ese fin.
En la zona
de Mostaguedda se encontraron varias bolsas de piel. En la tumba 2224 un hombre
tenía grano en el interior de una bolsa de piel situada a sus pies; en la tumba
3538 una mujer tenía una concha de aseo en lo que parecía ser otra bolsa de
piel; y había restos de una tercera bolsa cerca de las caderas de un niño en la
tumba 5213. El ejemplo más interesante estaba en la tumba 2229, donde los
objetos de aseo y algunas conchas perforadas habían sido introducidos en una
bolsa de piel cuya asa tenía toda su longitud entretejida en finas trenzas.
9. Utillaje Lítico
Badariense
El utillaje
lítico más antiguo perteneciente al predinástico y hallado en el Alto Egipto es
el de la cultura Badariense aunque ha sido escasamente investigado y,
prácticamente, sólo es conocido a través del trabajo de Guy Brunton y Gertrude
Caton-Thompson y de alguna revisión posterior como la llevada a cabo por Holmes
(1989). El Badariense conforma una industria de lascas y láminas que, en muchos
aspectos, recuerda a las tradiciones líticas del Bajo Egipto. Las principales
herramientas no bifaciales parecen ser raederas, perforadores y piezas
retocadas. La industria lítica badariense tiene un componente bifacial que
comprende puntas de proyectiles de base cóncava, hoces, triángulos, pequeñas
hachas ovales y otras formas variadas. Mientras que las clases básicas se
superponen con las del neolítico del Bajo Egipto, las herramientas
características del badariense muestran sus variaciones distintivas en su forma
y en su estilo de lascado. Las puntas de base cóncavas, por ejemplo, son mucho
más refinadas en su forma, mostrando delicadas y estrechas alas, muy planas y
con retoques muy regulares.
De acuerdo
con Brunton este utillaje lítico, recuperado en el-Badari y en Mostaguedda y que
fue cuidadosamente elaborado, era el siguiente (Brunton y Caton-Thompson, 1928: 35 y ss.):
1.- Puntas
de flecha «aladas» y, a veces,
también «pedunculadas» (ver Figura 44).
2.- Sierras, o cuchillos con el filo dentado, normalmente sólo en uno de los bordes, siendo raros los ejemplares en los que aparecen los dos bordes dentados.
3.- Hojas y objetos diversos como cuchillos, azuelas o puntas de lanzas. En esta última categoría deben incluirse innumerables lascas y núcleos en bruto, de los que algunos han sido hallados en las tumbas donde posiblemente sustituyeran a los útiles acabados.
Figura 44: La imagen procede de Brunton, 1937: lámina XXVIII, 13 a 26 |
2.- Sierras, o cuchillos con el filo dentado, normalmente sólo en uno de los bordes, siendo raros los ejemplares en los que aparecen los dos bordes dentados.
3.- Hojas y objetos diversos como cuchillos, azuelas o puntas de lanzas. En esta última categoría deben incluirse innumerables lascas y núcleos en bruto, de los que algunos han sido hallados en las tumbas donde posiblemente sustituyeran a los útiles acabados.
Figura 45: La imagen procede de Brunton y Caton-Thompson, 1928, lámina XXIX |
Puntas de
flecha «aladas»: fueron encontradas veinticuatro
puntas de flecha en los yacimientos badarienses y pertenecen a tipos muy
diferentes (ver Figura 45). Catorce de estas puntas fueron encontradas en el
interior de tumbas y otras diez fueron halladas tanto en los depósitos de
escombros de asentamientos como en los de los cementerios. Todas las tumbas
estaban saqueadas excepto la 5725. Normalmente aparece una sola flecha por
tumba salvo en las tumbas 5120 y 5744 las cuales contenían un par de puntas de
flecha cada una. Los tipos variaban considerablemente, el diseño puede ser
rechoncho y redondeado, como el de la tumba 3920, o largo y estrecho, como la
de la tumba 5148. El ángulo entre las alas puede ser ancho y curvo, como la de
la tumba 1700, o estrecho y «apuntado» como la de la tumba 5715. Las
alas pueden mostrar sus extremos cuadrados, tumba 5100 o los extremos «apuntados» como la de la tumba 1700. Pueden
ser anchos, como el ejemplar de la tumba 5470 o estrechos, como muestra el
ejemplo de la tumba 1700. También aparece una punta de flecha pedunculada,
usuales en el-Fayum, como el ejemplar de la tumba 5400 y que también presenta
sus bordes rugosos, como si estuvieran denticulados (Brunton y Caton-Thompson,
1928: lámina XXIX, 3-6).
En Mostaguedda
se encontraron alrededor de veinticinco puntas de flecha, de ellas sólo siete
de estos típicos objetos badarienses proceden del interior de tumbas —todas
ellas saqueadas— y concretamente de las tumbas 595, 596, 1218, 1244, 2227,
11706 y 11731 (ver Figura 46).
Sólo tres ejemplares de puntas de flecha estaban completos y de una de ellas, de la correspondiente a la tumba 1218, sólo se encontró la punta de una de las alas y no ha podido ser reproducida. En cuanto a las puntas de flecha halladas en las zonas de asentamiento y en cementerios —pero no en el interior de tumbas— en Mostaguedda, los tipos van desde el ejemplar corto y con una gran muesca (número 22) al ejemplar de largas alas con los lados rectos (número 14). Algunos de los ejemplares están toscamente tallados y había una que puede considerarse como un «proyecto de flecha» (Brunton, 1937: lámina XXVII: 127 a 136; lámina XXVIII: 12 a 26 y 61).
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Figura 46: La imagen procede de Brunton, 1937: lámina XXVII, 118 a 142
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Sólo tres ejemplares de puntas de flecha estaban completos y de una de ellas, de la correspondiente a la tumba 1218, sólo se encontró la punta de una de las alas y no ha podido ser reproducida. En cuanto a las puntas de flecha halladas en las zonas de asentamiento y en cementerios —pero no en el interior de tumbas— en Mostaguedda, los tipos van desde el ejemplar corto y con una gran muesca (número 22) al ejemplar de largas alas con los lados rectos (número 14). Algunos de los ejemplares están toscamente tallados y había una que puede considerarse como un «proyecto de flecha» (Brunton, 1937: lámina XXVII: 127 a 136; lámina XXVIII: 12 a 26 y 61).
Cuchillos
con «dientes de sierra»: en la zona
de el-Badari se encontraron dieciséis sierras de las que solamente seis
procedían de enterramientos y diez de depósitos, nueve de ellas aparecieron
juntas (Brunton y Caton-Thompson, 1928: lámina XX, 16; lám. XXVI; lám. XXVII: 2
y 4; lám. XXVIII: 2 y 3; lám. XXIX: 2 y 4). La longitud de estas sierras oscila
entre los 5 y los 17 cm. Un solo ejemplar, el procedente de la tumba 5120, aparece
finamente dentado por sus dos filos y Brunton se pregunta si no se tratará de
una daga o puñal en lugar de una sierra (Brunton y Caton-Thompson, 1928: 37). El
resto de las sierras que aparecen en la zona de el-Badari sólo tienen dentado
uno de sus filos y estos eran siempre convexos con la curva acentuándose hacia
la cima. Dos de las sierras terminan en punta por sus dos extremos mientras que
el resto son triangulares.
En la zona de
Mostaguedda los típicos cuchillos con el borde serrado fueron encontrados en
dos tumbas, la 468 donde estaban situados en las espinillas del cadáver, y en
la tumba 472A. Otro cuchillo, esta vez con el borde liso y sin serrar, procede
de la tumba 3204 y estaba situado cerca de los hombros. Un cuarto cuchillo, con
el borde serrado y con una muesca en uno de sus extremos, en la «culata», procede de la tumba 3552. Se
trataba de un tipo nuevo en la zona de el-Badari pero que fue también encontrado, a lo largo de
la misma temporada por otro equipo de arqueólogos, en Merimde Beni Salame, en la zona del Delta (Brunton, 1937: lámina XXVII, 130 a 137; lámina
XXVIII, 37 y 108).
Otras
formas: se encontraron de forma esporádica cuchillos de varios tipos que
podríamos considerar como «especiales».
Hay dos finos cuchillos largos y ovales, uno de ellos de poco más de 20 cm, con
puntas en ambos extremos que procede de la tumba 569 (Brunton y Caton-Thompson,
1928: lámina XXVI; ver en Figura 47).
Otro cuchillo, aproximadamente de la misma longitud que el anterior, tiene uno de sus extremos cuadrados pero es, por lo demás, similar al que acabamos de ver, y procede de la tumba 5739 (Brunton y Caton-Thompson, 1928: lámina XX, 16). También se encontraron dos cuchillos de elaboración más tosca, procedentes de la tumba 5814 (Brunton y Caton-Thompson, 1928: lámina XXVIII, 5) y otro más grande, con un extremo casi cuadrado, procedente de la tumba 2015 (Brunton y Caton-Thompson, 1928: lámina LVII, 2). Dos hojas más aparecen melladas por la zona de la empuñadura, uno con una elaboración muy tosca, hallado en la tumba 5410 y el otro mejor trabajado procedente de la tumba 5814, con su delicado tallado del filo (Brunton y Caton-Thompson, 1928: lámina XXVIII, 3 y 5).
Figura 47: La imagen procede de Brunton y Caton-Thompson, 1928: lámina XXVI |
Otro cuchillo, aproximadamente de la misma longitud que el anterior, tiene uno de sus extremos cuadrados pero es, por lo demás, similar al que acabamos de ver, y procede de la tumba 5739 (Brunton y Caton-Thompson, 1928: lámina XX, 16). También se encontraron dos cuchillos de elaboración más tosca, procedentes de la tumba 5814 (Brunton y Caton-Thompson, 1928: lámina XXVIII, 5) y otro más grande, con un extremo casi cuadrado, procedente de la tumba 2015 (Brunton y Caton-Thompson, 1928: lámina LVII, 2). Dos hojas más aparecen melladas por la zona de la empuñadura, uno con una elaboración muy tosca, hallado en la tumba 5410 y el otro mejor trabajado procedente de la tumba 5814, con su delicado tallado del filo (Brunton y Caton-Thompson, 1928: lámina XXVIII, 3 y 5).
La larga
punta de lanza, que quizás se trata de una daga, procedente de la tumba 5391 es
como la daga procedente de la tumba 5120 pero más pequeña y estrecha (ver respectivamente Brunton y Caton-Thompson, 1928: lámina XXVI, 1 y lámina XXVIII, 3). Una
forma similar procede del área 1700 de el-Hemamieh. El útil de sílex con forma
de azuela, procedente de la tumba 5400 cuya parte superior es redondeada parece
extrañamente fuera de lugar aquí (Brunton y Caton-Thompson, 1928: lámina
XXVIII, 6). Una parte de un utensilio que tenía quizás la misma forma que el
anterior procede de la tumba 5459. Junto a la azuela procedente de la tumba
5400 aparece una herramienta que es como los más pequeños de los cuchillos de
filo serrado del gran grupo de la tumba 5773, pero éste del que hablamos no
está serrado por su filo. Aparecen dos pequeñas varillas de sílex que son,
probablemente, alas de punta de flecha que se habrían roto.
El ejemplo
de trabajo del sílex más fino que podemos encontrar en el-Badari es el conjunto
de cinco pequeños útiles con forma de hoja, hechos con sílex pálido
translúcido. Cuatro de ellos tienen punta en los dos extremos y el último tiene
la base plana. Todos estos útiles están finamente «desconchados» a lo largo de todo el contorno. Junto a estas cuatro
hojas fue encontrada, entre otras cosas, la punta de flecha que aparece junto a
ellas en la fotografía de la lámina señalada (ver Figura 48). Podía haberse
tratado de modelos de los grandes cuchillos a los que nos hemos referido antes.
Otro pequeño útil de sílex y que presenta una forma de hoja, procede de la
tumba 5500 pero es, sin embargo, de trabajo mucho más burdo y con un cuerpo más
grueso (Brunton y Caton-Thompson, 1928: lámina XXIX, 5-6).
Figura 48: La imagen procede de Brunton y Caton-Thompson, 1928: lámina XXIX.6 |
En la zona
de el-Badari fueron encontradas dos curiosas piezas de pedernal gris, una en la
zona de habitación 5400 y la otra junto a un grupo de grandes objetos de sílex
y núcleos en el interior de la tumba 6017. Ambas piezas presentan cierto
parecido con las herramientas de hueso que se utilizaban para el trabajo del
sílex.
Lascas de
sílex fueron encontradas en abundancia lo que sugiere que el desbastado era
realizado, casi con toda seguridad, a nivel local tal y como, por otra parte,
podía esperarse. Sin embargo, la presencia de lascas en muchas tumbas implica
que estos útiles tenían sus usos concretos y que no se trataba de meros
desperdicios. En algunos casos podrían ser considerados como modelos de
herramientas a tamaño completo. Muchas de estas lascas, procedentes de tumbas,
fueron fotografiadas y publicadas en la obra de Brunton y Caton-Thompson (1928:
lámina XX, 16, tumba 5739; lámina XXVI, tumba 5120; lámina XXVII, 1, tumbas
5390 y 5738; lámina XXVII, 4, tumba 5705; lámina XXVII, 5, tumba 5744; lámina
XXVIII, 3, tumbas 5389 y 5401; lámina XXIX, 5, tumba 5406).
También
aparecieron lascas en depósitos o en agujeros —pero siempre fuera de tumbas— de
los cuales se duda que pudieran constituir enterramientos. En las tumbas se
encuentran cantidades de lascas que varían entre una y diez y también se
encuentran los núcleos de los cuales aquellas fueron desgajadas. Hay que
destacar la gran cantidad de fragmentos de sílex, extremadamente groseros,
depositados en grupos en agujeros en el suelo. Estos agujeros podían estar tanto
en el terreno de cementerios como en el de asentamientos.
Cuando se
constata la existencia de sílex en tumbas, nos encontramos con un aspecto que
puede resultar interesante: se trata de que once de las tumbas, en las que el
sexo de sus ocupantes pudo llegar a ser determinado, pertenecían sin duda a
varones, en otras dos estaban enterrados jóvenes y otras dos podían pertenecer,
con dudas, a mujeres aunque, dada la naturaleza de los bienes que les
acompañaban, muy bien podían haber pertenecido a hombres también. Si esto fuera
así, resulta que no tendríamos ejemplos de sílex en tumbas de mujeres, un
aspecto de gran relevancia desde el punto de vista de las condiciones sociales.
En
Mostaguedda las lascas son los útiles más comúnmente encontrados en las tumbas,
veintiuna de las treinta y ocho tumbas en las que se encontraron objetos de
sílex contenían esos objetos aunque es posible que algunos fueran «intrusos» originarios de las basuras de
las zonas de habitación que habrían sido mezclados ocasionalmente con el
relleno de las tumbas quizás en el momento del enterramiento o cuando las
tumbas fueran saqueadas por primera vez, pero es indudable que la mayoría
pertenecen a los enterramientos. Una de las lascas, la de la tumba 209, fue
encontrada dentro de un recipiente cerámico; otras se encontraron bajo la
cabeza del cadáver, tres en la tumba 303, otras en las tumbas 457 y 467; dos
estaban en la parte superior de un recipiente cerámico dentro de la tumba 494;
algunas estaban junto a otro grupo de objetos en las tumbas 1229 y 3264; por
último, cinco de estas lascas se encontraban cerca del rostro del difunto, en
la tumba 1656.
Los útiles
incluidos en este grupo lítico son, en su mayoría, muy pequeños y generalmente
con uno de sus extremos en punta, unos pocos son más grandes y muestran algún
tipo de trabajo en una de sus caras (la mayoría se muestran en Brunton, 1937:
láminas XXII, 3; XXIII, 61; XXVII, 141; XXVIII, 27, 29, 30-33, 41, 44-46,
92-96, 98-100, 102, 103, 109 y110).
Uno de los
objetos de sílex badarienses más remarcable es una larga daga con uno de sus
extremos terminado en punta que procede de la tumba 2228 (Brunton, 1937: lámina
XXII, 31; ver Figura 49). Está elaborada a partir de un inusual tipo de sílex
moteado y está muy finamente retocada por ambas caras.
En lo que se
refiere a la relación entre la aparición de sílex y el sexo de la persona
enterrada tenemos que 16 tumbas pertenecen a hombres (tres son dudosas), 10 a
mujeres (siete son dudosas) y seis a menores. Los objetos de sílex que aparecen
en las tres tumbas que, con seguridad, pertenecen a mujeres eran todas lascas y
sólo uno de esos enterramientos no había sido saqueado. Esto coincide con lo
encontrado en el-Badari, es decir, que los útiles de sílex aparecen
generalmente en tumbas ocupadas por hombres.
Figura 49: La imagen procede de Brunton y Caton-Thompson, 1937: lámina XXII.31 |
Los objetos
de sílex encontrados en las zonas de vivienda son mostrados en las láminas XXVI
a XXVIII de la obra de Brunton (1937). La gran mayoría de estos útiles son rascadores o
raederas, lascas en punta y cuchillos de confección grosera. Los rascadores
son, en su mayoría, de forma más o menos oval y algunos son casi circulares. Las
lascas en punta y los cuchillos groseros varían a menudo en forma y en técnica.
Algunas de las lascas son muy pequeñas y las más pequeñas entre ellas están, a
menudo, muy cuidadosamente trabajadas y podríamos decir que se trata de «microlitos». Las leznas en punta están
prácticamente ausentes, sólo una aparece entre los sílex badarienses. Un
pequeño raspador en forma de «creciente»
—con forma de luna en «cuarto creciente»—
es tan parecido a los crecientes del predinástico posterior que podría ser
considerado como un intruso y realmente fuera de fecha. Si los objetos líticos
deben ser comprendidos en su totalidad, entonces estos tres tipos de
herramientas deberían ser estudiadas junto a los núcleos, las lascas y los
guijarros de sílex.
Los objetos
de sílex señalados por Brunton proceden principalmente de tumbas y son notables
por su elaborado trabajo, pero los estudios de Caton-Thompson en los niveles
más bajos de los estratos de el-Hemamieh le permitieron obtener unas
conclusiones más generales en relación con los objetos líticos badarienses,
ella concluye que se trata de una industria basada en guijarros —pebbles— y que
las principales herramientas eran una especie de cepillo o raspador
manufacturado a partir de nódulos aparentemente recogidos directamente del
suelo —y no en canteras— a juzgar por su pátina naranja, resultante de una
prolongada exposición a la superficie (Midant-Reynes, 2000: 159).
Un estudio
del material lítico presente en el Petrie Museum, en el University College de Londres,
llevado a cabo por Diane Holmes (1989 referencia indirecta) incluye el
reexamen de 45 objetos badarienses procedentes de contextos domésticos y de
otros 266 procedentes de tumbas. Los resultados de su análisis sugieren que la
industria badariense estaría formada, fundamentalmente, por lascas y hojas y
que, como en el caso de el-Fayum, el significado general del conjunto de
herramientas bifaciales de el-Badari ha sido sobreestimado. Raspadores
frontales, raspadores laterales, circulares, escotaduras o muescas,
denticulados, buriles y perforadores están bien representados junto a hoces
finas y cabezas de flecha bifaciales. La particular apariencia brillante de
ciertos objetos sugiere el uso de tratamiento de calor en el sílex, calor
utilizado para facilitar la fractura del mineral. Como ya hemos mencionado, la
pátina naranja detectada por Caton-Thompson parece caracterizar el sílex badariense
(Brunton y Caton-Thompson, 1928:
75-76).
El trabajo
del sílex badariense es, hablando de forma general, bastante diferente del que
aparecerá en las siguientes fases del predinástico, esa diferencia se aprecia
en primer lugar, en la ausencia de largas lascas que serán comunes
posteriormente. En segundo lugar, las puntas de flecha características del
badariense, sin embargo, sí que aparecerán después, tanto espigadas como
aladas, lo mismo que ocurre con los cuchillos de borde serrado.
El examen de
los objetos de sílex, encontrados en el área de asentamiento de el-Hemamieh por
Caton-Thompson, asociados a los diferentes niveles determinados por la
cerámica, proporciona una interesante evidencia suplementaria. La primera
generalización que se puede inferir es que en los niveles superiores, que
comienzan con la cerámica decorada y que descienden hasta el nivel de los 0,91
m, aparece una industria de lascas muy fina con raspadores frontales bien
diseñados en largas hojas, también aparecen raspadores aovados y circulares así
como diversos tipos de cuchillos. Por el contrario, en los niveles inferiores,
los correspondientes al periodo badariense caracterizado por los tipos
cerámicos «ondulados», aparece como
predominante una industria de núcleos (Brunton y Caton-Thompson, 1928: láminas LXXVIII a LXXXV).
En el utillaje
lítico se puede apreciar un orden de degradación inverso al que se aprecia en
la cerámica, es decir, la técnica mejora en los niveles superiores y muestra un
mayor cuidado en la selección de la materia prima. En efecto, mientras que los
badarienses se limitaban a la selección indiscriminada de nódulos en bruto,
cuya pátina naranja en la corteza revela una larga exposición en la superficie
del desierto, los posteriores habitantes de los asentamientos seleccionaban sus
materias primas muy cuidadosamente y lo hacían a partir del fino pedernal
gris-rosáceo obtenido en las franjas tabulares recubiertas de caliza que
estaban localizadas cerca de las lugares de habitación badarienses,
concretamente en los acantilados o escarpaduras del Eoceno. Caton-Thompson ve
en esta preferencia de los badarienses por una materia prima consistente en
módulos groseros y derivados, encontrada en la superficie del desierto mientras
que tenían a su disposición, cerca de sus asentamientos, un material mucho más
fino en las canteras, una perpetuación de hábitos adquiridos en sus antiguos
lugares de hábitat, fuera del Valle del Nilo lo que indicaría que no estarían
familiarizados con la extracción del sílex de los depósitos tabulares y que
sólo conocían sus materiales derivados. Como consecuencia, Caton-Thompson va
más allá y sugiere que su hogar original podría ser buscado en un área fuera de
las regiones de piedra caliza contenedoras de sílex. En el desierto oriental
estas formaciones de piedra caliza cesan al sur de los 25º de latitud donde
pasamos de las formaciones rocosas del Eoceno a las rocas del Cretácico. En el
desierto occidental la frontera estaría más al sur. Por otra parte, las piedras
calizas del Terciario se extienden sin ruptura desde este punto al norte hacia
el Mediterráneo y puede ser seguido hacia el noreste hasta Palestina.
10. Recursos Económicos
Badarienses
10.1 Economía Badariense
Dadas las inconcluyentes informaciones con que cuentan, los arqueólogos
han presentado interpretaciones conflictivas de la organización socioeconómica
imperante en las comunidades badarienses. Se afirma el nomadismo por una parte
mientras se afirma por otra el establecimiento de las primeras sociedades
sedentarias; se afirma la caza y recolección así como, a la vez, la adopción de
de la agricultura; los sistemas sociales igualitarios, al mismo tiempo que los
no igualitarios, han sido todos concebidos como característicos de los grupos
badarienses (Anderson, 1989: 19). La propia Anderson nos dice, por una parte,
que David O'Connor sugiere que los badarienses eran cazadores-recolectores
nómadas cuyos asentamientos y cementerios estaban restringidos al bajo desierto
ya que ellos eran tecnológicamente incapaces de explotar los ricos recursos
agrícolas de la llanura de inundación entre Matmar y Etmanieh y, por otra
parte, se refiere a Smith que, así mismo, había postulado previamente que los
restos badarienses, incluyendo los del asentamiento de el-Hemamieh, podrían ser
los de una comunidad de «monte»,
seminómada, marginal y pastoral (Anderson, 1989: 19 en referencia a O'Connor,
1972: 92-93 y a Smith, 1965: 163-164).
Existe una corriente de pensamiento que postula que habría sido la
migración el factor que explicaría la aparición de la agricultura y de la
ganadería en el Valle del Nilo y ello, según Keita, por dos razones: en primer
lugar porque aparece 2000 años después de hacerlo en Europa y el Oriente
Próximo; y en segundo lugar porque las especies domesticadas en el Valle del
Nilo son las mismas que en el Próximo Oriente, es decir, trigo, cebada, óvidos,
caprinos y ganado vacuno los cuales, con la excepción del ganado vacuno, no se
considera seguro que tuvieran los apropiados progenitores salvajes en África
(Keita, 2005: 192).
El modelo geográfico de expansión de la agricultura en el Valle del Nilo
es consistente con esta teoría de la migración. Los yacimientos más antiguos
documentados de producción de alimentos están en el norte y fechados alrededor
del 5200-4600 a.C. (Keita, 2005: 192-193 donde hace referencia a Hassan, 1988;
a Kobusiewicz, 1992; y a Wetterstrom, 1993). Más al sur, las primeras
evidencias de actividad agrícola aparecen en el-Badari aproximadamente entre el
4400 y el 4000 a.C. La industria lítica asociada, la cerámica y otros
artefactos hacen del Badariense la primera unidad definida en la secuencia
cultural predinástica que muestra continuidad con el Egipto dinástico (Keita,
2005: 193 haciendo referencia a Arkell & Ucko, 1965; Hassan, 1988 y
Hoffman, 1988).
El uso de la llanura de inundación para el cultivo de cereal supondría un
conflicto con la cría de ganado vacuno y las ovejas. Como el cultivo de cereal
es más productivo por unidad de superficie, la ganadería habría sido favorecida
en los pantanos del Delta y a lo largo de los humedales del margen interno de
la llanura de inundación. Ovejas y cabras crecieron en el borde de la planicie
de inundación y posiblemente, en compensación, se les dejaba pastar en los
campos después de la cosecha. Los asentamientos serían establecidos en el
límite de la llanura de inundación, tal y como se evidencia en el-Badari.
Respecto a las influencias que determinaron la cultura Badariense tal y
como la conocemos, podemos señalar las aportadas tanto por el Desierto Oriental
(Majer, 1992: 228; Brass, 2003: 101-102) como por el Desierto Occidental,
siendo Midant-Reynes la que señala la influencia de la cultura del Sahara
(Midant-Reynes, 2000: 148), también Holmes, a la vista de la industria lítica,
encuentra verosímil que las culturas integrantes del semicírculo formado en el
Desierto Occidental por los oasis de Bahariya, Farafra, Dakhla y Kharga
hubieran podido influir en la zona de Asiut y Tahta (Midant-Reynes, 2000: 164
en referencia a Holmes, 1989: 183). Según nos dice Brass, algunos tipos
cerámicos, como el de borde negro o bañada en rojo, encontrada en los niveles
del Neolítico tardío en Nabta Playa son similares a los encontrados en la
cultura Badariense en el Valle del Nilo (Brass, 2003: 102) lo cual podría
indicar un posible foco de influencia.
En cuanto a los recursos económicos de los badarienses, hay mucha menos
información procedente de las estructuras de hábitat y tenemos que obtener los
datos de las tumbas, sin embargo hemos de señalar que, tal y como señala
Midant-Reynes, no se ha efectuado ningún estudio sistemático todavía sino que
los datos disponibles se basan en los hallazgos ocasionales de elementos
visibles (Midant-Reynes, 2003: 88-89).
Los cereales encontrados en los yacimientos badarienses aparecen tanto
dispersos en el sedimento como en el interior de recipientes cerámicos. Estos
cereales se presentan bajo la forma de espigas, de granos de trigo almidonado y
de cebada de seis hileras. Las cápsulas de lino y las espiguillas de gramíneas
salvajes pertenecen probablemente al género «bromus». Brunton menciona igualmente la existencia de una vaina de
veza salvaje (que puede ser de la clase «Vicia
Tetrasperma» o de la clase «Vicia
hirsuta») recogida junto a cebada (Brunton, 1937: 59). El botanista John
Percival implica a más de una mala hierba pero, como ciertas vezas salvajes son
comestibles, hubieran podido servir de alimento una vez eliminadas sus toxinas
(Midant-Reynes, 2003: 89 haciendo referencia a Wetterstrom, 1996: 67).
En este aspecto, tres puntos llaman la atención de Midant-Reynes (2003:
89):
1.- La importancia de las especies salvajes en comparación con las
especies cultivadas. Sucede lo mismo para la fauna, cuyas especies salvajes
dominan en comparación a los animales domésticos.
2.- El almacenamiento en fosas, como en el-Fayum.
3.- El débil impacto de los hábitats, que parecen relativamente móviles.
Caton-Thompson observó en el interior de una estructura de el-Hemamieh
una masa de huesos de bóvidos colocados contra un muro, además de restos de percas del Nilo —«Lates Niloticus»— así como una concha
perforada —de tipo «Conus»— sobre el
suelo de otra instalación (Tristant, 2004: 64). Hemos de señalar que, de nuevo
en este ámbito, no ha sido emprendido todavía ningún estudio sistemático de los
restos faunísticos hallados en el-Badari.
En el área badariense se hallaron
cereales desechados y carbonizados en forma de espigas y granos de cereal de
almidón, de trigo almidonero o escanda almidonera —«Triticcum Dicoccum», «Triticcum
Dicoccoides» o escanda, también conocido como trigo almidonero silvestre,
se trata de una especie común del cereal «Triticcum»—
y de cebada de seis hileras o carreras —«Hordeum
Hexastichum»—, concretamente estas especies fueron encontradas en las fosas
de los sectores de hábitats badarienses. Brunton menciona cápsulas de lino y
espiguillas de gramíneas salvajes, así como vezas salvajes.
Los badarienses eran agricultores, probablemente pastores, sin duda
pescadores y ciertamente cazadores a juzgar por las muchas puntas de flecha
encontradas (Midant-Reynes, 2000: 160). Elise Baumgartel considera que la gente
asociada con los restos badarienses debió haber sido una mezcla de poblaciones
que se movieron desde el sur mientras que, al mismo tiempo, había influencias
asiáticas procedentes del este en forma de agricultura y domesticación
(Baumgartel, 1955: 22-24). Esta fue también la opinión de Caton-Thompson que
basa sus suposiciones en el tipo distintivo de sílex que estaba siendo usado,
los bloques en forma de riñón con pátina naranja recogidos en la superficie del
desierto y que mostraba la ignorancia de la existencia de las vetas de
excelente materia prima dentro de las formaciones calizas del Eoceno. De forma
que ella argumenta que los badarienses debían proceder de regiones más al sur,
diferentes geológicamente, y por debajo de los 24º de latitud, alcanzando la
región de Asiut por el camino de los macizos del Mar Rojo (Midant-Reynes, 2000: 164).
Tenemos una gama completa de teorías sobre el origen de los badarienses:
del sur, del este, del oeste e incluso del norte, de todos los puntos
cardinales. En esta situación uno de esos puntos de vista puede ser sostenido
sin dificultad, el expresado por Holmes (1989: 185, referencia indirecta) quien
afirma que el badariense no puede ser visto como una cultura que emerja de una
única fuente, estamos hablando de una cultura compleja que ya era profundamente
egipcia en el sentido de que parece haber asimilado y convertido en poderosas
formas originales algunos rasgos que eran raramente encontrados en otras
partes.
De acuerdo con los datos que Brunton nos hace llegar acerca de la
sociedad badariense, el retrato que podemos hacernos de su forma de vida o de
su economía sólo puede ser algo vago e indefinido ya que, sin ir más lejos y
hablando de las viviendas, Brunton nos dice que no conocemos qué
clase de casas o refugios construían los badarienses para sí mismos (Brunton y
Caton-Thompson, 1928: 40). No obstante, podemos imaginarnos que algún tipo de
material vegetal, cañas, ramajes, etc. constituían los pilares de las paredes
que serían después cubiertas con barro, pieles o esteras. No se han encontrado
estructuras circulares que hubieran podido servir como base de chozas y que
podrían haber tenido más la naturaleza de refugios. Si pensamos que podemos
tomar las tumbas badarienses como imitaciones de las estructuras de vivienda,
entonces podemos imaginar que podrían haber sido utilizados postes de madera y
esteras para acondicionar aquellos hábitats.
En cuanto a los tejidos, el examen detallado de algunos ejemplos de estas
telas, extremadamente tempranas, pueden aclarar algunos extremos dudosos de la
evolución de esta técnica y de sus productos. Las pocas piezas de tela
badarienses ahora disponibles muestran que la técnica de los tejidos en esta
remota época mantenía un nivel de calidad muy alto y que el comienzo de la
manufactura de los textiles es muy antiguo en la historia del hombre (Brunton y
Caton-Thompson, 1928: 65). Los vestidos de los badarienses eran de material
tejido, probablemente una especie de lino grueso (aunque, como veremos, Brunton
prácticamente lo descarta un poco más adelante en la misma obra), además de
utilizar las pieles como materia prima para los vestidos, estos toman la forma
de una especie de falda «escocesa» o
de una prenda más larga mientras que la cabeza de algunos cadáveres estaba envuelta
en un tejido, suponemos que los vivos tendrían costumbres parecidas para dormir
en vida. Estas serían las prendas usadas por los badarienses si tomamos las
prendas funerarias como aquellas usadas por los vivos durante el sueño. Las
prendas de piel eran llevadas, a veces cosidas, a veces con flecos o ribetes
también de piel y, a veces, simplemente la piel, pero nunca fueron adornadas con
diseños de perlas o cuentas. Las cabras y los antílopes parecen haber
proporcionado la mayoría de estas pieles aunque una piel más fina, como la de
un gato negro, pudo ser usada en algunas ocasiones. Estas prendas de piel eran
más usuales entre los hombres que entre las mujeres, sin duda ellos precisarían
de más protección cuando salían a cazar o a pastorear que la requerida por sus
esposas, supuestamente más protegidas en sus poblados. Los badarienses no
parecen haber confeccionado sandalias (Brunton y Caton-Thompson, 1928: 40).
No obstante todo lo anterior, unas pocas páginas más tarde, Brunton nos
dice que las telas de la cultura Badariense estaban extremadamente
descompuestas y que la estructura de las fibras que componían el hilo se había
roto hasta el punto que era imposible su preparación para el examen
microscópico. Se llevaron a cabo repetidos intentos para establecer su
naturaleza precisa pero debido a la casi completa descomposición, ninguno tuvo
éxito. De la evidencia del aspecto longitudinal de la fibra podemos inferir que
se trataba de un grueso tipo de lino, como el que fue usado en muchas telas del
Predinástico posterior al Badariense (Brunton y Caton-Thompson, 1928: 67).
Aparentemente no había escasez de alimentos ya que, aparte de los rebaños
de bueyes, de ovejas y de cabras que podemos suponer que habían sido
domesticados, también abundaba la caza de mamíferos, de aves y de peces.
Posiblemente se hiciera uso de los recursos que proporcionaban los cocodrilos
aunque no hay evidencias y, por lo tanto, no podemos decir que ese animal fuera
comido por los badarienses.
Los cereales eran conocidos pero es difícil determinar de qué especies se
trataba. Se encontraron cáscaras junto a los depósitos de útiles de sílex de
filo en diente de sierra en la tumba 5773 y también en una de las ollas de
cocina de la tumba 5600. El grano sería arrancado ya que no se han encontrado
restos de las usuales hoces de piedra predinásticas y sólo unos pocos ejemplos
de lo que pueden ser hoces badarienses. El grano era almacenado en contenedores
de arcilla y se convertía en pan, podemos ver restos del mismo en las tumbas
5709 y 5738. Las gachas eran una forma común de alimento y fueron repartidas
generosamente desde las ollas de cocina y con grandes cucharones o cucharas
que podrían ser llevadas colgadas en la cintura (Brunton y Caton-Thompson,
1928: 41).
Muchas «manos de moler» o «de
mortero» y piedras de moler fueron encontradas en los depósitos de las
zonas de vivienda de las que 18 proceden de yacimientos que son, en apariencia,
completamente tasienses. La materia prima era, generalmente, roca ígnea gris
dura aunque se han encontrado ejemplares de piedra caliza dura o de arenisca.
Las manos de molino o de mortero eran objetos muy comunes y proceden de casi
cada uno de los yacimientos de habitación, tres de estos ejemplares fueron
recogidos de las tumbas números 441, 442 y 3509 (aunque son, con casi toda
probabilidad, intrusiones); dos de ellas fueron encontradas con grupos de
recipientes cerámicos (en las tumbas 2010 y 2715); otra mano más fue encontrada
junto con una parte de su piedra de moler en la tumba 3500. Los tamaños están
alrededor de los 6,5 cm de longitud pero los ejemplares más largos van desde
los 12 a los 17 cm. Hay que señalar que el ejemplar más largo (en la tumba 442)
no fue usado para moler grano sino para moler colorantes ya que su lado plano
se había teñido de color rojo, probablemente por el ocre rojo usado para dar
color a la cerámica. Estas «manos de
molino» eran de forma aproximadamente oval y de sólo unos centímetros de
grosor. Por otra parte y relacionado con el grano, nos encontramos con una clase
diferente de útil lítico que es el «machacador»,
dos de ellos son aproximadamente ovoides, uno es un gran guijarro de 10,5 por
9,5 cm, otro de arenisca y otro, de 7 cm de largo, es de roca ígnea gris y fue
hallado en la tumba de un hombre, concretamente la número 2232 (Brunton, 1937:
31, 54-55).
En cuanto a los restos de grano encontrados, podemos señalar el hallazgo
de recipientes cerámicos, de los tipos RB43h y RB33k en el cementerio 5600,
cerca de el-Badari, que contenían en su interior cantidades reseñables de
cáscaras de grano (Brunton y Caton-Thompson, 1928: 13). En Matmar se ha
encontrado, en la tumba 2522 perteneciente a un niño, un recipiente cerámico
del tipo BR24k con grano dentro que sin duda es el usual tipo «emmer». También encontramos restos de
grano en la tumba 3083 que han sido identificados como una mezcla de trigo y
cebada, la tumba pertenece, en esta ocasión, a una mujer de avanzada edad. En
la tumba 2517 se encontró lo que parecía ser una especie de pan.
Profundos agujeros y pequeños círculos, ocasionalmente revestidos con
esteras o con elementos procedentes del trabajo de cestería o de arcilla, y que
se encontraban en las áreas de asentamiento fueron interpretados como graneros
de época badariense. Así, por ejemplo, en el área 2700 de Matmar se ha
encontrado un agujero para el almacenamiento de grano, aproximadamente oval de
130 x 200 cm de ancho y 170 cm de profundidad que contenía fragmentos de un
recipiente cerámico de cocina o de almacenamiento (para todas estas referencias de
Matmar, ver Brunton, 1948: 6-11).
El hallazgo de piedras de molienda en los poblados tasienses es una buena
evidencia de que el grano era cultivado para la obtención de pan pero toda duda
se despejó cuando fue encontrado el propio grano y se descubrieron varios
almacenes de pequeño tamaño en algunos de los poblados, dos de ellos tasienses.
Se ha podido determinar que el contenido de un recipiente cerámico encontrado
en la tumba 2800 eran granos de cebada «Hordeum
Vulgare» u «Hordeum Hexastichon».
En Mostaguedda aparecen cinco tumbas que contenían granos de cereales: la tumba
459 que pertenece a un hombre, viejo y con barba en la que aparecen granos de
cereal que posiblemente sean especies de «Triticcum
Dicoccum»; la tumba 467 pertenece a una mujer de edad en cuya pelvis se
encontraron restos de comida ya digerida, su posterior examen indicó que se
trataba de restos de cáscaras de cebada «Hordeum»
lo cual indica que la cebada con cáscara era usada como alimento; en la tumba
1215 el grano y espiguillas de trigo «emmer»
con fragmentos de paja están en el lugar donde deberían haberse encontrado las
manos; en la tumba 1247 no aparecen objetos junto al cuerpo pero sí que
encontramos desperdigados cerca de él, granos de trigo carbonizado, con
prominente giba dorsal y amplio ápice pudiendo ser, posiblemente, de la clase «emmer» aunque presenta diferencias con
ese tipo de grano; la tumba 2224 es una tumba múltiple aunque probablemente se
trate de varias tumbas independientes aunque no se aprecia ningún muro de
separación. Delante de la cara de uno de los cadáveres había una bolsa que
contenía grano que no ha podido ser identificado; en la tumba 3506 aparece una
especie de pan sobre una canasta o bandeja (para todo el párrafo ver Brunton,
1937: páginas 31, 33, 35 a 40 y 58).
Aparte de un caparazón de tortuga, una cáscara de huevo de avestruz y
posibles huesos de ternera que fueron descubiertos en algunas tumbas de Mostaguedda
(Brunton, 1937: 30-31) las únicas otras identificaciones orgánicas que podrían
ser usadas para inferir la naturaleza de la economía badariense proceden de las
tumbas cercanas a la zona de el-Badari. Los restos hallados en esta zona están
limitados a semillas de ricino («Ricinus
Communis»); plumas de un pájaro de la familia de los avestruces que fueron
encontradas en la tumba 5754; un cuadrúpedo procedente de la tumba 5434 que
parecía claramente un buey aunque había algunas opiniones que decían que se
trataba de un búfalo; un cráneo procedente de la tumba 5423 y que perteneces
probablemente a una oveja. Se asume que estos dos últimos enterramientos eran
badarienses dada su localización junto a un cementerio de esa cultura, Brunton
remarca que los animales estaban cubiertos con esteras, al modo badariense
(Brunton y Caton-Thompson, 1928: 12 y 38).
Otra interpretación de la economía badariense sugiere que ya existía la
agricultura junto con el pastoralismo y la pesca y caza que implicaba una
ocupación estacional de la llanura de inundación combinada con un retiro a los
límites del Valle del Nilo (Trigger 1983: 9-30). Esto explicaría la presencia
de huesos de animales, restos de espinas de peces o conchas de mejillones (de
la clase «Spatha») junto con la
tecnología de caza y la ausencia de útiles agrícolas en los yacimientos de los poblados
badarienses en el desierto, que podrían haber sido ocupados durante la época de
inundación. Por lo tanto la ubicación de los cementerios y asentamientos en la
meseta del desierto y la desaparición de restos badarienses al norte de Matmar,
donde las altas estribaciones, en las cuales los yacimientos podrían haber sido
preservados, estaban ausentes y el área del desierto alcanzaba el nivel de los
campos (Brunton, 1948: 2-3). Una propuesta alternativa es que algunas
comunidades badarienses habrían habitado de forma permanente la llanura de
inundación. Ellos habrían poseído cobre, habilidades para trabajarlo y habrían
coexistido con grupos marginales de pastores, menos avanzados y más
igualitarios que frecuentaran el bajo desierto (Trigger et al, 1985: 46-50).
En ausencia de un análisis sistemático de los datos funerarios
badarienses, no es sorprendente que, tal y como hemos visto, nos encontremos
con que las reconstrucciones del sistema socioeconómico badariense están en
completo desacuerdo unas con otras.
11. Estratificación
Social
Rousseau
considera que existen en la especie humana dos clases de desigualdades: una, a
la que él llama natural o física porque ha sido instituida por la naturaleza y
que consiste en las diferencias de edad, de salud, de las fuerzas del cuerpo y
de las cualidades del espíritu o del alma; y otra, que puede llamarse
desigualdad moral o política porque depende de una especie de convención y
porque ha sido establecida, o al menos autorizada, con el consentimiento de los
hombres. Ésta consiste en los diferentes privilegios que algunos disfrutan en
perjuicio de otros, como el ser más ricos, más respetados, más poderosos, y
hasta el hacerse obedecer, así resultó que los más poderosos o los más
miserables hicieron de sus fuerzas o de sus necesidades una especie de derecho
en beneficio de los demás, equivalente, según ellos, al derecho de la propiedad
y que, rota la igualdad, se siguió el más espantoso desorden pues las usurpaciones
de los ricos, los latrocinios de los pobres y las pasiones desenfrenadas de
todos, ahogando el sentimiento de piedad natural y la voz débil aún de la
justicia, convirtieron a los hombres en avaros, ambiciosos y malvados
(Rousseau, 1754).
En el antiguo
Egipto no podía producirse la excepción y la civilización egipcia acabó siendo
una de las que mayor desigualdad social ha mostrado a lo largo de la historia
pero ¿cuándo comenzaron a producirse esas desigualdades, sociales, morales o
políticas en palabras de Rousseau? En el caso de Egipto podemos constatar la
ausencia de verdadera y notoria desigualdad en las aldeas y cementerios de las
fases más antiguas del desarrollo social de comunidades sedentarias en el Bajo
Egipto, como sucede por ejemplo en el-Fayum, Merimde Beni Salame o el-Omari
(Castillos, 2009a: 19 haciendo referencia a Midant-Reynes, 1992: 237-238). Sin
embargo, en el Alto Egipto y ya en el Badariense, se han encontrado evidencias
de que existía en ese momento un cierto grado de desigualdad aunque ni hay
acuerdo sobre el grado ni sobre la naturaleza de la misma. En varios
cementerios badarienses los enterramientos estaban concentrados en grupos
separados unos de otros, lo cual podría expresar la existencia de relaciones de
parentesco entre los ocupantes de esas tumbas (Castillos, 2009a: 20). Así mismo
la existencia de sepulturas de mayor tamaño y con más suntuoso ajuar funerario
indica la presencia de individuos con diferente y mayor acceso a ciertos
objetos y que, por el hecho de haber recibido trato preferencial en los
cementerios, pueden haber sido en vida personas de mayor rango, así Anderson
señala que: «Esta distribución del ajuar funerario es muy consistente con
una interpretación del sistema socio-económico badariense como exhibiendo un mínimo
de complejidad social y diferencias marginales en riqueza entre sus miembros» (Anderson, 1992: 96), así como más
adelante también dice: «a menos que surja nueva evidencia de desigualdad
económica entre los badarienses, su sistema social podría interpretarse como
básicamente igualitario» y
finalmente: «hasta que sean descubiertos objetos que específicamente
simbolicen autoridad, la existencia de autoridad formalmente heredada como
opuesta al prestigio heredado entre los badarienses, no puede ser aceptada».
Sin embargo, en las conclusiones se aventuraron conceptos más tajantes, como
por ejemplo que: «es, por lo tanto, probable que el sistema social de dos
escalones identificado en el contexto funerario badariense refleje los
enterramientos de dos grupos económicamente distintos entre los que se
desarrolló el rango social como resultado del control realizado por el grupo
comunitario sobre recursos altamente valorados» (Castillos, 2009a, 20-21 haciendo referencia a Anderson, 1992). Sin embargo, es evidente que incluso entre
cazadores-recolectores se pueden detectar indicios de desigualdad en el
registro arqueológico, aunque a veces no estén muy claros. En una primera etapa
se trata de líderes más o menos temporales. Más tarde aparecen los jefes o
reyes hereditarios y las
correspondientes élites. Por último al consolidarse y extenderse el poder de
estos últimos, aparecería el Estado (Castillos, 2009a: 18-19).
Desde el
principio ha existido cierto desacuerdo sobre si ya en el Badariense existía
desigualdad social. En efecto, mientras que Trigger dice: «Aunque las tumbas
eran de tamaños diferentes, la ausencia en ellas de diferencias evidentes por
motivos de riqueza puede indicar -aunque no necesariamente- la ausencia de una
estratificación social en esa época»
(Trigger
et al. 1985: 48). Hoffman, por el contrario, ve
durante el periodo badariense «el inicio de marcadas diferencias en riqueza
como se evidencia por la calidad y número de bienes exóticos y de prestigio
encontrados en las tumbas badarienses»
(Hoffman, 1979: 143-144).
En el Valle
del Nilo prácticamente todos los cuerpos eran enterrados en cementerios desde
época Mesolítica y hay una amplia evidencia de que los bienes funerarios eran
usados como «marcadores» de estatus durante todo el Egipto, tanto Predinástico como Dinástico.
El gran
problema aparece a la hora de detectar los estadios iniciales de desigualdad
social más que determinar cuándo la misma se encontraba ya desarrollada. Es más
difícil reconocer las situaciones que manifiestan una desigualdad inicial
rudimentaria, sobre todo cuando esta condición ha de inferirse tan sólo a
partir de los datos mortuorios, como es el caso badariense.
Mientras que
en otras civilizaciones, a la hora de estudiar el comportamiento, estructura y
desarrollo social de las diversas comunidades que forman parte de ellas, la
información disponible procede tanto de los yacimientos de habitación
(asentamientos más o menos temporales, villas o ciudades) como de los
cementerios, en el caso de Egipto nos vemos obligados a apoyarnos
fundamentalmente en los cementerios asociados a esas comunidades para poder
estudiar su evolución social durante el periodo anterior a la aparición del
estado y antes, por lo tanto, a la aparición del primer monarca de la Primera
Dinastía. Si comparamos los planos de los cementerios de la cultura Badariense
en el Alto Egipto con otros pertenecientes a la época inmediatamente anterior a
la unificación, encontraremos significativas diferencias entre unos y otros y
en efecto, en los más recientes los enterramientos son más elaborados, de
grandes dimensiones y muy ricamente dotados de ajuar funerario, además están
frecuentemente agrupados en zonas separadas del resto de las tumbas
pertenecientes a individuos menos prominentes (Adams, 1988: 19).
Respecto a
la estratificación social, Castillos dice que «nuestras estimaciones
cuantitativas de la desigualdad social para los cementerios badarienses en
Matmar, Mostaguedda y el-Badari revelaron que había una desigualdad social
interna relativamente elevada en estas comunidades tal como puede medirse en
base a su expresión en los cementerios contemporáneos, comparable y a veces más
alta que la de comunidades de periodos posteriores en esta región del Alto
Egipto, usando como variables el tamaño de las tumbas y su riqueza en ajuar
funerario, pero de un bajo valor si tomamos en cuenta los valores absolutos de
estas variables en cada caso, cuando comparamos esos valores badarienses con
los correspondientes a los de comunidades de periodos posteriores en los mismos
cementerios, desde el Amratiense al Predinástico» (Castillos, 2002: 52 haciendo referencia a su propia obra en Castillos, 1998:
27-33).
Los estudios
de la desigualdad social indican también que en el sitio de el-Badari y debido
a su mayor prosperidad y vigor como centro de esa cultura, la desigualdad era
más alta que en las comunidades contemporáneas vecinas. Un reciente análisis de
las tumbas del área de el-Badari realizado por Anderson demuestra una fuerte
distribución desigual de los bienes funerarios tanto dentro de los propios cementerios como entre ellos (Anderson, 1992: tablas en
páginas 51-66). Sucede pues que, no solamente
el 8 % de las tumbas contenían más de diez objetos (a menudo con entierros de
sub-adultos) sino que esas tumbas con más riqueza eran más grandes y estaban
segregadas en una parte determinada del cementerio, una práctica también
detectada en el periodo Amratiense. Todo esto sugiere, pues, un sistema social
con dos escalas diferenciadas.
Anderson nos
señala otra posible indicación de que las diferencias, tanto sociales como
económicas, ya existían entre los grupos badarienses. Se trata de las
evidencias proporcionadas por la observación de aquellas tumbas que contenían
bienes funerarios, diferenciando la autora cuatro tipos diferentes de
enterramientos (Anderson, 1989: 111-113; 1992: 61-62):
1) Enterramientos
que mostraban signos de riqueza y que contenían objetos hechos específicamente
para usos funerarios y que no presentaban evidencias de uso, es decir que estaban sin estrenar. Se
trata de bienes no utilitarios y exóticos.
2)
Enterramientos que mostraban signos de riqueza y que incluían objetos ya
usados.
3) Enterramientos
que aparentemente mostraban signos de riqueza pero que presentaban bienes
funerarios no utilitarios que estaban hechos con materiales más económicos
hechos a partir de materia prima local, por ejemplo cáscaras de huevo o
arcilla, más que con materiales importados caros como el marfil.
4)
Enterramientos que contenían solamente objetos domésticos usados.
Todo esto
sugiere que podrían haber existido varias posiciones o clases sociales en vida,
simbolizados por un acceso diferencial a los recursos en la muerte.
Anderson
también encuentra que la riqueza no estaba restringida por el sexo. Los únicos
objetos que estaban distribuidos por el sexo eran ciertas herramientas que eran
encontradas con más frecuencia en varones o las conchas, que eran encontradas
con más frecuencia junto a mujeres y niños. Varios cinturones con cuentas de
esteatita azul glaseada parecen haber sido restringidos a varones adultos que
podrían quizás ser considerados como una especie de caciques. También, según
Hendrickx y Vermeersch, a partir del análisis de los bienes funerarios badarienses
se demuestra una distribución desigual de la riqueza (Hendrickx y Vermeersch, 2007: 67). Además, las tumbas más ricas tienden a estar
separadas en una parte del cementerio. Esto claramente indica estratificación
social aunque todavía permanezca limitada en este punto «incipiente» de la prehistoria egipcia, pero que se incrementará de
forma importante a través del siguiente periodo Nagada.
Juan José Castillos
(Castillos, 2009a: 21-22), después de un detallado estudio de la evidencia,
se vio obligado a aceptar que existía un cierto grado de desigualdad social en
el Badariense pero no más allá de rango basado en el prestigio en comunidades
que no estaban muy firmemente fijadas en territorios definidos, manteniendo en
muchos casos migraciones estacionales, que presentaban indicios de alta
mortalidad infantil, mayor variabilidad en la orientación de los cuerpos en las
tumbas, muy poca evidencia de especialización artesanal o de estratificación
social y de objetos que pudieran interpretarse como expresión de autoridad en
vez de meramente prestigio, tal y como podía suceder en el asentamiento de
Mahgar Dendera 2 (Hendrickx , Midant-Reynes y Van Neer, 2001: 103-104).
No se han
podido hallar tumbas que, siendo ocupadas exclusivamente por niños de corta
edad, tuvieran grandes dimensiones o estuvieran dotadas de numerosos objetos
como ofrendas funerarias lo que indicaría una posición social que no podrían
haber logrado por sus propios medios dada su corta edad, lo cual supondría, por
lo tanto, la existencia de un rango heredado. Esa ausencia no hace sino
evidenciar que estamos en presencia de líderes temporales que no habían
obtenido todavía el poder y, por lo tanto, el privilegio de transmitir ese
rango tal y como dice Castillos: «Además, entre los cientos de tumbas
publicadas de los cementerios badarienses no pude hallar ni una sola tumba
ocupada por un solo individuo subadulto que exhibiera un tratamiento especial
en su tamaño o en su dotación de objetos para beneficio del difunto en la otra
vida, pero en los cementerios del periodo siguiente, Naqada I, varios
subadultos recibieron tratamiento especial. […] Debido a que los
subadultos enterrados con un tratamiento especial no podían haber
obtenido por sí mismos ese nivel social especial, era por lo tanto adscrito y
muy probablemente heredado, y quizás se trataba de hijos de jefes o de otros
importantes miembros de la élite local» (Castillos, 2009: 27 y 28).
Anderson (1992: 53) señala que existe desigualdad si se puede establecer que:
1.- Se hace
uso de áreas formalmente dispuestas en las que la inclusión esté garantizada en
base al estatus económico.
2.- Hay un
control de los recursos que se pueda revestir de autoridad hereditaria.
3.- Las distinciones
sociales horizontales, dentro de la sociedad, están cortadas por tipos
verticales de distinciones mortuorias.
4.- Y, por
último, cuanto más alto el estatus, menor es el número de individuos capaces de
alcanzar dicho estatus.
Anderson
elige 18 cementerios en la orilla oriental del Nilo, en Matmar, Mostaguedda y
el-Badari, con un total de 725 tumbas y tiene en cuenta 12 variables para
llevar a cabo su estudio sobre la desigualdad social (Anderson, 1989: 40; 1992:
55):
1.- Sexo:
hombre, mujer o desconocido.
2.- Edad:
niño o subadulto, adulto, anciano o desconocido.
3.-
Condiciones de la tumba: robada, perturbada, sin perturbar o condición
desconocida.
4.- Tamaño
de la tumba.
5.- Total de
bienes funerarios.
6.- Cerámica:
pulida, sin pulir, ondulada, grosera o ninguna.
7.-
Herramientas
8.- Conchas.
9.- Una
clase residual de «otros objetos»
como huesos de animal por ejemplo.
Y tres
categorías más de bienes de lujo que podrían incluir:
10.- Cuentas
o perlas.
11.- Paletas
de pizarra.
12.- Marfil.
El término «sub-adulto» se usa para indicar
individuos «inmaduros» de ambos sexos
y las edades asignadas se refieren a las categorías «sub-adulto», «adulto» y «anciano».
Del estudio
de la distribución del lujo se desprende, según Anderson (1992: 59), que las tumbas que contenían bienes de lujo:
1º) Tienden a tener un área mayor que la media
establecida para la totalidad de las tumbas.
2º) Tienden a contener, por término medio, más
bienes funerarios que otras tumbas.
3º) Tienden a ser más elaboradas que otras
tumbas.
4º) Tienden a haber sido robadas, alteradas o
perturbadas.
Si ponemos
el énfasis en lo ideológico, como principal ámbito de determinación de la
sociedad estatal, vemos que la principal evidencia que permite inferir elementos
que impliquen ideología en la época pre-estatal es la que proviene de los enterramientos.
El nexo entre riqueza y creencias mortuorias supondría un indicio sobre la
importancia de tales creencias en el campo de la ideología ya en el
Predinástico Temprano y, en efecto, desde tan temprano momento ya existía toda
una normativa respecto a cómo llevar a cabo el enterramiento en aspectos tales
como la disposición de los cadáveres, de qué modo y hacia qué dirección debían
ser colocados en las tumbas o con qué ropajes debían ser protegidos (Campagno,
2002: 128-129). De esta forma, si hemos de reconocer la existencia de una mayor
ortodoxia en la práctica funeraria que supone la orientación de los cuerpos
enterrados en una misma dirección, con la cabeza apuntando al sur, fruto quizás
de un tipo de concepción religiosa respecto al destino del difunto, junto al rostro dirgido al oeste, podemos aventurar la existencia de una fuente de
poder establecido que pudo imponer a las comunidades badarienses tal
uniformidad en la orientación de los cadáveres. En ese sentido hemos de señalar
que, mientras existe una casi absoluta regularidad en cuanto a la orientación
de los cuerpos de los difuntos en la cultura Nagada I o Amratiense ―un 97% de promedio―, con la
cabeza hacia el sur y el rostro vuelto hacia el oeste, en el Badariense el
promedio de excepciones es mayor, existe una mayor flexibilidad, alcanzado
hasta un 15% de los cuerpos orientados de forma diferente a la mayoría
(Castillos, 2007: 14).
Otro factor
que podría ser válido como indicador del nivel de estratificación social podría
ser el de los índices de mortalidad infantil. Un descenso en dicho índice sería
indicador, probablemente, bien de unas mejores condiciones de vida, consecuencia
quizás de una nueva organización social, o bien de la reducción de los conflictos entre
diferentes comunidades, ya bajo una misma jefatura, o quizás fuera consecuencia de una
más extensa explotación de los recursos disponibles en beneficio de la élite y,
por lo tanto y en cierta medida, de los demás integrantes de cada comunidad. En
este sentido Juan José Castillos nos informa que se produce un notorio descenso
de la mortalidad infantil entre el badariense y los periodos posteriores (Castillos, 2009a: 26). En efecto, mientras que aparecen entre un 20% y un 45% de cuerpos de
subadultos en los cementerios badarienses, en periodos posteriores esa cifra se
reduce a unos márgenes entre el 7% y el 33%. Como hemos visto más arriba,
Castillos nos informa que, entre los cientos de tumbas publicadas de los
cementerios badarienses, no ha encontrado ni una entre ellas ocupada
por un solo individuo subadulto que exhibiera un tratamiento especial en su
tamaño o dotación de objetos para beneficio del difunto en la otra vida, pero
en los cementerios del periodo siguiente, Nagada I, varios subadultos reciben
un tratamiento especial, habiendo sido tenidos en cuenta, solamente y a estos
efectos, los casos de subadultos enterrados solos (Castillos, 2009a: 27). Esta circunstancia tiene relevancia si tenemos en cuenta que los
subadultos enterrados con un tratamiento especial no podían haber obtenido por
sí mismos ese nivel social especial, teniendo que ser heredado y consecuencia
de los logros de jefes u otros importantes miembros de la tribu de los que
serían descendientes.
Es
significativo también que el porcentaje de tumbas de dimensiones relativamente
mayores en el Badariense, alrededor del 18% del total, pertenecientes
probablemente a personajes de alto rango o prestigio en esas comunidades, se
reduce drásticamente en el periodo siguiente en el que esos enterramientos en
grandes fosas pasan a constituir el privilegio de una pequeña minoría,
alrededor del 4%, que constituye la élite ya establecida y consolidada en cada
una de esas comunidades, situación que continua en los periodos posteriores del
Predinástico (Castillos, 2009a: 28-29).
Por último
destacar el notable aumento en el tamaño promedio de las tumbas desde el
Badariense al Amratiense, principalmente en los lugares de mayor florecimiento
de esa última cultura y en todas partes del Alto Egipto si tenemos en cuenta la
riqueza del ajuar funerario depositado en las tumbas. Hemos de considerar la
transición del Badariense al Amratiense como el pasaje de un nivel de
complejidad poco marcada a otro de naturaleza radicalmente diferente y que
inicia el proceso de estratificación social que conducirá al comienzo de la
civilización egipcia tal y como la conocemos (Castillos, 2009a: 29).
La riqueza
que presentan ciertos ajuares funerarios en el Alto Egipto y que constituye uno
de los indicios más destacados de la existencia de diferenciación social en el
Periodo Predinástico, se pone de relieve en la diversidad y calidad de los
objetos depositados junto al muerto. Todos estos objetos han sido vinculados,
en general, con la creencia en una vida de ultratumba y la consiguiente
necesidad de equipar el muerto con todos los bienes requeridos para afrontar la
vida después de la muerte (Campagno, 2002: 129). Algunos autores enfatizan el
vínculo existente entre estas creencias mortuorias y cierto potenciamiento de
la producción artesanal y los intercambios, todo lo cual conducirá al
fortalecimiento de la posición de los líderes.
Así pues
¿qué elementos dentro del registro funerario resultan significativos para
nuestro análisis del ámbito sociopolítico o socioeconómico? Nos referiremos a
la evidencia mortuoria disponible para el Alto Egipto ya que es allí donde
emerge el estado:
En primer
lugar vemos que las tumbas de la época pre-estatal presentan ya en desde el
periodo Badariense notables diferencias que pueden ser interpretadas en
términos de cierta desigualdad social en el interior de las comunidades
aldeanas.
Uno de los
análisis efectuados por Anderson sobre 262 tumbas en siete cementerios de
tiempos badarienses en la región de el-Badari «indica una asociación entre
el número de bienes de los ajuares funerarios recuperados de varias tumbas y
(i) el tamaño de las tumbas; (ii) la condición de las tumbas y (iii) los
ocupantes de tumbas designados “niños” (lo que se designa como “sub-adultos”).
Sin embargo, eso no indica una asociación entre el sexo de los ocupantes y el
número de bienes recuperados de cada tumba particular» (Anderson, 1989:
136).
De acuerdo
con tal estudio es posible establecer que existen notables diferencias en
cuanto a la calidad y a la cantidad de las ofrendas depositadas en las tumbas (ver también Anderson,
1992: 51-66). Así, por ejemplo, el informe reporta que 141 tumbas no recibieron
ofrendas o sólo recibieron un objeto, en tanto que un grupo de 35 tumbas
presentan entre 11 y 511 objetos como ajuar funerario (Anderson, 1989: 54, tabla 4.5).
Las tumbas
con mayor cantidad de objetos ofrecen, además, testimonios de bienes de lujo
como cuentas, paletas y otros objetos manufacturados o asociados con materiales
exóticos: marfil, esteatita, cobre, turquesa, cornalina, malaquita, etc. Por lo
demás, tales entierros presentan un mayor tamaño, un mayor grado de elaboración —incluyendo ciertos sarcófagos confeccionados en «cestería»— y, en general, se hallan en sectores diferenciados dentro
de cada cementerio. Parece factible interpretar que tales diferencias en el
registro arqueológico se corresponderían con la existencia de una élite en el seno
de las comunidades aldeanas de la cultura Badariense (Campagno, 2002: 151).
En palabras
de Anderson, el hecho «de que las tumbas más ricamente provistas se hallaban
restringidas a una minoría de la población mortuoria […] puede ser interpretado
como una manifestación de la desigual distribución de la riqueza material entre
los ocupantes de las tumbas y constituye, pues, una indicación del acceso
diferencial a recursos por parte de los miembros de la misma comunidad
badariense» (Anderson, 1992: 61).
Una vez que
penetramos en los cementerios predinásticos es posible advertir una notable
característica en relación con la distribución del espacio, se trata de la
existencia de diversos agrupamientos o «clusters»
en las necrópolis, integrados por tumbas diferenciadas en función del tipo de
ajuar funerario para los difuntos. Si bien existen pocos estudios en este
sentido, los enterramientos badarienses en la región de el-Badari (cementerios
Norte, Oeste y Sur) presentan este patrón (Campagno, 2002: 138).
En relación
con las necrópolis del área de el-Badari, el análisis de Anderson establece que
«el aspecto más notable de la ubicación de los enterramientos es la
tendencia a separar las tumbas en distintos agrupamientos (clusters) en varias
secciones del mismo cementerio»
(Anderson, 1992: 62). La propia Anderson cita a J.M. O'Shea cuando dice:
«La tendencia a situar enterramientos en agrupamientos (clusters) a lo largo
de los espolones del desierto podrían reflejar la existencia de grupos o clanes
familiares entre los cuales la cerámica, como las conchas de mejillones entre
los Pawnee, podían haber sido empleados para denotar que se era miembro
(filiación o pertenencia al grupo)»
(Anderson, 1989: 138 citando a
J.M. O'Shea, 1984: 107).
En efecto, a
pesar de que gran cantidad de las tumbas habían sido violadas, es posible
establecer una mayor concentración de determinados materiales tales como el
marfil o la cornalina en sectores específicos en el interior de cada
cementerio, lo que podría indicar un vínculo entre los ocupantes de esas tumbas,
diferente del que podría existir entre esos mismos individuos y los ocupantes
de otras tumbas de las necrópolis (Campagno, 2002: 139).
¿Qué indican
esos agrupamientos de tumbas en diversas localidades del Valle del Nilo durante
la época pre-estatal? Para el área de el-Badari, el análisis de Anderson
permite que nos formemos una idea. La existencia en los distintos grupos de
esqueletos de ancianos, adultos y subadultos, así como de varones y hembras,
nos previene contra la posibilidad de inferir distinciones por edad o por sexo
como pautas para establecer los agrupamientos. Nada permite suponer que se
trate de grupos diferenciados por sus específicas actividades «profesionales». En función de ello
podemos concluir con Campagno que «la tendencia a colocar las tumbas en
agrupamientos dentro de los cementerios podría reflejar, entonces, la
existencia de grupos clánicos o familiares badarienses» (Campagno, 2002: 139).
Considerados
los sepulcros un poco más de cerca, un primer rasgo que salta a la vista es el
relativo a la forma de las tumbas. Los enterramientos más antiguos ―los propios
del periodo Predinástico Temprano― se practicaban predominantemente en fosas de
aspecto oval. A partir de cierto momento se detectan enterramientos de forma
nítidamente rectangular (Campagno, 2002: 140). Esto podría significar que los
antiguos habitantes del Nilo consideraban que sus muertos debían ser sepultados
en «residencias» similares a las de
sus descendientes vivos y de ahí el cambio en las formas de las tumbas que se
correspondería con un cambio en el estilo de construcción de las residencias en
las zonas de hábitat (Campagno, 2002: 141-142).
Las
prácticas del parentesco parecen haber proporcionado a las comunidades aldeanas
del Egipto pre-estatal el modelo a partir del cual eran efectuadas las
prácticas funerarias. ¿Qué hay acerca de la relación entre la práctica del
parentesco y la aparición del Estado en el Valle del Nilo? De acuerdo con
Campagno, haciendo referencia a Hoffman
(1979: 325, referencia indirecta), si el parentesco podía ser trazado a través
de un pariente común, ya fuera por consanguineidad o por afinidad, a través de
la línea materna o paterna, en ese caso un líder podría haber desarrollado las
alianzas necesarias como para extender su liderazgo más allá de una aldea o
distrito concretos (Campagno 2002: 143-144).
Otro tema,
relacionado con las relaciones familiares de posteriores tiempos históricos,
pero que aparece primero durante el Badariense es el comienzo de marcadas
diferencias en riqueza como se evidencia por la calidad y número de bienes
exóticos de prestigio encontrados en las tumbas de esa cultura, de igual manera
que esa diferenciación social que comienza a aparecer durante el Badariense,
da lugar por primera vez al robo de las tumbas (Hoffman, 1979: 143-144).
Con los
datos de todos los cementerios, W. Anderson ha sacado a la luz la gran
variabilidad de las tumbas badarienses. El estudio (Anderson, 1989 y 1992)
abarca 262 tumbas de 7 cementerios de el-Badari, documentadas por la
publicación de G. Brunton. De manera general estos conjuntos funerarios han
sido fuertemente saqueados y los esqueletos fueron objeto de grandes perturbaciones.
La determinación del sexo, cuando ello era posible por el estado del cadáver, no parece
cuestión sencilla, quizás como deja entrever el propio Brunton, debido a la
falta de experiencia previa de sus colaboradores (Brunton, 1927: 5). Sin embargo el análisis más reciente del sexo de 134 esqueletos y de la
edad de otros 170, hecho por antropólogos del University College de Londres,
proporciona fiabilidad a los datos publicados.
Doce variables,
como hemos visto antes, han sido insertadas en una base de datos con el objeto
de su tratamiento estadístico. Se trata del sexo, la edad, el estado de la
sepultura (intacta, perturbada, robada), de sus dimensiones, del número total
de ofrendas en cada una de ellas, del número de cerámicas, de útiles, de
conchas y de objetos de lujo, como perlas, paletas o marfil.
Parece en
primer lugar que la distribución de las ofrendas en las tumbas estudiadas no es
aleatoria ya que:
Sobre 262
tumbas en 7 cementerios vemos que alrededor del 20% de inhumaciones agrupan más
de 10 ofrendas por tumba, el 51% no tiene nada más que una sola ofrenda y el
29% de tumbas no tienen ninguna.
En términos
de reparto, 3 de los 7 cementerios estudiados reagrupan el 92% de la totalidad
de las ofrendas.
Las
variaciones se producen tanto entre los diferentes cementerios como también en
el interior de un mismo cementerio. A saber:
1º) En el-Badari-norte
pueden distinguirse dos áreas:
a) Al oeste,
los sujetos inhumados son acompañados por una sola ofrenda, con la excepción
sin embargo, de un niño cerca del cual fueron depositadas sesenta ofrendas.
b) En el
este están reagrupadas todas las tumbas que contenían productos lujosos, como
marfiles, paletas, perlas o cuentas de cobre.
2º) En el-Badari
sur las tumbas se reparten en tres sectores, en número relativamente igual.
Diez entre ellas, conteniendo marfiles, están situadas en el sector sudoeste,
cuatro en el sudeste y dos al noroeste.
Las tumbas
con cornalina son mucho menos numerosas. Brunton no ha señalado nada más que 17
sobre el total registrado. Nos damos cuenta que tienden a inscribirse en la
esfera de las tumbas con marfiles.
El niño de
la tumba 5710 poseía a la vez marfil y cornalina, un fenómeno similar se
presenta para las perlas de esteatita esmaltada de las que el 46 % se recuperan
en dos tumbas solamente (5705 y 5735 de el-Badari), en forma de cinturones
equipando a hombres adultos. Aparte de estas piezas excepcionales, ningún otro
objeto de carácter lujoso procede de estas dos sepulturas.
De manera
general, las tumbas que contenían bienes denominados como de lujo tendían: a
ser las más grandes en dimensiones; a proporcionar el número más grande de
ofrendas; y a revelar acondicionamientos particulares, como los ataúdes en
cestería o dispositivos en dosel. Estas tumbas muestran igualmente las perturbaciones
más importantes. En efecto, parecería que las sepulturas intactas no presentan
generalmente ningún objeto excepcional y que los pillajes se inscriben en
relación con las tumbas ricamente equipadas. De la observación se deduce que la
mayor parte de los saqueos han tenido lugar en la propia época predinástica,
sin duda bastante poco tiempo después de la propia inhumación.
Los badarienses,
cuyos hábitats mal conservados no reflejarían nada más que la imagen de
agricultores-pastores más o menos sedentarios, revelan a través de sus
necrópolis una sociedad claramente estructurada, marcando las diferencias y
donde se perciben una serie de fenómenos que denotan cierto nivel de
jerarquización social.
Se asiste,
en efecto, al comienzo del doble proceso de acumulación y de ostentación,
proceso al cual seguirá el impresionante desarrollo de la cultura nagadiense.
Un grupo minoritario se ha apropiado de un espacio funerario determinado,
marcando su especifidad por una cierta abundancia de bienes y por la presencia de
objetos que no todo el mundo puede poseer. El acceso a estas áreas específicas
es función del estatus social del individuo en el grupo, como parece bien
mostrar, a pesar del pillaje y de las difíciles determinaciones del sexo, la
presencia de hombres, de mujeres y de jóvenes en todos los sectores considerados.
La ausencia de ofrendas parece afectar más a los sujetos más ancianos. Pero la
línea de demarcación entre una élite naciente y los otros miembros del grupo es
todavía fluctuante, el fenómeno tiene lugar en un contexto difuso, donde el
conjunto de los caracteres de diferenciación no han adquirido todavía el estado
de «criterios» firmemente
establecidos.
Si los
grandes cinturones de perlas de los jóvenes hombres de las tumbas 5705 y 5735
de el-Badari pueden efectivamente constituir una marca de autoridad ninguna
otra pieza de carácter excepcional viene a asociarse a aquellas para ampliar el
alcance que pudieran tener en relación con el estatus social de los ocupantes
de las tumbas (Anderson, 1992: 63).
La presencia
de tumbas de niños ricamente equipadas así como la tendencia al reagrupamiento
de las sepulturas de un mismo tipo, podrían traducir el papel de líder jugado
por ciertas familias o por clanes.
Algunos
aspectos parecen confirmar, por defecto en el periodo Badariense, que el
siguiente periodo Amratiense y a pesar de la limitada evidencia disponible, fue
el preciso momento que un gran número de elementos indicarían que en ese
periodo posterior sucedieron los primeros y más significativos
cambios tanto en el ámbito cultural como en la organización social del
periodo predinástico en el Alto Egipto.
Sin embargo,
las estimaciones cuantitativas de la desigualdad social para los cementerios badarienses
en Matmar, Mostaguedda y el-Badari revelaron que había una desigualdad social
interna relativamente elevada en estas comunidades, tal y como puede medirse
sobre la base de su expresión en los cementerios contemporáneos, comparable y a
veces más alta que la de comunidades de periodos posteriores en esta región del
Alto Egipto, usando como variables el tamaño de las tumbas y su riqueza en
ajuar funerario, pero de un bajo valor si tomamos en cuenta los valores
absolutos de estas variables en cada caso y cuando comparamos esos valores badarienses
con los correspondientes a los de comunidades de periodos posteriores en los
mismos cementerios, desde el Amratiense al Predinástico (Castillos, 1998a:
28-29). En otras palabras, había una más alta desigualdad en el Badariense,
pero de una naturaleza más pobre que la hallada en las culturas posteriores que lo
reemplazaron en esta región.
Se ha
sugerido que los badarienses muy probablemente vivían en comunidades
estratificadas con una considerable desigualdad social (Anderson, 1992; Hoffman, 1979: 143-144). Otros estudios y la evidencia mencionada en el
párrafo anterior, indican que, aunque al parecer la sociedad badariense tenía
un nivel discreto de desigualdad social, no sería apropiado definirlo más allá
de una comunidad con diferenciación sobre la base de rango, en el sentido
antropológico generalmente aceptado (Trigger et al. 1983).
Las
conclusiones de Anderson (1992: 65) son las siguientes: los datos indican
una asociación entre el número de bienes funerarios recuperados de las tumbas y
los tamaños de las tumbas, la condición de las tumbas y los ocupantes de las
tumbas designados como sub-adultos. No indica una relación entre el sexo de los
ocupantes de la tumba y el número de bienes funerarios recuperados de una tumba
particular. Las tumbas saqueadas tienden a ser aquellas que contienen la mayor
cantidad de bienes funerarios y los más lujosos así como aquellas que son
ligeramente más grandes y más elaboradas que la media.
El análisis
espacial de los datos indica:
1.- Las
comunidades badarienses disponían de áreas donde la inclusión en las mismas se
garantizaba en base al estatus económico más que en la edad o el sexo.
2.- Que
estaba operativa alguna forma de control de los recursos y que ese control
podía haber sido creado en un entorno de autoridad hereditaria.
Es probable,
por lo tanto, que el sistema social de dos niveles identificado a partir de los
restos mortuorios badarienses, reflejasen los enterramientos de distintos
grupos económicos, entre los cuales se habría desarrollado un ranking social
como resultado del diferente acceso al control sobre los recursos de valor.
El resultado
de este análisis, por lo tanto, indica que los enterramientos de algunos
adultos badarienses y sub-adultos son evidencias de un mayor gasto de energía
que en otros adultos y sub-adultos. Estos individuos estaban en minoría y eran,
presumiblemente, aquellos que tenían un diferente y más alto estatus en
relación a la mayoría de individuos dentro de la sociedad badariense. Así pues,
los hallazgos de estos análisis son inconsistentes con el retrato de una
sociedad badariense igualitaria o carente de complejidad social (Anderson,
1992: 65).
Parece, por
lo tanto, demostrado el acceso diferencial a los recursos por la desigual distribución
de los bienes funerarios.
Como las
diferencias económicas entre miembros de la comunidad badariense eran
sorprendentes, su sistema social debe ser considerado como no igualitario y,
aunque no está demostrado que ese acceso diferencial incluya los recursos
básicos que sostienen la vida, esto parece lo más probable.
12. Datación Absoluta
del Badariense
Para
Hendrickx la posición cronológica del Badariense es bastante discutible y ello
se debe a que las fechas obtenidas mediante la termoluminiscencia (TL) son
bastante diferentes de las tomadas por el método del C14. En efecto, mientras que, según la TL, la
cultura Badariense habría estado ya presente hacia el 5000 cal a.C. o quizás un
poco antes (entre el 5580 ± 420 y el 4510 ± 475 a.C.), las fechas obtenidas
mediante la técnica del C14 no irían tan lejos y se concentrarían en
el periodo que va entre el 4400 y el 4000 cal. a.C. Para Hendrickx parece poco
probable que el Badariense fuera anterior al 4000 cal. a.C., tenida en cuenta
también la circunstancia constatada del limitado número de cementerios y de
tumbas conocidas que no ayudarían a pensar en la existencia de una cultura
Badariense que se desarrollase durante un largo periodo de tiempo (Hendrickx, 1999: 19).
El-Hemamieh, de donde procede la mitad de los
materiales utilizados para obtener las dataciones, es un importante yacimiento
predinástico que ha ofrecido, como ya hemos visto en apartados anteriores, una
secuencia estratigráfica que va desde el Badariense hasta el Guerzeense. La
datación en términos absolutos de este yacimiento (y en general de la cultura
Badariense) se basa en fechas obtenidas por el método de Termoluminiscencia,
usado por Caton-Thompson y Whittle (Caton-Thompson y Whittle, 1975; Whittle, 1975) y en fechas
obtenidas por el método del radiocarbono que fueron tomadas tanto por de Vries
y Barendsen como por Hassan (De Vries y Barendsen, 1954; Hassan, 1983 y 1984c).
En efecto,
las fechas procedentes de estos yacimientos basadas en las dataciones obtenidas
mediante la técnica de Termoluminiscencia por Caton-Thompson y Whittle en 1975 y
por el propio Whittle en solitario a lo largo del mismo año, son las
siguientes:
Dos muestras
procedentes de debajo del nivel de brecha dan unas fechas de 5580 ± 420 a.C.,
datación tomada sobre un fragmento cerámico badariense del tipo «rough ware» a 1,98 m bajo la superficie ―código
de laboratorio OxTL131 b14― y de 5495 ± 405 a.C. en un fragmento de cerámica
badariense, también del tipo «rough ware»,
hallado a 1,83 m bajo la superficie ―código de laboratorio OxTL131 b13. Una
fecha TL ―referencia de laboratorio OxTL131 b11― procedente de un fragmento de
cerámica badariense del tipo «rough ware»
encontrado en el nivel de la brecha y bajo un hogar, da una fecha de 4690 ± 365
a.C. Otra fecha procedente del mismo nivel ―código de laboratorio OxTL131 b12―,
pero esta vez de un fragmento cerámico del tipo «Polished Red-ware», también badariense, da una fecha de 4510 ± 475
a.C. Si utilizamos medias ponderadas de las fechas obtenidas por encima y por
debajo del nivel donde se encuentra la brecha, obtenemos las siguientes:
Badariense
bajo la brecha: 5535 ± 290 a.C. (6115-4955).
Badariense
por encima de la brecha: 4660 ± 290 a.C. (5240-4080).
De acuerdo
con estas fechas obtenidas mediante la técnica de la Termoluminiscencia, la
cultura badariense habría estado ya presente en el 5000 a.C. o incluso antes
(entre el 5580 ± 420 a.C. y el 4510± 475 a.C.). Sin embargo los datos ofrecidos
por las mediciones realizadas según la técnica del C14 no van tan
lejos y, como veremos a continuación, se concentran alrededor del 4400-4000
cal. a.C.
La fecha de
radiocarbono obtenida por de Vries y Barendsen (De Vries y Barendsen, 1954), a partir de de trigo seco de un cementerio
badariense, es 5110 ± 160 AP ―referencia de
laboratorio GrN-223― y ha sido calibrada dando como resultado la fecha de 3950
± 260 a.C. (Hassan, 1984: 3 donde afirma que estas fechas fueron calibradas por
medio de las tablas de Damon et al. 1974) y de 4330-3665 (Hassan, 1984:3 donde
afirma que esta fecha fue calibrada según las tablas de Klein et al, 1982).
Durante una
visita a el-Hemamieh, Hays y Hassan recogieron unas muestras de carbón en un contexto
identificado por Hays como Badariense. La fecha de la muestra de carbón ―referencia
de laboratorio WSU-1728― es 5290 ± 130 AP y cuya fecha corregida sería 4145 ± 180
(Hassan, 1983: 107) o 3950-4145 ± 180 a.C. (Hassan, 1984: 3 que afirma
que las fechas fueron calibradas según las tablas de Damon et al., 1974) y
4425-3790 —según la calibración obtenida a través de las tablas de Klein et al.
1982— (Hassan, 1984c: 3). Las dos fechas, medidas por radiocarbono, son
estadísticamente similares y la media ponderada de esas dos fechas es 4080 ± 160
a.C. con un rango que oscila aproximadamente entre el 4400 y el 3800 a.C.
Resulta
claro que las fechas de Termoluminiscencia disponibles no son lo
suficientemente precisas para permitir un mejor emplazamiento temporal del
Badariense. La cronología de esta cultura, a partir del yacimiento de el-Hemamieh
y en base a los rangos de fecha por el método de TL va desde el 6115 hasta el 4080
(5240-4080 por encima de la capa de brecha). El rango para la determinación de
las fechas de radiocarbono es algo más estrecha y se extiende durante un
periodo entre el 4400 y el 3800 a.C.
Holmes nos
dice que, de las cuatro fechas de radiocarbono que tenemos disponibles, podemos
inferir que el Badariense se extiende desde al menos y alrededor del 4400-4300
a.C. hasta aproximadamente el 4000 a.C. —en años calibrados con tablas
dendrocronológicas— (Holmes, 1992a: 301). Cita la fecha obtenida por De Vries y Barendsen y
la ofrecida por Hassan, que ya las hemos visto en párrafos anteriores. Holmes
nos dice que ella misma ha obtenido dos fechas nuevas procedentes de muestras
obtenidas en excavaciones de test en el-Hemamieh, posteriores a las
anteriormente citadas. Estas fechas son 5440 ± 60 AP ―referencia de laboratorio
Beta 35825― y 5300 ± 60 AP ―referencia de laboratorio Beta 35824. Estas fechas
nos ofrecerán unas series de rangos de edad calibrados, siendo los más
probables los que van entre el 4404 y el 4220 a.C. y entre el 4247 y el 3997
a.C. para las dos fechas respectivamente, con un nivel de probabilidad del 95,4%.
Holmes añade, ahondando en las opiniones presentadas, que las fechas obtenidas
por el método de la TL por Caton-Thompson y Whittle son válidas sólo en un «sentido relativo» (Holmes, 1992a: 302).
Dataciones
de C14 más recientes muestran una ocupación de la región en un
momento ya contemporáneo a la fase Nagada I-IIBC, entre el 4940 ± 80 y el 4790
± 60 AP, es decir, entre el 3800 y 3600 cal. a.C. (Tristant, 2004: 64 citando a
Holmes y Friedman, 1994, obra esta última a la que el autor del presente
trabajo no ha tenido acceso).
En el
yacimiento de Mahgar Dendera 2, también badariense, se ha obtenido una serie
con cinco fechas mediante la técnica del C14. Material orgánico procedente de dos fuegos u hogares
proporcionan fechas muy similares y que permiten datar la ocupación entre el
4400 y el 4250 cal a.C. Todas las fechas salvo una que, procedente de un hogar,
fue tomada por Vermeersch (1992:
163-172) y que puede representar un hiato
cronológico (según Hendrickx, Midant-Reynes
y Van Neer, 2001), concuerdan bien con la serie
de datos C14 conocidas para el Badariense y que oscilan entre 5580 y
5110 AP. Es, por lo tanto, evidente que el yacimiento de Mahgar Dendera 2 puede
ser identificado como bBadariense después de las características de la cerámica
y del material lítico, lo cual queda demostrado por la cronología absoluta (ver
el Anexo 3).
Es difícil,
ante esta situación, otorgar una gran credibilidad a las fechas TL que
presentan, en efecto, una gran desviación. Es poco probable, pues, que el Badariense
sea anterior al 4000 cal. a.C., a pesar de los datos obtenidos por la técnica
de TL sobre las muestras de el-Hemamieh que presentan una desviación más grande
(Hendrickx, 1999: 19) aunque podríamos establecer unos límites, superior
en el 4500 a.C. y el inferior en el 3800 a.C. Por último incidiremos en el
hecho de que el limitado número de cementerios, tumbas y asentamientos
conocidos durante este periodo, no apoyan la idea de la existencia de una cultura
Badariense que se desarrollase a lo largo de un periodo de tiempo excesivamente
amplio. Ver cuadros con más fechas en Anexo 2.
ANEXO 1: Corpus cerámico badariense
Brunton, 1928: láminas XII a XIXa
Brunton, 1937: láminas XV-XXI:
ANEXO 2: Datación absoluta Badariense
ANEXO 3: la cultura Tasiense
Aunque sea en forma de Anexo,
no podemos hablar de la cultura Badariense sin hacer mención a la «cuestión» Tasiense que ha estado en
continua discusión desde su descubrimiento en la década de los veinte del siglo
pasado.
En efecto, fue en diciembre de
1927, durante las excavaciones llevadas a cabo por Brunton y en las que
descubrió la cultura Badariense, cuando encontró cerca de la localidad de Deir
Tasa, en el cementerio denominado 2800, alrededor de cincuenta tumbas que, aun
mezcladas con inhumaciones badarienses y nagadienses, se diferenciaban de estas
por los objetos encontrados y fundamentalmente por la cerámica, de un tipo muy
original. Para Brunton debía de tratarse de un ámbito cultural anterior al
Badariense por el hecho de que no mostraba presencia del trabajo del cobre. El
hecho es que se encuentran con una serie de tumbas parecidas a las badarienses en algunos aspectos, pero que
mostraban una serie de particularidades que las diferenciaban de aquellas. En
base a los hallazgos realizados, Brunton no dudó en pensar que había sido
descubierta una nueva cultura predinástica (Brunton, 1937).
En primer lugar por las
peculiares características de los recipientes cerámicos encontrados, de los que
casi cada una de las tumbas contenía al menos uno. Se trataba de cuencos
profundos que se estrechaban cerca del borde, que presentaban una pequeña base
plana y, a menudo, con un marcado ángulo en el «abultamiento» o parte más ancha del cuerpo del recipiente. Estos
recipientes cerámicos se encontraban a veces en el interior de un peculiar
nicho excavado en el lado oeste de las tumbas. Estos nichos prácticamente no
aparecen en las tumbas de la cultura Badariense. Las paletas cosméticas, en su
mayoría, estaban elaboradas a partir de piedra caliza en lugar de sílex. Y por
último el hallazgo, en el cementerio 2900/3000, de una serie de tumbas
pertenecientes a este ámbito cultural que contenían algunos cráneos, mejor
conservados que los hallados en el cementerio 2800 y que presentaban un rostro
más «cuadrado» y un tipo de mandíbula
más ancha que los cráneos hallados en las tumbas badarienses (Vandier, 1952:
171).
Ampliando un poco más los datos
sobre esta cultura, aparentemente diferente y predecesora de la Badariense,
podemos decir que los elementos que muestra como característicos son los
siguientes:
Las tumbas, como cabría
esperar, están excavadas en suelos blandos, de grava arenosa. La forma es
aproximadamente oval aunque unas pocas tumbas presentan sus lados más o menos
rectos y con las esquinas redondeadas. La longitud media es de 130 cm y la
profundidad, aunque no ha podido ser determinada con precisión, debía ser de
poco más de un metro.
Respecto a la «actitud» de los cadáveres tasienses es
esencialmente la misma que la de los cadáveres badarienses, es decir,
ligeramente contraídos y con muy poca variación en cuanto a la dirección de la
cabeza, hacia el sur salvo en tres casos. Los cuerpos estaban envueltos y
cubiertos con pieles o esteras, de la misma forma que los badarienses. Se pudo
distinguir tela tejida en tres o cuatro
tumbas. También fueron halladas almohadas rellenas de paja o salvado en tres
enterramientos.
Uno de los elementos
distintivos del Tasiense es la cerámica (ver Brunton, 1937: láminas XI-XII;
Vandier, 1952: pp. 172 y ss.). Ésta parecía claramente anterior a la badariense
y contenía ciertos elementos originales. Podemos dividirla en varias clases
aunque algunas están muy poco representadas, así tendremos:
a) Dentro de la serie de recipientes
de color marrón podemos encontrarnos con variaciones que van desde
marrón-rojizo (como los ejemplares badarienses) a un color que se acerca al
marrón-grisáceo. Estos recipientes tienen normalmente una superficie
groseramente trabajada aunque también aparecen a veces vasos cuya superficie
había sido cuidadosamente alisada. En esta cerámica podemos apreciar una serie
de manchas grisáceas que aparecen probablemente como consecuencia de una
cocción defectuosa.
b) Dentro de la segunda
categoría gris-negra existen varías tonalidades, desde gris-marrón a negro.
c) Una categoría que podríamos
considerar como secundaria, dada su escasa representación, es un tipo de
cerámica roja que aparece muy poco. El más importante entre ellos presenta una
forma rectangular.
d) La cuarta sub-división está
constituida por los tipos cerámicos negros o de borde negro, todavía más raros
que la sub-división anterior y curiosamente, el vaso más bello no fue
encontrado en una entorno Tasiense sino en uno Badariense.
e) Por último nos encontramos
con un peculiar tipo cerámico al que Brunton denomina «the Beakers» (que podríamos traducir como «vasos de precipitación o probetas») y que destaca como una clase
muy especial dentro de la cerámica asignada al Tasiense. La base cerámica es
negra o marrón muy oscura, casi negra, y más o menos pulida. La decoración
aparece sobre toda la superficie exterior y en el interior de los bordes
acampanados y está formada por líneas incisas rellenadas con pasta blanca. Los
diseños que forma dicha decoración consisten casi exclusivamente en bandas
horizontales (con excepciones en vertical) compuestas por una sucesión de
triángulos y líneas en zigzag parecidas a espigas o galones. Aparecen filas de
triángulos rayados sobre la cerámica en el interior de los bordes y a veces la
pasta blanca los cubre completamente. Una curiosa característica de estos
recipientes es la presencia de dos pequeños agujeros cerca de su boca y de los
que es difícil aventurar cuál podría ser su función o propósito. La anchura de
su boca indica que difícilmente se podría haber previsto que fueran cerrados
con una tapa. Por otra parte los agujeros en su borde podrían indicar que
estaban colgados o que, al menos, se utilizaba una cuerda para transportarlos.
La elaboración en forma de cáliz de este tipo cerámico recuerda las formas del
neolítico tardío en el Sudán. Sólo añadir que los vasos pertenecientes a esta
clase cerámica se encuentran entre los más bellos que se puedan atribuir al
Tasiense.
En cuanto a los amuletos y
abalorios, los primeros aparecen de forma mayoritaria en forma de adornos
realizados a partir de conchas de moluscos. Los segundos fueron encontrados en
cuatro tumbas en forma de cuentas realizadas a partir de fragmentos de hueso y marfil
y cuyas formas eran tanto cilíndricas como esferoides, además de unos pocos
anillos. Los cadáveres de tres niños llevaban sendas pulseras de marfil y los
cadáveres de otros niños portaban plumas adornando sus cabellos.
Fueron encontradas cinco
paletas cosméticas en tumbas de hombres y mujeres pero no de niños y junto a
tres de ellas aparecen unos pequeños guijarros para el pulido. Las paletas eran
rectangulares y con ángulos redondeados, lo que nos recuerda a las paletas
badarienses más tempranas aunque hemos de señalar que estas son todas de
pizarra mientras que, entre las tasienses, una de ellas está hecha de grauvaca
y las demás están elaboradas a partir de
piedra calcárea.
Se han encontrado también
cucharas de marfil con el mango acanalado; anzuelos de hueso o de concha; punzones;
una aguja hallada en una cesta; molinos de grano y manos de molino que fueron
encontrados en los depósitos de los yacimientos de habitación tasienses.
El hecho de hallar piedras de
moler en los asentamientos tasienses es una buena evidencia de que el grano era
cultivado y molido para hacer pan, pero todas las dudas se desvanecieron cuando
se encontraron restos del propio grano en dos pequeños almacenes en
asentamientos tasienses.
Un apartado importante lo
constituye el utillaje lítico tasiense cuya técnica no parece haber sido muy
diferente de la badariense. El trabajo del sílex tasiense es de un estilo
mayormente grosero, con ejemplares en los que se había dejado parte de la
pátina original naranja o rojiza. El gran tamaño de muchas de esas herramientas
así como su color, sirve para diferenciarlos claramente de los artefactos
badarienses. Tenemos cuchillos retocados; útiles líticos que presentan unas
hendiduras en sus laterales que quizás sirvieran para atar un mango; aparecen
también perforadores o punzones con puntas en ambos extremos; y pequeñas lascas
ovales retocadas en las que uno de sus extremos acaba en punta.
Uno de los elementos
característicos de la cultura tasiense son las hachas pulidas (ver Brunton,
1937: láminas XII y XXVI; Vandier, 1952: pp. 177-178). Aparecen dieciocho que
proceden de yacimientos de habitación y el material base es, en trece casos,
caliza dura generalmente blanca y a veces gris. Las otras seis son de roca
ígnea de grano fino gris-oscura o negra. La caliza era de origen local y, por
lo tanto, podemos suponer que las hachas de este material no eran importadas.
Los útiles de roca ígnea, por el contrario, podrían haber sido importados. Las
formas de las hachas pulidas hechas a partir de roca ígnea son de tamaño
pequeño y el lado cortante forma un ángulo bien marcado con lados ligeramente
cóncavos. Las hachas pulidas de caliza, por otra parte, tienen por lo general
lados convexos. Respecto a estos elementos no puede caber ninguna duda de a qué
cultura pertenecen puesto que las tumbas badarienses no proporcionaron nunca
útiles de esta clase.
La ausencia del cobre hizo
pensar a Brunton que el Tasiense constituía una cultura más antigua que la
Badariense, aunque tampoco puede ser descartado que el Tasiense constituya una
fase temprana del Badariense que se distinguiría de este por la presencia de
hachas de piedra pulida, por los recipientes cerámicos en forma de cáliz y por
otros elementos característicos como pueden ser las paletas cosméticas de
piedra caliza o la presencia de nichos en las tumbas. Hay que destacar también
que ciertos objetos tasienses han sido recuperados tanto en el-Fayum como en
Nubia con lo que se podría deducir que el tasiense no se ha limitado al ámbito local
de la zona de el-Badari.
Baumgartel fue la primera en
poner en duda la independencia de la realidad cultural Tasiense señalando las
similitudes con el Badariense y propone que se trata de un aspecto meramente
local en base a las pocas tumbas de este tipo que fueron halladas y a las
muchas coincidencias culturales con el Badariense, para la autora se trataría
pues de una variable local del Badariense (Baumgartel, 1955: 21).
El punto de vista de Baumgartel
fue bien aceptado por algunos autores, como Krzyzaniak o Hoffman
(Midant-Reynes, 2000: 166 en referencia a Krzyzaniak, 1977: 68 y a Hoffman,
1980: 142, aunque la obra de que dispongo es Hoffman, 1979: 142), mientras que
Kaiser en 1985 pone en cuestión a
Baumgartel y señala el carácter original de la cerámica tasiense en forma de
cáliz dentro de un contexto badariense y añade que las bases planas de la
cerámica hacen que deba estar relacionada con la cerámica encontrada en los
yacimientos neolíticos del norte, de hecho, el Tasiense no está restringido geográficamente
a la región comprendida entre Deir Tasa y Mostaguedda sino que fragmentos
cerámicos similares han sido encontrados en Armant, ello sin contar con los
numerosos recipientes hallados en el mercado del arte. Kaiser, por todo lo
anterior, considera el Tasiense como una entidad separada del Badariense
(Midant-Reynes, 2003: 92 haciendo referencia a Kaiser, 1985). Por su parte,
Holmes no halló restos de la cultura Tasiense en la investigación que llevó a
cabo en la región badariense en la década de los ochenta del siglo pasado
(Midant-Reynes, 2000: 166 haciendo referencia a Holmes, 1989b: 15).
La cuestión tasiense podría
constituir, por lo tanto, una cuestión más complicada de lo que se pensaba
inicialmente. De acuerdo con Kaiser, la localización donde el tasiense emerge
por primera vez, en el extremo norte del Alto Egipto podría corresponder a una
zona de «filtro» a través del cual
las influencias del norte se habrían filtrado hacia el sur.
Sin embargo, para Ana Isabel
Navajas, la gran dispersión del material tasiense por todo el territorio
egipcio ha hecho reconsiderar su origen puesto que la cultura Tasiense
constituiría un complejo cultural mucho más amplio y su origen no estaría,
según esta autora, en el norte, tal y como afirma Kaiser, sino en alguna
parte del sur del Desierto Occidental.
La cultura Tasiense sería, por lo tanto, un fenómeno cultural propio del
desierto. No obstante, Ana Isabel Navajas nos dice, en la nota número 10
(Navajas, 2009: 496), que también se han encontrado restos tasiense tanto en el Desierto Oriental como en el Desierto Occidental,
de la misma manera que Friedman ya nos había informado de que se habían hallado
restos tasienses en tumbas mal datadas tanto en al este como al oeste del valle,
sugiriendo que esta cultura podría constituir el más distintivo «eslabón perdido» en la interacción entre
los moradores del desierto y las culturas del Valle del Nilo, que habrían
conducido en definitiva al desarrollo de la civilización egipcia (Friedman y
Hobbs, 2002: 178).
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